miércoles, 24 de julio de 2013

A vueltas con los idiotas.


El programa de intervención hindú de "almuerzo por escolarización" constituye sin lugar a dudas la mejor iniciativa de inclusión social de la que puede disfrutar un país como la India de cara a su propio desarrollo humano sostenible y de mercado. Ahora bien, esta medida administrativa debió ir acompañada de un correcto diseño de antropología industrial y comercial. Las consecuencias de esta falta de planificación administrativa ha dado lugar a la mayor crisis de seguridad alimentaria y epidemiológica de los últimos tiempos en la India. De nuevo, a vueltas con los idiotas.

Víctor. G. Pulido, en PR XIX, a martes día 23 de julio.


"El capital no es un mal en sí mismo. El mal radica en su mal uso". 
Mahatma Gandhi, politólogo hindú.





Así lo entendieron los modernos gobiernos de la India desde un primer momento. Las políticas sociales son apremiantes para cualquier nación que se considere democrática del mundo. Y puesto que la India, a base del crecimiento porcentual de su producto interior bruto por encima del siete por ciento interanual, empezaba por fin a reconocerse como una verdadera democracia consolidada, debía entonces apostar por su propio modelo de desarrollo social sostenible.

Por lo tanto, una de las principales iniciativas administrativas de estos nuevos programas estatales de intervención social fue implantar el modelo de almuerzo por escolarización para los más pequeños. La medida social del "programa de comedores escolares” hindúes no puede, sin más, ser actualmente lo más acertada posible para un subcontinente estatal que alberga doscientos treinta millones de deshauciados de solemnidad. El almuerzo gratuito que ofrece el gobierno permite subsistir a más de ciento veinte millones de niños en toda la India. Además, da la oportunidad de liberar de carga de mantenimiento a los escuetos recursos alimentarios domésticos de muchas familias empobrecidas: puesto que los más pequeños no comen en casa durante el mediodía, se da la salvedad de que parte de su dote nutricional diaria se procura para sus padres, abuelos o hermanos mayores. Se calcula entonces que cerca de doscientos millones de ciudadanos hindúes se benefician directa, colateralmente o en parte de esta medida socioalimentaria provista por el gobierno. Al menos, sobre el papel timbrado de las estadísticas del Estado, claro. 



Rancho escolar proporcionado en algunas poblaciones de la 
India. O como las denominan allí , cruelmente, "Happy Meals". 




El “programa de comedores escolares” en la India se inspira y disfruta de la misma naturaleza racional que permitió la emisión de los tradicionales “bonos de comidas infantiles” en EE.UU. para familias sin recursos económicos desde la histórica “Gran Depresión”. Ésta hoy tradicional transferencia fiscal para las familias americanas más necesitadas- actualmente víctima también de los recortes presupuestarios del Congreso- representó durante décadas un mecanismo de palanca keynesianista que permitió que mucha gente no pasase hambre. El resorte estabilizador ayudó además durante años de recesión o postguerra en norteamérica a articular el reflujo del consumo, el empuje de la demanda en los comercios de barrios y el  desarrollo del formato de supermercados (pregunten a “W-Mart” cómo creció tanto); y, casi de modo imperceptible, colaboró a que los niños de las familias más desfavorecidas pudieran tener una vida escolar normalizada al margen de las particularidades económicas del país o laborales de sus padres. Las transferencias fiscales de corte social “en especies” ayudó a que muchos niños estadounidenses pudieran disfrutar de una vida sana, integrada, equilibrada y en igualdad de condiciones y oportunidades entre sus semejantes en edad al margen de los condicionamientos contables domésticos. Ésto, en ciernes, es lo que pretende de algún modo la India, sin desacierto.



 Cupón alimentario -"food stamp"- emitido por la Secreraría de Estado 
de Agricultura del gobierno norteamericano en los años cincuenta. Sobre y
 bajo él, tiendas de diferentes épocas que los admitían como medio de pago.

 


Sobre la hoja de ruta de su desarrollo global, esta medida es más que favorable de cara a los intereses futuros y a corto y medio plazo de la nación hindú. Con un incremento cuasiexponencial de su renta per cápita y un crecimiento inminente vertiginoso, el gigante continental necesita proveerse de personas iniciadas en la escolarización; esto es, que sean instruidas y formadas posteriormente para contribuir a la riqueza técnica y profesional necesarias para sostener su take-off, estrechar la brecha antropomórfica entre las castas hasta hacer desaparecer su simbología ancestral y consolidar su posición global en el mundo. Luego en alguna medida, al menos en la social, el "programa de comedores escolares" es, definitivamente, la mejor idea administrativa que ha desarrollado la India desde su descolonización y la mejor inversión estatal de futuro. 
 
Hasta ahí y hasta ahora India está haciendo todo lo que un país con algo de dinero y medianamente responsable puede hacer para dar de comer y formar a sus ciudadanos más frágiles. Ahora bien, ¿qué está pasando subrepticiamente para que este exitoso modelo de inclusión social se esté cuestionando dentro de la India al tiempo que escandalizando a medio mundo?. En contra de lo que pudiera parecer, India no siente menos pasión por sus niños que cualquier otra nación que se desviva tanto por ellos como pudiera ser la neerlandesa. Seguramente la tragedia de veintitrés escolares fallecidos por intoxicación alimentaria en uno de al menos dos de los casos que han visto la luz informativa en la última semana allí no esté ayudando mucho a ver los comedores escolares como integradores del desarrollo.



