martes, 4 de mayo de 2010

Leyendas de lineal II: somos leyenda!!!.

El personal de grandes y medianas superficies ve suplantado su rol profesional por el de su avatar leyendizado.


Castellón de la Plana, abril de 2010. Víctor G. Pulido.



En la entrada anterior hemos visto cómo la capacidad de fabulación del ser humano es prácticamente ilimitada y cómo a través de la transmisión oral y la difusión electrónica de masas se implican los mecanismos necesarios por los cuales la comunidad crea imágenes sociales más cercanas al mito que a la realidad del día a día. Dado este apego a la intrerpretación mágica de nuestra naturaleza humana, y como no podía ser de otro modo, la capacidad de inventiva y fabulación antropológica no conoce fronteras y afecta a todos los ámbitos organizacionales, incluido el orbe de la venta y sus cosmovisiones. En este conjunto de tres entradas en nuestro blog (vamos por la segunda) trataremos de detallar las más populares para el sector de la distribución minorista estandarizada, así como de describirlas y analizarlas, tanto en el conjunto de sus servicios (personal y medios de compras), productos (típicos y atípicos) y procesos (distribución y márketing). Este post va a centrarse únicamente en las leyendas urbanas que afectan a la imagen del personal que desempeña sus funciones en el grand retail (vendedores, cajeras, responsables de áreas,...) para tratar de desenmascararlas en la última entrega, donde hablaremos también de las creencias indiscriminadas que afectan a los productos y procesos, base de nuestra actividad comercial. Comenzaremos, con cierta ironía, con los responsables de tienda y compras; a continuación nos adentraremos en la mente del cliente y sobre la percepción del personal de cajas y de tienda, para desembocar en la clase directiva.



El imaginario social fomenta nociones preconcebidas sobre el poder de
las grandes enseñas comerciales para modificar las costumbres sociales.


A los mandos intermedios, especialmente los responsables de compras y jefe de sectores, nos ponen por libro de cabecera a “El Príncipe” de Maquiavelo; por profesor de operaciones a Rambo y por madre, a Norman Bates desde su ventanal. Instruidos en dolorosas técnicas de torturas, según el contenido de algunas websites, en internet se nos atribuye un aura gótica de sed de sangre de necesidades antropófagas, por eso nunca se nos ve almorzar fuera de los despachos. Como una leyenda urbana sólo puede ser neutralizada por otra, en su alegato de nuestra naturaleza enteramente humana, cierto blogger asegura que también comemos y que por dieta alimentaria nos nutrimos de huevas de reptil, carne cruda y para beber, por supuesto, vinagre. Desde la aparición de los primeros escritos electrónicos hasta el amanecer de la Web 2.0, narran las crónicas que encerramos alevosamente a los representantes comerciales que vienen a visitarnos en reducidos habitáculos carentes de las elementales normas de iluminación, temperatura y ventilación, donde ofrecemos leoninas condiciones de compra. Incluso la prensa especializada (“Negociar con los hípers”, Revista Emprendedores), ha permitido sugerir que los responsables de compras procuramos hacer coincidir premeditadamente en las citas comerciales a los agentes de la competencia directa: en el encuentro, se saludan entre ellos con recelo mientras ponen cara de póker en la sala de espera esperando su tránsito hacia el corredor de la muerte. Pero ahí no acaba la cosa para los responsables de tienda. Con nuestro ejemplo y didácticas, transmitimos a nuestros coordinadores o adjuntos de sala todo ese conjunto de malas prácticas comerciales que les lleva a cambiar periódicamente de ubicación en el lineal y en los refrigeradores los productos de consumo habitual, tales como deshidratados, lácteos y congelados, con el objeto de disfrazar de explorador a nuestros clientes y hacerles recorrer toda la tienda en un ejercicio de arqueología forrajera. En su expedición en busca del Santo Cereal o de la Panadera de Cristal, el cliente a su paso encuentra múltiples tesoros que llevarse a la cesta, haciendo rotar nuestro stock y modificando premeditadamente sus hábitos regulares de consumo.


