sábado, 8 de enero de 2011

¿Por qué lo llaman "juguete educativo" cuando quieren decir "transmisión ideológica"? (Parte 3).

Los nuevos discursos crítico-sociales cuestionan el diseño-juguete. Las jugueteras y empresas franquiciadoras defienden su modelo de negocio. 


A sábado día 8 de enero de 2010. Madrid. Víctor G. Pulido.





Vivimos atrapados en nuestras propias contradicciones culturales plantando permanente lucha contra la realidad que nos forjamos. Por una parte, tendemos a establecer valores igualitarios y postmaterialistas; por otra la burocracia social tiende a la resistencia de lo cotidiano costumbrista. Todo en ello nos empuja a proyectarlo sobre el objeto, considerando al juguete agente (cuando no muchas veces al fabricante y a la tienda) responsable de transición de valores. El cambio social en lo didáctico-lúdico es una dolorosa metamorfosis que requiere de una ruptura intergeneracional, global, gradual y progresiva. Implica en su conjunto, además, cambios macroestructurales entre sectores productivos íntimamente relacionados y dependientes entre sí. Ocurre igualmente en esta resistencia al cambio que, ante la crítica, cada una de las estructuras implicadas (cultura, sociedad, producción, promoción, formación,…) ante el riesgo, delegue en el resto de agentes la responsabilidad del cambio, de la transformación. En los anteriores post en relación al producto juguete hemos constatado que así es. Unos a otros, sobre la superficie o de modo subrepticio, se apuntan con el dedo. En una cadena simple, muy alejada de la representación de la compleja realidad de la cuestión, podría reflejarse el modo en que la comunidad docente implica a los publicistas y estos a la vez declinan sobre la industria juguetera que descansa al mismo tiempo sobre la inclinación de la demanda, esto es los padres y madres, que exoneran la culpa de su prescripción a las enseñanzas recibidas de sus mayores y de sus profesores. ¿Un ciclo sin fin?. Afortunadamente no. Al menos según el "Instituto Andaluz de la Mujer", nada sospechoso de adoptar una actitud condescendiente con el fenómeno del juguete ideológico. En declaraciones correspondientes a estas Navidades que ya agonizan (en España el 6 de enero es festivo, no así en gran parte de Iberoamérica), donde los niñ@s podrán disfrutar de los juguetes hasta su incorporación escolar el lunes próximo, la directora de prensa del observatorio andaluz aseguraba con satisfacción que el cambio o transición responde su propia “hoja de ruta”. Asegura que no es difícil aunque reconoce que a los diversos componentes de la sociedad (a excepción de las diferentes administraciones públicas en España) les cuesta mucho mover pieza. Sin embargo, y a la luz de su informe, revela que aún así, un 50% de los spots emitidos en televisión por las diferentes cadenas y publicados en catálogos incumplen al menos uno de los puntos del decálogo de buenas prácticas. ¿Lo mejor?: las grandes cadenas de distribución, esto es, nosotros, somos las más respetuosas a la hora de diseñar el catálogo navideño y su orientación ideológica y salvo algunos productos que deben ser incluidos (los fabricantes y la distribución mayorista financian gran parte de la impresión de dichos catálogos), llegamos al aprobado. Al menos reconocen que somos un engranaje, nosotros nos marcamos lo que los niños deben o no elegir y el fabricante no es una más que el deseo adscriptivo de una sociedad y el modo de distribuir sus roles.



La juguetera zaragozana "Imaginarium", junto a su red de tiendas, una de las
enseñas que más apuesta por el juguete alternativo en sus diseños y discursos.


