martes, 25 de enero de 2011

Moneda muerta, dinero negro y billetes falsos (III).

Toda producción humana puede replicarse de modo ilegítimo para su explotación delictiva, desde los bolsos de Louis Vuitton a las gafas Oakley. La reproducción material es un impulso humano, ahistórico y cultural que tiende a manifestarse en todas las aéreas de creación humana: el papel-moneda no está exento.

En Cáceres, a lunes 24 de enero de 2011. Víctor G. Pulido.





El eufemístico “Bin Laden” y sus perversiones monetarias, de las cuales nos ocupábamos en la entrada anterior, no constituye un problema que preocupe mayoritariamente al comercio, a las familias medias o las clases populares, que lo obvia como una cuestión fiscal. El problema monetario que afecta a los ciudadanos españoles habla de valores más cotidianos, como los billetes de valor medio, especialmente los relativos al fraccionamiento de cincuenta y cien euros que, con la crisis económica, tienden a un mayor repunte de su volumen de falsificación como respuesta sistémica al descalabro financiero. Y eso teniendo en cuenta que la moneda única supuso el perfeccionamiento en medidas de seguridad con respecto a sus predecesoras nacionales para evitar precisamente esto, su duplicidad delictiva. La divisa “Euro” congrega toda la innovación y fotomecánica aportadas por el resto de divisas del mundo hasta el momento. También es cierto que, mientras tanto y de modo paralelo la tecnología de impresión para su falsificación, y la ilegítima transacción comercial de su hardware ha seguido su estela dentro de las estructuras de la economía delictiva. Falsificar hoy, independiente del objeto a emular, es más accesible debido a que la propia técnica y la información se debilitan como estructuras oligopolistas del conocimiento y su aplicación. La revolución informacional "adiestra" falsificadores. Sin solución de neutralización, todo lo que una técnica humana pueda llevar a cabo para la legitimidad de sus procesos ecosistémicos (y el comercio, lo es), otra o la misma lo puede replicar con similitud de precisión y calidad para su recreación o, si se prefiere, degrado. Lo contrastamos diariamente en complementos de moda y de vehículos, repuestos de motor y marcas de ropa en polígonos postergados. También en los tradicionales mercadillos francos, rastros y algunas tiendas céntricas de marroquería, incluso. De tal modo lo concibo al margen del dinero físico que, cuando me interesa saber si un producto legítimo novedoso funcionará en el lineal, empleo la visita a estos espacios infradimensionados como uno de los indicadores de demanda y observo el grado de aceptación de artículos similares entre los compradores sumergidos. Cabe el añadido a todo esto que la copia ilegítima de una producción humana, además, no se conforma a los bienes finales industriales ni discrimina por la orientación de consumo: afecta incluso a bienes tan suntuarios y complejos como el arte pictórico. La espectrometría digital y el carbono han revelado que un reducido conjunto de obras de arte, algunas de ellas lienzos franquicia en sus respectivas salas de exposición y que usted pueda admirar en las mejores pinacotecas del mundo ("Hermitage", "National Gallery", "Louvre", o incluso "Prado"), ominosamente no corresponden al original creado por su autor. Fraudes o estafas procedentes de tribulaciones vericuetas, expolios bélicos, seguridad patrimonial u ocultación de robo por parte de las autoridades museísticas suelen encontrarse entre las causas. Muchos museos, evidentemente, con conocimiento de grado o no, desamparan esta realidad e incluso la niegan. De tal modo que, si en nuestro trabajo diario no queremos caer en las ingenuidades de directores de adquisiciones de algunos museos, una primera asunción cognitiva es reconocer que la copia ilegítima de un valor sean pantalones, llantas, papel moneda u obras de artes, conviven entre nosotros: nos acechan o las invocamos, según, siendo norma accidental de nuestros enseres, artículos o utensilios diarios. Aclarado todo esto lo primero que les formulo a las cajeras en las reuniones de formación es: “¿Si se puede falsificar un prestigioso lienzo en toda su complejidad, se podría hacer lo mismo con un billete de euro?”. La respuesta es que indudablemente sí. Al personal de cajas principalmente les hago entender, tanto para su vida personal como profesional, antes incluso que insistirle en la importancia de la atención al cliente, que enfaticen que el papel moneda en sí es un “producto”, aunque mentalmente entre nosotros no adopte esa forma o concepto; y que como tal, dada su naturaleza física de producto absoluto como medio universal de cambio, tiene tendencia a la subproducción, esto es, conlleva el riesgo de ser falsificado.



