martes, 18 de enero de 2011

Moneda muerta, dinero negro y billetes falsos (I).

El comercio no está desligado del efectivo circulante, de la moneda y el billete. Mientras perdure el dinero físico, las tiendas tendrán que luchar contra sus incidencias y su fraude mediante la verificación visual o electrónica del billete y la correcta facturación.


s'Hertongenbosch, a sábado 15 de enero de 2011. Víctor G. Pulido.







El “Euro”, la soñada moneda que unifica la soberanía monetaria y su disciplina fiscal de gran parte de los países del continente europeo, no está libre de ser objeto de incidencias derivadas de su circulación y operatividad, al igual que ya ocurriera con sus antecesoras, desde su puesta en marcha hace nueve años. La conocida en el argot financiero como “moneda única”, tuvo su origen metálico y puesta en circulación efectiva de modo simultáneo en trece países de la unión monetaria el primero de enero de 2002. Ya desde principios de 1999, se le reconocía su valor virtual, conviviendo de modo intersticial con las correspondientes monedas nacionales de la conocida antaño como “Europa de los Quince”. Hoy, como consecuencia de la ampliación de los socios comunitarios hacia el Este, la circulación alcanza cerca de treinta territorios incluyendo los países-principados satélites. Andorra, San Marino o Mónaco, comarcas-estados que se antaño sometieron a la soberanía monetaria de sus regiones matrices (lira, peseta, franco,...) son ejemplos de estos últimos; sin embargo se ha de precisar que carecen de acuñación o emisión propia, a la que sólo han accedido hasta la redacción de estas líneas catorce países hasta el día de hoy (quince con Estonia desde el pasado día de año nuevo). No obstante, el término moneda única no deja de evocar un sutil eufemismo de hermanamiento: algunos parlamentos europeos aún se obstinan en acogerla (como Londres), la perciben como una amenaza (Moscú), reniegan de ella (Atenas), la celebran (Bratislava y Tallín) o la anhelan sin pretensiones (Zagred o Ankara). Aunque Reino Unido, Suiza, Noruega, Suecia, Turquía y Federación Rusa, entre otros, aún no lo comparten por heterogéneos motivos de política o soberanía monetaria, admiten de diferente grado su circulación (y su suerte) por el interior de sus fronteras al estar insertas en el Espacio Económico Europeo (a excepción oficial de Rusia y republicas procedentes de la antigua Yugoslavia). Mas por mucho que pretendan marcar solapadas distancias, el efecto contagio del fenómeno euro les aflige, se filtra por los recovecos de su economía casi dos lustros más tardes y condiciona su ecosistema monetario. La moneda europea, llamémoslas así, cumplirá a finales del presente año una década de recorrido, fecha icónica en el que se plantearán muchos debates acerca de su eficiencia y sus tribulaciones durante su actual ciclo de vida. En el retail nos plantearemos el debate a un nivel de microeconomía. Durante los próximos párrafos, nos centraremos en tres aspectos que relacionan el euro y el retail, recalcando la fisonomía de los diferentes tipos de moneda que lo componen para su comprensión en nuestro público iberoamericano y cómo hacer frente a sus anomalías en las líneas de caja del grand retail del mercado español.



Mapa geomonetario de la implantación del Euro.


En la gran mayoría de los países europeos que se refugian bajo su paraguas fiduciario, el fraccionamiento “Euro” consta de siete valores en papel moneda (€5, €10, €20, €50, €100, €200 y €500) y de otros ocho en moneda acuñada (€0.01, €0.02€, €0.05, €0.10, €0.20, €0.50, la unidad de “Euro” y la moneda de dos euros). Una excepción vino de la mano de Finlandia, donde los valores conocidos como “monedas de cobre”, las de menor valor (€0.01 y €0.02) si desligamos de ello a la de cinco céntimos, se emitieron testimonialmente y apenas fueron objeto de circulación por su despreciativo valor de cambio. Esto revela una incómoda realidad para el sueño europeo: y es aquella que nos susurra que no todos los países socios de la divisa compartida comparten al mismo tiempo el mismo nivel de necesidad sobre su fraccionamiento: existen países ricos para los que las pequeñas monedas son inertes mientras para otros implican una significativa masa de circulación, valor de intercambio y velocidad de transacción. Sobre el tapete, esta desestimación de acuño, a la que informalmente se le conoce como moneda muerta, no es exclusiva del país nórdico: en muchos países la moneda de un céntimo de euro acuñada prácticamente es de nula circulación y tiende oficiosamente a desaparecer, como España, donde que apenas representa valor de transacción. Según un estudio del “Eurobarómetro”, el 73% de los residentes en España respaldaría la desaparición de la pieza de un céntimo mientras que un 64% se opondría a la salida de la circulación de la de dos. Se da la paradoja de que la fracción de moneda socialmente más desestimada en España es la que más se acuña por parte de nuestro banco (F.N.M.T) y por ende la menos rentable con respecto a su costo: desde 2003 se emitieron para este valor entre cuatrocientos y quinientos millones de unidades cada año representando una media de 25% de la masa los ocho valores acuñados. El problema, evidentemente, es que las monedas menores una vez que descansan en el bolsillo del ciudadano, no se mueven, están quietas en casa, no regresan a la circulación, como si desaparecieran de la base monetaria. Se calcula que, debido a ello, existen al menos cerca de trescientos millones de euros en cobre inmovilizados en nuestros tarros, descansando en el interior de los cajones de muestras mesillas de noche o sobre los pequeños platos cerámicos de nuestros muebles recibidores. La equivalencia al coste triplicado de traspaso que el “Real Madrid” accedió a pagar al “ManU.” por su jugador franquicia Cristiano Ronaldo.