Algunas figuraciones sociales atribuyen a linea de
facturación sustracciones en la cesta de la compra.


Un segundo colectivo muy afectado por la imaginación popular tras los responsables de tiendas son las cajeras. Oscuro objeto de deseo por parte de algunos clientes y de recelo por parte de algunas clientas, se les atribuye su diseño de puesto en muchos casos no por sus capacidades profesionales, sino por su aspecto físico. Están, se dice, porque son jóvenes, guapas y delgadas, y no sería justo que, sosteniendo ese porte asociado a su imagen, además fueran inteligentes. Por eso, aunque muchas de ellas ostenten titulación universitaria, no llevan a cabo correctamente su cometido e incurren en errores en algunas ocasiones, de sospechosa  intencionalidad: ofrecer mal el cambio, pasar por el escáner varias veces un mismo producto o cerrar la caja en el momento en que a un cliente en cuestión le llega su turno de facturación, entre otros. Además, se les achaca quedarse con cambios o productos de compra olvidados en la bandeja de embolse por los clientes o de “hacer desaparecer” objetos personales distraídos como teléfono móviles, billeteras o reproductores mp3´s. Por ello y a pesar de su nómina, se le suele ver con este tipo de costosos dispositivos conjuntado con su tiempo libre durante las horas que no trabaja en la tienda. Siguiendo en la línea del personal de base, nos centramos ahora en la seguridad privada. El personal de seguridad no queda exento de este tipo de fabulaciones y el imaginario popular lo encuadra especialmente en su actividad durante las guardias nocturnas o las jornadas destinadas al cierre al público organizando partidillos de "solteros contra casados" en la sección de deportes. En los grandes almacenes o enseñas especializadas, los seguratas se entregan al primer toque en la tienda de complementos deportivos emulando las genialidades con las que Xavi asiste a Messi. En los hípers es otra historia: a falta de equipamientos deportivos completos como camisetas y training tools, la fábula social presupone que nuestros vigilantes se rinden a la veleidad de hacer desaparecer todo tipo de repostería (especialmente donuts de chocolate) o a acomodarse tranquilamente frente al monitor con el propósito de visionar sesiones porno en la sala de CCTV durante su periodo de servicio.



 Los movimientos "freakllowers" creen feacientemente
 que autoindustria  y distribución acuerdan
deliberadamente la promoción de monovolúmenes.


Como la imaginería popular no se priva de ingredientes que añadir a las creencias populares, en este fenómeno también se incluyen a los gerentes y directivos. A los gerentes se les acusa de malos padres explotadores que no dudan en deshacerse de personal de mediana edad o, para los conspiradores de la estadística comercial, de aquellas cajeras que no superan un determinado números de “pitidos” (pases de producto en el escáner de línea de facturación medido en coeficiente), por semanas. Nada más absurdo si no tuviéramos en cuenta que esos señores trajeados a los que llamamos directivos se les achaca estudiadas tramas y todo tipo de artimañas macroestructurales propias de producciones hollywoodienses. La hipertrofia de la leyendas de lineal en este cometido directivo llegan a sobrepasar límites de política-ficción inalcanzable incluso para mentes maestras del suspense negro como John Grisham. Y es que algunos frikllowers (o freakllower, seguidores de lo friki, conjunción de friki + follower), aseguran que existe una alianza conspiratoria, un complot comercial entre fabricantes de vehículos familiares y grandes enseñas de distribución con el objeto de imponer como tendencia el formato monovolumen y dar la posibilidad al cliente de acaparar más productos. Una puntualización curiosa: ¿sabían que el personal de patio de transbordo y recepción de mercancías no es objeto de leyenda urbana en las grandes superficies?; es evidente, no están de cara al público, lo que nos lleva a la conclusión de que lo que no se puede ver, no se puede fabular.



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