El "Metropolitan Museum of New York" reconoce que al menos
un 15% de sus fondos propios provienen de adquisiciones fraudulentas.



Luego en el caso del circulante, dejando a un lado el dinero electrónico o plástico, la primera noción que debemos tener clara es que el riesgo de moneda ilegítima es un riesgo producto, y conlleva uno igual o superior al de las antiguas divisas nacionales. Esto se conoce como riesgo valor: el riesgo es proporcional al valor y el “Euro” es una moneda fuerte. Tal es su fortaleza y valor que ningún acto delictivo mínimamente calculado vuelca todo su esfuerzo en falsificar, por citar una referencia, coronas checas: es más racional atacar al eurosistema y su divisa. De hecho, la "Fábrica Nacional de Moneda y Timbre" estima que uno de cada cien mil billetes de Euro que llegan al Banco de España para su destrucción, después de recorrer manos, bolsillos y carteras, es falso. Del resto de divisas apenas existen apreciaciones, excepto para la fracción de cien dólares. Y ya puestos, ¿cuáles son los valores preferidos de los falsificadores?. Como ocurre al otro lado del “charco”, en Estados Unidos, los falsificadores se centran en billetes medios por su mejor ratio de beneficio-riesgo y son los valores que manifiestan mayor tendencia a su reproducción ilegítima. En el "Euro" responden a las unidades fraccionarias de €50 y €100, porque combinan el equilibrio existente entre el poco rastro que dejan y la amortización del riesgo que se asume traducido en ganancias. A esto le llamamos riesgo fracción. Derivado de todo ello existen otros tipos de riesgos invisibles entrañados dentro de este riesgo producto y uno de ellos es el riesgo penal. La falsificación de billetes conlleva penas de prisión lasas con respecto a otros delitos de mayor relevancia social, implica como consecuencia una probabilidad menor de captura y se beneficia de alto rendimiento a corto plazo acompañado de un coste marginal decreciente en su producción. Por lo tanto, la falta de punidad consecuente de este delito y su escasa operativa inicial expone al comercio a una mayor sensibilidad en relación al fenómeno y se convierte para la tienda y su línea de facturación en un riesgo asociado y complementario por su relación calculada de costes-benificios para el infractor. Pero la verdadera complejidad del dinero ilegítimo no es su fabricación, sino su inserción en la base monetaria, su distribución entre la población, para que nos entendamos. Y, ¿a qué se debe esta dificultad?. El dinero falso no es dinero, pero todo lo que tiene de él, que paradójicamente es mucho, es al mismo tiempo dinero negro, pues no procede de mayor actividad productiva que la que deviene de su delito. Por consiguiente las mafias que lo ponen en circulación, al ser su tenencia constitutiva de acto penal, urgen “blanquearlo”. La distribución de moneda falsa implica dos tipos de infractores o procedimientos: o bien a través del “menudeo” y o bien, la más frecuente, mediante la “colocación” a alto nivel de grandes operaciones delictivas como transacciones de vehículos robados o estupefacientes, o a través de clubs deportivos profesionales o sociedades fantasmas: ninguna de ellas es sencilla, requiere profesionalidad. En el próximo post, que cierra esta serie, nos centraremos en el “menudeo”, pues es lo que más perjudica a línea de cajas y a la gran distribución y daremos algunas consignas para detectarlo a tiempo.




 


El billete de Cien Dólares, uno de los soportes-moneda
con menor seguridad y mayor índice de falsificación.








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