No obstante, no toda la industria juguetera se siente cómoda con su etiqueta de reproductor pasivo de los roles diferenciados predefinido por las costumbres o las estructuras de autoridad. Algunos, con mayor o menor razón, enarbolan la bandera del cambio. Mattel, es uno de ellos y se desmarcan. Sus juguetes no asignan roles, ofrecen discursos alternativos. La propietaria de la muñeca más famosa de todos los tiempos siempre han argumentado, y con razón que Barbie® es históricamente el juguete que mejor se adapta a los cambios estructurales de la cultura occidental desde su creación, especialmente en los referidos a aspectos sociales y así se lo hace entender a los más pequeñ@s a través de la comunicación que se establece a través de su didáctica. “Barbie ya hace décadas que es una profesional independiente y una mujer trabajadora y profesional de su tiempo: hasta tiene su propio vehículo deportivo y conduce su propia roulotte-van los fines de semana”.- nos comenta una portavoz- “En este sentido no entendemos la crítica ideológica que descasa sobre el juguetero, creemos que más bien responde a epifenómenos de discursos sociales reivindicativos que intentan sobrevivir a sus ideas cuando éstas, sus mensajes y conceptos, ya han sido asumidos e interiorizados por la sociedad: no necesita seguir siendo defendido y reivindicado lo que ya está integrado, hay que dirigir los esfuerzos hacia otras acciones más necesarias, y de un modo reorientado y constructivo”. Mattel sin duda alguna hace soslayada referencia a ciertas corrientes crítico-pedagógicas desgajadas de algunas antiguas escuelas de pensamiento de corte marxista-feministas de antaño que a día de hoy han moderado su discurso y orientado sus prácticas hacia posturas más socialmente aceptadas como el igualitarismo y el ecologismo, con el objeto de seguir siendo escuchadas. “Aún queda mucho por hacer”, parece rezar su lema. Sus tesis, en cierto modo analíticas, defienden la noción de que, realmente, la sociedad y el sistema de producción industrial del juguete no han asimilado el producto alternativo, “tan sólo lo han secuestrado”. El juguete, vienen a decirnos, no está desligado de las percepciones que una sociedad tiene de sí misma y de su modo de producción; castizamente hablando: somos lo que regalamos, seremos a lo que jugamos. Luego el problema, deviene en lo social, algo ya comentado. Pero con el agravante de complicidades toleradas, replican: “El lobby juguetero internacional no ha dado la espalda al juguete-rol, sólo lo ha disfrazado de juguete alternativo, asumible y acomodable por y para la ideología dominante: ofrecer un deportivo a una niña y una cocinita a un niño no cambia nada”. A pesar de cierto aire de sesgo, de lectura e interpretación extrema del fenómeno, su visión no es ni mucho menos desacertada. El juguete alternativo, entendido como todo aquel que se distancia del tradicional como el bélico, el de acción, el maternal o, en definitiva, el preasignado doméstico, se percibe sublimado por la inercia de la tradición y lo dotan de las mismas vestimentas sociales que pretendidamente tienden a ser evitadas; no se han suprimido los roles no equiparativos, simplemente se han cambiado de bando o de escenario: las muñecas se disfrazan de Lara Croft®, Barbie® se masculiniza acelerando su bólido (y su divorcio) y las niñas ya no quieren ser princesas. Antes rockeras a lo Sabina, que amas de casa; no sueñan con escaparse con el Circo para ser bailarina sobre el alambre, sino para ser moteras, Draculauras® a lomos de los “Angeles del Infierno”… Los niños, sin embargo aunque de modo menos acentuado, tienden a patrones imitativos de la madre y empujan un carrito durante los paseos al parque, sólo que en su interior no se esconde un Nenuco®, sino un pequeño Hulk® de plástico o un Spiderman® de trapo: amamante a su propio superhéroe. Al juguete alternativo, como vemos, se le inyectan esteroides y hormonas. No se neutraliza el proceso, sólo se invierte su discurso. El pensamiento social de este modo y a través del juguete, hace propio el discurso alternativo una vez lo ha aceptado como ineludible, lo interioriza para reintegrarlo en su propio universo, lo amolda a su antojo y lo vende como propio. De este modo, convirtiéndolo en un objeto “cool”, de sofisticación, políticamente correcto, neutraliza su fortaleza crítica, no transciende su mensaje trasgresor porque se encuentra enjaulado en la neurótica vorágine de la ostentación mediática y permisiva,…hay algo de lascivia social en todo ello que lo deforma.



