Castellón de La Plana, abril de 2010. Víctor G. Pulido.
Los neurólogos afirman que una cabeza seccionada de modo súbito y violento, separada bruscamente del cuerpo que la sostiene, implica una automática disfunción cognoscitiva irreversible, lo que viene a ser la muerte instatánea. Esto desbarata por completo la sórdida creencia popular de que un sujeto decapitado va acompañado de conciencia durante al menos tres segundos, sintiendo su cráneo caer. Podría haber sido una fábula agraria del pasado, cuando adquirió vida propia mediante el recurso del relato oral que nuestros ancestros empleaban para describir las ejecuciones. Y de hecho, con toda seguridad, lo fue por su carácter instrumental en el ámbito doméstico: ayudaba a mantener a los niños a raya durante el tedioso y frío refugio invernal. Y, acompasadamente, a atemperar su díscolo comportamiento ávido de algarabía con moralejas disuasorias como “por su vil comportamiento, aún lengua y garganta le bastaban para maldecir su suerte mientras rodaba su cabeza por el sucio fango de la plaza”. En efecto, Halloween no es un invento de América para dar la bienvenida al invierno, tan sólo su comercialización. Jugamos con el mito, nos encanta pasear por los límites de la realidad. Pero no sólo eso, también los transgredimos. Hoy en día poseemos una mayor formación y capacidad crítica para discernir con mayor precisión lo real de lo literario, pero no por ello en ocasiones evitamos ser rehenes de nuestra capacidad de raciocinio mágico o especulativo. Esto, además, nos proporciona un curioso apunte: no deja de ser digno de curiosidad que en la actualidad creencias científicas desenmascaradas perduren como conocimiento objetivo entre el acervo popular, como es el caso de nuestra cabeza rodante; y viceversa, hechos contrastados como el alunizaje de la misión espacial “Apolo XI”, por mencionar una referencia, sigan considerándose por muchos una de las mayores supercherías de la historia de la ciencia. Pues bien, para dar nombre a este tipo de sistema de creencias vernaculares, en 1968 el etnólogo Richard M. Dorson acuñó el concepto poco ortodoxo, pero efectivo, de leyenda urbana para definir el fenómeno popular de asimilación folclórica de sucesos no contrastados por una parte importante de la comunidad en la que tiene origen.
Las tradiciones orales son el origen antropológico de la leyenda urbana.
Pero la más importante aportación de Dorson no fue el hecho fácilmente perceptible de cómo las sociedades avanzadas no podían discriminar o desprenderse totalmente de sus mecanismos triviales de interpretación o de su capacidad de sintetizar realidades intangibles a través de relatos o imágenes sociales como la chica de la curva, la supervivencia de Elvis o el avión del Pentágono. Al fin y al cabo las sociedades desarrolladas tecnológicas coexisten con sus con complejos conspiratorios, con sus creencias religiosas y sus rituales, a la vista de todos, que no interfieren en su organización. Tampoco fue Dorson aplaudido por atribuir al fenómeno cierta participación de su manifestación en nuestra cultura tecnológica. Lo que diferenció al profesor de Michigan de otros antropólogos es que consideró la leyenda urbana como un universal cultural (implica a todas las civilizaciones y es atemporal) de largo alcance y gran capacidad de mimetizarse e infiltrarse en todos los ámbitos de las manifestaciones humanas (cultura, arte, religiones, producción,…). ¿Qué quiere decirnos?; pues que en todos los ámbitos de actuación humana perviven fuertes concepciones no contrastadas. Dorson insiste: da igual a lo que te dediques, lo que hagas, quién seas: en todos los hábitats se manifiesta el pensamiento imaginario, en tu trabajo existirán creencias figurativas o preconcebidas como las leyes de Murphy o la idoneidad o no de mezclar calmantes con agua con gas. Vivimos de creencias compartidas, no reflexivas; no es rumorología porque el rumor no ostenta consideración de certeza, es simplemente, una asunción colectiva difícilmente rebatible en el ámbito social. El pueblo necesita crear, construir realidades deformadas de su entorno para poderlas interpretar, que desafíen su capacidad crítica de razonamiento objetivo. Y estas percepciones desenfocadas, llegan incluso, al hipermercado. ¿Pero por qué existen este tipo de supersticiones contemporáneas?. La explicación es que algunas personas no pueden soportar el impacto o cambio cultural que supone la llegada del hombre a La Luna pero sí asimila las creencias fantásticas que le asisten en la concepción de que, por ejemplo, en un hipermercado existen fuerzas invisibles que le obligan a adquirir productos que no necesita objetivamente.
Las leyensas urbanas invaden todos los ámbitos,
incluido el lineal y la sala de ventas.
incluido el lineal y la sala de ventas.
Como no podía ser de otro modo y dado que las leyendas urbanas se engendran y alimentan de todo aquello en lo que participa el ser humano, el ámbito de la distribución comercial minorista no podía ser menos. No conoce límites. En este sentido, subsisten con fuerza un conjunto de creencias entre los clientes y consumidores, sobre las técnicas de ventas en medianas y grandes superficies a día de hoy, difícil de erradicar. Y que, además, favorecen perspectivas orientadas a representar a las medianas y grandes superficies como la cara menos amable de la distribución. Son las leyendas de lineal. En la próxima entrada comentaremos de un modo más dinámico cómo las grandes enseñas son objeto de representaciones colectivas acerca de sus actividades que en nada tienen que ver con los mecanismos de su estrategia comercial: leyendas urbanas y mitos fraudulentos como el clásico del carrito que se desvía hacia el lineal o aquel que reza que algunos productos se posicionan a la altura media de los ojos para obligar a comprar marcas de referencia; las hoaxs de última tendencia que aseguran que las grandes superficies dispensan gasolinas de baja calidad que revientan motores o cajeras que deben someterse a un concurso de belleza en las pruebas de selección para ser admitidas; también las que afectan a mandos intermedios como aquella que reza que los jefes de sección o compras encerramos a los comerciales en pequeñas salas durante horas hasta que acaban agotados psicológicamente y ceden en los precios y hasta las más inverosímiles como que la industria automovilística y la gran distribución sellaron un acuerdo para producir vehículos de gran formato aptos para permitir una mayor capacidad de consumo. Argumentaremos cómo de inciertas son éstas y otras leyendas de lineal y cómo hacerles frente.
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