jueves, 4 de julio de 2013

ConfeCup, orden y progreso.


La concesión de la organización de eventos macrodeportivos de envergadura tales como un "Campeonato del Mundo FIFA" o unos juegos olímpicos es una oportunidad histórica en manos de las naciones que las albergan para potenciar sus infraestructuras civiles, extender sus redes de mercado internacional y con todo ello fortalecer el prestigio de su marca-país. Sin duda, estos factores constituyen motivos de orgullo para cualquier ciudadano de nación anfitriona, como ocurrió en Sudáfrica en 2010. Sin embargo, las manifestaciones populares en las calles y ciudades de Brasil muestran el sentimiento contrario y unánime de vergüenza. En efecto, una mala gestión de marketing público de cara a la ciudadanía por parte del gobierno federal ha provocado la ola de indignación que como reguero de pólvora discurre por todas sus geografías.

Víctor G. Pulido, para "LinealCero". En PR XIX, a domingo 30 de junio de 2013.




Brasil llevará a cabo la mayor operación de amortización de infraestructuras deportivas, viales y aeroportuarias de la historia moderna conocida tan sólo dentro de su sólo ámbito nacional. El empuje hacia esta implantación y rentabilidad de dotaciones vino inicialmente marcado por su voluntariedad de albergar grandes citas deportivas internacionales encadenadas. En efecto, en breve, celebrará un Campeonato del Mundo de Fútbol, bajó estos días atrás el telón del mini-Mundial conocido como “Fifa ConfeCup”, albergará la “Copa América” del próximo año y se coronará finalmente siendo Río de Janeiro sede nodriza de los juegos olímpicos de 2016. Los beneficíos tanto directos como indirectos que le reportará al país carioca todas las inversiones civiles necesarias para la organización de estos faustos justifican de largo las inversiones llevadas a cabo por su gobierno federal.



Brasil acometió la mayor inversión de infraestructuras urbanas conocidas 
con la edificación de su capital federal, Brasilia, en 1956. Abajo, en la imagen 
de satélite, puede apreciarse la magnitud del complejo urbanístico-arquitectónico
 de Costa-Niemeyer. Medio siglo más tarde, Brasil volvería a sorprender al mundo 
programando el ambicioso proyecto de dotación de infraestructuras estatales 
dentro de un mismo ámbito macrogeográfico de intervención: la nación carioca. 



Pues bien, a pesar de ello, y por mucho que lo explico, cuantiosas de las personas que me rodean, algunas de ellas muy formadas, no tienen particularmente clara la razón práctica que esconde el afán de muchas regiones o naciones por organizar eventos internacionales deportivos. Con todo lo que conllevan, sienten como un impulso ideológico a oponerse al gasto público que generan. En especial si los países que los organizan se muestran visiblemente en vías de desarrollo. Eso es porque no conocen la dinámica de los procesos macroeconómicos (o la obvian) y su efecto sinérgico sobre la velocidad monetaria que libera. Precisamente porque son economías locales en proceso de fuertes escalas de amortización, su implicación en la inversión pública para grandes eventos de carácter transnacional debe ser más que determinante. 
 
Retomando su ejemplo, para Brasil, además, sus argumentos de inversión pública no acaban en los deportivos. Las redes de comunicaciones incrementarán las sinergias interactivas del país. Los sociólogos ya hemos demostrado que los nodos viales interconectados generan más retroalimentación de recursos que huída de los mismos. Y puesto que la moderna socioeconómica ya demostró la relación directa existente entre infraestructuras públicas y desarrollo económico (los países mejor equipados son los que disfrutan de mayores tasas de progreso, intercambio comercial y estabilidad social), Brasil encuentra más perentorio que caprichoso todo el entramado de grúas y encofrados que pueblan sus principales vías interurbanas y núcleos de alta densidad poblacional. El subcontinente federado necesitará en breve de infraestructuras viales y logísticas y de hospedaje y recreación (aún más siendo una futura potencia turística) para su inminente desarrollo como potencia y los eventos deportivos de carácter transnacional se lo están sirviendo en bandeja de plata.