Anverso universal de la moneda de un céntimo de Euro.


Aunque en datos macroeconómicos esta cantidad estimada sea despreciativa para el gobierno español, “McDonald™” ve en ello una fuente de ingresos para su estrategia de imagen social y solicita a los ciudadanos de toda Europa la donación de estas pequeñas monedas fraccionadas para su Fundación a través de pequeñas urnas-huchas de metacrilato presentes en sus líneas de facturación. Iniciativa que la multinacional norteamericana ha sabido casar en un país tan profundamente admirador de las hamburguesas como repleta de inservibles céntimos: Holanda. Países Bajos (así como el resto del Benelux en su estela) ha seguido los pasos de su vecino finlandés y se ha unido a la muerte del cobre, desechando los costes de producción relacionados con las monedas de uno y dos céntimos (superiores en producción a su valor mercantil: 1,81 céntimos para cada moneda de un sólo céntimo y valor fiduiciario de fabricación prácticamente homónimo para la de dos). El país de los polders ha sucumbido al reconocimiento de la baja productividad y alto coste de hacer circular las monedas de aleación de cobre a cargo del herario. Pero curiosamente, si te das una vuelta por sus supermercados y lineales el valor nominal de los productos aún se mide en céntimos ¿Y cómo me proporciona el cambio la cajera del “De Boer” o del “Spar” si ya no disponen de la circulación de las monedas menores?. Muy sencillo: aplican con neerlandés pragmatismo lo que ellos llaman el redondeo sueco: se ajusta al cinco o al cero su terminación en función de su mayor aproximación y todos contentos (estadísticamente, en lo longitudinal, no pierde nadie, ni cliente ni enseña).




Supermercado de la tienda "De Boer"
en la región neerlandesa de Brabante.


¿Podríamos replicar este protocolo de cobro en nuestras líneas de cajas?. Aunque existe el secreto deseo de que así sea por parte de los directivos de la distribución final, saben que en España, y en un contexto de crisis, es prácticamente inviable en términos de márketing puro. El comercio minorista de distribución, incluidas las medianas y grandes superficies, es consciente que a pesar de su queja manifiesta del tiempo que se emplea por parte de su personal de facturación en dispensarlas, de su fuerte intensidad de operativa de caja (calculadas en cinco millones de euros anuales en costes laborales por pérdida de productividad efectiva), es contraproducente negarse unilateralmente a desprenderse de las monedas pequeñas…¿en qué quedamos?. Pues bien, enfrentados a este deseo quedamos en “quién le pone el cascabel al gato”. Si el gobierno no impone la retirada de los valores menores, el sector “no mueve ficha”; el cobre representa aún un factor tangible de competitividad en el actual panorama de crisis: la enseña que redondee, muere a los ojos del consumidor. Los céntimos sueltos aún producen algo de poder adquisitivo en el  global del consumidor y generan circulación y riqueza con el que amortiguar los costes laborales suplementarios que implican su circulación, especialmente en las tiendas. La consigna es "dejemos que las pequeñas monedas aún circulen,  a pesar de los costes invisibles que generan con las esperanza de que tiendan a su desaparición natural". La concepción del gobierno es realmente la misma pero que, mientras tanto, generen consumo en tiempo de crisis en el camino hacia su propia extinción. A pesar de todo, las pequeñas monedas se les augura aún larga vida debido a los desequilibrios de renta per cápita y poder adquisitivo que existen entre los países miembros de la Unión, e incluso si cabe en el interior de muchos de los desequilibrios de sus fronteras nacionales (mientras existan capas econoníicamente desfavoecidas, subsistirá el cobre arropado entre ellas. Y, por supuesto, debido a lo ajustado de los precios y la competencia, para que las grandes y medianas superficies evitemos el redondeo (aunque sea estadísticamente ecuánime) y podamos seguir suministrando el cambio exacto y justo a nuestros clientes. Sin embargo, existirán siempre disconformes y disidentes: ¿A dónde van a parar estos céntimos o qué hacen los holandeses (y belgas) con todas sus monedas de céntimos que traen de los supermercados españoles a su regreso del tradicional spanish summer?. Terminan abandonadas en las mesillas de las habitaciones de hotel o donan su tediosa chatarra a la Fundación McDonald mientras degustan comida americana en Rokin Straat a su vuelta. Quizás no estén todos los céntimos en nuestros cajones, ni en nuestros muebles recibidores. Algunos tienen sueños de migración. Es el “contagio”, también exportamos céntimos. Quizá una parte muy reducida de nuestra clientela no esté muy de acuerdo y preferirían el redondeo, los neerlandeses; quizá nuestras cajeras estén más que psicológicamente agotadas de tanto cambio y trasiego; seguramente nuestros directivos prefieran el redondeo sueco y todos en paz; quizá muchos de los mandos intermedios no preferiríamos estar colgados del teléfono constantemente con la empresa de seguridad que nos proporciona las monedas-fracción. Pero después de todo, quizá, muy quizásmente, mientras el cobre perviva entre nosotros, seguirá siendo amigo de nuestra facturación. Si no hay cliente pequeño, tampoco moneda pequeña.

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