Algunas voces críticas acusan a Disney Co. de apropiarse del discurso
racial-vindicativo para  la construcción de sus productos fílmicos.


Y, sin embargo, se mueve: “Ahora dirán que Barbie® representa el consumismo e individualismo occidental y el triunfo personal propio de la egoísta mentalidad norteamericana sobre las nociones del comunitarismo; o que está demasiado delgada, o incluso divorciada, o que no lleva velo… Nuestra muñeca siempre será blanco fácil de cualquier crítica ideológica: está claro que nunca la dejarán tranquila, no le perdonarán ser una mujer de su tiempo. No la dejan progresar aquellos que dicen mirar por ella”.- insisten irritados desde “Mattel”. ¿Y qué dicen los fabricantes?. “Está claro: hagas lo que hagas, existirá algún inconveniente, dañarás alguna sensibilidad. El juguete está tan cargado de simbología, que no basta con innovar, no basta con sorprender. Incluso tendiendo a lo políticamente correcto, hierras. Siempre seremos la cara menos amable del fenómeno: el juguete y su diseñador cargan con la cruz de pecados ajenos, es un mártir de los males del mundo”. Si el debate se centra sobre el concepto del “discurso alternativo”, si a la industria del juguete se le acusada de haber secuestrado lo alternativo, las escuelas críticas no menos han raptado el discurso. Triste conclusión: tanto monta, monta tanto. Andamos en círculos. Todos lo impregnan de su propia cosmovisión. O quizá no lo estemos enfocando del modo correcto. Esto es lo que alega Disney cuando disiente. Disney, cuya última princesa, Tiana, le ha supuesto críticas por el modo en que asimila los valores de integración racial al tiempo que los envuelve en ropajes de princesa (Tiana es mujer afroamericana), es un ejemplo de una visión más objetiva, antropológica si prefiere, acerca de la cuestión asignadora de roles prefigurativos. En Disney se lo toman con menos dramatismo y más campechanería: el juego infantil, defienden, no es una responsabilidad social, al menos en la infancia. El niñ@ asume roles según su edad, y su rol simplemente es el de, ni más ni menos, ser niños, no pequeños adultos. A medida que avanzan en edad, abandonan algunos roles infantiles para asumir otros y así hasta encontrar el suyo propio definido en la edad adulta: viene a decir algo así que las princesas de hoy son las profesionales del mañana, pero que antes han de ser, si así lo desean, princesas, como si de una etapa cognitiva más se tratara. Desde Orlando consideran que se les niega la infancia si se le niegan papillones positivos de representación virtual, como pueden ser la propia Tiana. Y en parte tienen razón porque los cuentos y los roles asociados a ellos no los inventó la multinacional norteamericana: tienen mayor antigüedad que La Biblia y compete a la tradición oral. “Todos los pequeños tiene derecho a soñar, todos los niñ@s tienen la obligación de imaginar. La princesa es un modelo de diversión positiva, no de comportamiento prescriptivo”. Los detractores o simplemente temerosos de que la didáctica de los productos Disney escondan propuestas sexistas está fuera de lugar. “Nosotros estudiamos el comportamiento antropológico infantil y a raíz de ello damos forma al producto. Creamos Bibbidi Bobbidi cuando nos percatamos que las niñas acudían a nuestros espectáculos disfrazadas de princesas, no creamos una tendencia y mucho menos una prefiguración social”- comentó Andy Mooney para The New York Times- “Simplemente dimos a las chicas lo que querían (…). Creo que las chicas se imaginarán como princesas y luego superarán esa fase para convertirse en abogadas, doctoras, madres, lo que corresponda a sus decisiones de adultas”. A cada edad, su rol; para cada rol, su producto. Disney no se complica. Y sigue facturando, generando riqueza. 



Imagen de "Bibbidi Bobbidi Boutique" facilitada por Disney Co.
 

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