 Un país nodalmente comunidacado es un país cuya explotación y 
comercialización de recursos es más eficiente. Atravesar el mar o la 
selva, barreras geográficas tradicionalmente opuestas al desarrollo brasileño,
ha constituido una de las prioridades de Brasil desde los mandatos de Lula.


 
No en vano, no chocará entonces que los grandes países emergentes luchen entre ellos y entre las grandes pontencias clásicas al objeto de participar de la organización propia de una de estas macrocongregaciones deportivas. Incluso hasta el punto extremo de verse en algunos oscuros casos envueltos en tramas de corrupción de compra de votos sobre los miembros de los órganos decisores. Sin duda las sedes proyectan la mejor carta de presentación global de cada nación anfitriona. Sudáfrica disfrutó de su oportunidad, pese a las críticas. Rusia desbancó a la candidatura ibérica por el Mundial FIFA de turno europeo para 2018; Qatar volcó todas sus influencias para llegar a ser la próxima sede africana en 2022; China deslumbró al orbe entero en las olimpiadas asiáticas; Turquía compite por su modernidad, durante estos días, con "Madrid 2020" y Nueva Delhi anfitrió no hace mucho, en 2010, los “XIX Juegos de la Commonwealth” en la que participan cerca de setenta países (ahí es nada) de la antigua cohorte imperial británica. Todas estas economías están siendo recompensadas de un modo u otro de los beneficios colaterales, a veces imperceptibles, que conlleva la organización de una cita internacional de esta relevancia. Qatar está pivotando sobre el eje de su organización mundialista la transición de una economía basada en la extracción de hidrocarburos a otra en basada en la generación de recursos del conocimiento y la implementación del valor añadido. Y sí, para eso es necesario llevar a cabo un “Mundial FIFA”. Porque su organización fija un punto de atención en el espacio y en el tiempo que atrae simpatías internacionales, talento global e inversiones extranjeras.


Maquetación virtual de lo que posteriormente fue el ya remodelado
Estadio Nacional de "Jawaharlal Nehru", en Nueva Delhi. 
 Bajo estas líneas, ceremonia de inauguración de los "XIX Juegos
de Naciones de la Commonwealth", durante el verano de 2010.  



Un macroevento deportivo puede cambiar la percepción que se tiene de un país y un país mismo. Se trata en muchos casos de una “pequeña revolución identitaria”, tal como sucedió en España o Sudáfrica. De tal forma que nunca una receta keynesianista fue tan bien aliñada para tal caso, el de Brasil. La nación carioca dará tanto un salto cualitativo como otro cuantitivo en lo que en su eminente despertar de futuro se refiere gracias a estos eventos. Las tasas de retorno de la inversión se harán visibles a medio plazo (quizás diez años) y surgirá un nuevo y fuerte competidor económico mundial en el mercado de naciones que proyectará riqueza a toda su área de influencia; gracias al desarrollo de esta región el equilibrio internacional entre países ricos y pobres reducirá su brecha; y los brasileños disfrutarán además de una mayor calidad de vida.



 


Puente y metro monorail elevado de Sao Paulo. Bajo estas líneas,
el flamante maracaná desde la perspectiva del Monte Corcovado.


 

Siendo así y pintado todo tan de colores alegres, esto es, una vez llegadas a estas conclusiones, déjenme que adivine, ustedes se preguntarán ¿cómo entonces es que anda el patio tan revuelto a pié de calle en Río, Brasilia, Salvador, Sao Paulo...?. Siendo una cita deportiva internacional una inversión y una apuesta segura de futuro que estimulará sus fuerzas productivas y culturales ¿es que los brasileños acaso no tengan capacidad de visión de futuro en corto?, ¿las manifestaciones y conflictos callejeros no están dañando la imagen de marca-país en el que tanto dinero público, prestigio y energías se han invertido en los últimos años?, ¿en el país que ama al fútbol no es todo un contrasentido manifiesto?. A mi no me cabe la menor duda de que así es. Como para cualquier disputa familiar las fechas navideñas o los ceremoniales de boda no representan la mejor ocasión para solucionar los diferencias entre sus miembros (mejor antes o mejor después), de igual forma y manera para un país la caja de resonancia mediática que implica la puesta a punto de una gran cita futbolística no debe ser escenario de discordias internas. Pese a quien pese, las revueltas urbanas acontecidas en las últimas semanas en Brasil, aunque la mayoría pacíficas, han dañado gran parte de sus esfuerzos en marketing público como país de inversiones.  Los movimientos sociales contestarios cariocas, aunque de forma mayoritariamente lasas, han estado arrojando piedras sobre su propio tejado. Las consecuencias de esta proyección de imagen al exterior no pueden ser más potencialmente perniciosas para una democracia de mercado emergente: desconfianza ciega, retención de capitales, elevación del riesgo-país, huída de activos, temores bursátiles, desincentivación de inversiones, contracción de la confianza, etc.
 

El carácter pacífico de las manifestaciones ha quedado eclipsado
por algunos violentos disturbios protagonizados a partes iguales 
por radicales y fuerzas nacionales de seguridad. El daño a la imagen 
del país podría medirse por millones de dólares de inversión restringida.



Pero las objecciones de mis conocidos y amigos no me permiten que desfocalice tan llanamente la atención sobre lo verdaderamente relevante de todo este asunto por encima de las cuestiones macroeconómicas: los hechos sociales y no otra cosa. Algo está pasando en Brasil para que el país que más se desvive por el fútbol, lo esté perciviendo como lo que debería ser: un mero espectáculo finisemanal sin trascendencia de vida. En efecto, los brasileños están estenuados de escuchar de manos de sus gobernantes y del resto de sus países vecinos que Brasil es un país rico. ¿Dónde reside la riqueza de una nación cuyos ciudadanos apenas pueden permitirse un desplazamiento en transporte público para ir al trabajo?. El problema de la estructura social brasileña procede de su propia raíz histórica de desigualdad en relación a la renta nacional: la tradicional desconexión entre los beneficios netos de la producción y los ingresos por rentas de trabajo. La clase trabajadora no participa de los beneficios industriales y de gestión pública tal y como debería; como consecuencia, el consumo interno al no adquirir preponderancia no es tan prioritario para el empuje de la demanda, cuya producción queda orienta al exterior. Al poder competir Brasil en recursos accesibles y mano de obra intensiva en los mercados internacionales, las inversiones de tecnología y capital no se vislumbran como factores determinantes de la producción nacional; por lo que el estado para poder romper esta dinámica se ve obligado a apostar por la innovación de infraestructuras para que su desarrollo ejerza las presiones necesarias sobre el sector privado y su competitividad. 



En las imágenes, los excluídos de la fiesta del fútbol. El gobierno federal de 
Roussef no ha logrado gestionar el descontento de las clases pauperizadas de 
cara al Mundial, no ha sabido trasmitirles que para las generaciones venideras, 
un futuro mejor es posible con el respaldo de todos a la imagen y marca del país.


No existe, pues, una correlación entre riqueza económica e intensidad de políticas sociales en Brasil. Esto está por llegar, seguro. Pero el estado brasileño está en la senda de crecimiento y desarrollo correcto para garantizarlas para el resto de su devenir histórico. Se trata de invertir hoy todo al rojo para hacer saltar la banca mañana. Puedo entender a aquellos que desgañitan “más pan y menos champán”. Pero nadie arriesga su dinero sobre la mesa de un socio donde sólo encuentra “Coca-Cola” y patatas. Y lamento por los que abogan por el pescado antes que lo por la caña de pescar; pero la situación social a medio plazo más objetiva para los brasileños se esboza mediante políticas keynesianistas más que paternalistas. El único error apreciable del gobierno de Dilma Roussef sin duda, ha sido su política de comuicación pública con respecto a sus ciudadanos. No ha sabido concienciarlos de la importancia de esta carta de presentación que es un Mundial. Ha confiado en que todos comprenderían que la senda del desarrollo implica sacrificios sociales, esto es, trabajo, ahorro y cargas elevadas presentes para obtener réditos de futuro. Seguramente de tanto esfuerzo en vender su producto, sus grandes citas deportivas como símbolo del éxito económico de su nación al exterior, se ha olvidado de promocionarlo desde dentro, desde su  propia base de apoyo. Una mala gestión del marketing público es lo que tiene. Que puede dar al traste con todo.

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