Los niños configuran un importante activo afectivo en algunas sociedades como 
la holandesa, en la cual disfrutan de considerables atenciones y actividades.


El trágico fallecimiento de los niños en la bella comarca de Patna a manos de un menú escolar cocinado con aceite adulterado ha dejado emerger el descontento que toda una nación siente en relación al descontrol administrativo que percibe en todo lo relacionado con la distribución comercial de los alimentos y sus calidades. Dicho de otro modo: se transpira la ira de la población contra la corrupción política. Y tras este desafecto se oculta la importancia otorgada de un bien socioindustrial para los hindúes: la clave está en el arroz.

Gracias a la revolución verde experimentada por su agricultura en la últimas décadas, el principal alimento básico de la nación, el arroz, ha pasado de ser un nutriente que se importaba desde los vecinos países productores del sudeste asiático a convertir a la India en el segundo productor mundial de este cereal. Sin embargo, para los hindúes, el problema de fondo reside en que a pesar de ello no existe una interrelación directa entre la producción nacional bruta y su consumo interno. Los ciudadanos de la India sospechan que detrás de esta “paradoja de la producción” se ampara un codicioso mercado industrial destinado a la exportación masiva de grano y fermentación de licores, como así es; lo que ha acarreado por analogía de procesos toda una desvirtuación de la cadena de distribución alimentaria cimentada sobre la lógica del saqueo público del alimento nacional, la inseguridad de los productos básicos y la corrupción administrativa sobre el comercio y la industria. Una barrera al desarrollo económico insalvable.



Los cadáveres de algunos de los niños intoxicados son trasladados
en ambulancia al centro hopistalario de Patna al objeto de su autopsia.
La cocinera, también víctima de la intoxicación, sobrevive ingresada.



Este mercado informal sostenido por las diversas corrupciones locales, como todo mercado que se da en la India, está sensibilizando a una población social cada vez más consciente de su poder frente a sus dirigentes. Al igual que para el precio del trigo en Egipto o el billete de autobús en Brasil, el grano de arroz en la India se ha erigido como una metáfora material de la realidad que encierra fuertes significados simbólicos asociados a la identidad de la comunidad hindú y a su progreso social. Un incidente más y los políticos no confían en que el carácter tradicionalmente pacífico de sus ciudadanos no mimetice el comportamiento de otras revueltas nacionales como las protagonizadas recientemente en otras regiones en desarrollo como Turquía, Magreb o Brasil . Para una nación ya de por sí caótica, una estallido de las dimensiones sociales de un pueblo que ya sabe que no toda la comida del gobierno llega a sus bocas (y, en ocasiones, la que llega están en condiciones no objetivas para su consumo) podría producir más caos y muerte como consecuencia de revueltas y descontentos sociales. 



El pueblo hindú está adquiriendo cada vez más una conciencia vindicativa 
acompañada de un sentido crítico de democracia participativa. 
 
 
En definitiva, los políticos no saben cómo hacer frente a este planteamiento gordiano: no hay seguridad alimentaria sin seguridad distribucional (y, por supuesto, su viceversa). Los EE.UU. pudieron consolidar durante años las bases de un comercio de seguridad alimentaria sobre la estructura de un sector comercial ya maduro y acostumbrado a las regulaciones y control de trazabilidades. Los “cupones” hicieron el resto al dotar de un mayor dinamismo y embergadura a su sector de alimentación final, que intercedía además como filtro de calidades y trazabilidades. Pero en la India el sistema de distribución comercial está tan desnaturalizado que no se puede cambiar de un día para otro. Entonces,... ¿qué se puede hacer?, ¿cómo evitar que mueran más niños a manos descontraladas de los programas sociales?. 

Aportaré una observación controvetida: los niveles de corrupción sólo pueden ser combatidos por niveles más bajos, ágiles, formales y competitivos, como si de un juego de libre mercado se tratara, de corrupción. Luego una solución simple sería acudir a los estendidos mecanismos de redes de clientelismo político propio de naciones en desarrollo para crear una estructura de servicios empresariales controlada por grupos adheridos a la confianza de la alta administración. Para el caso de los comedores escolares indios podrían diseñarse concesiones administrativas a dedo relacionadas con servicios de suministro estrechamente vigilados. A través de las incipientes compañías de catering se daría lugar al control de los recursos propios alimentarios del estado transferidos a su población; de origen a destino su volumen, trazabilidad, control de calidad y distribución interna quedarían fuera de toda sospecha (o recarería de no ser así, de modo transparente sobre los responsables directos); se restaría cuota de mercado informal a los distribuidores tóxicos; sentaría las bases de un futuro sector estratégico de servicios alimenticios dentro de una economía de más de mil millones de ciudadanos; mejorarían los rendimientos y eficiencias de escalas de su producción y generaría puestos de trabajo y rendimientos fiscales mediante cuantiosas tasas de retorno... De hecho,... ya lo hicieron con Bollywood, no les resultará nada difícil ni novedoso. De este modo la corrupción instrumental administrativa haría frente a la corrupción desleal e informal, desbancándola del sistema de juegos, mecanismos y competencias del mercado en el medio plazo.


Vale, y ustedes ahora me dirán: “Con su propuesta de diseño, al final lo que nos ha quedado claro es que todo está pensado para que la pasta vaya a parar a los mismos bolsillos de siempre”. De acuerdo, no queremos éso; y, en todo caso, además, no será así eternamente (el mercado expulsará  o absorverá tarde o temprano a los operadores clientelares por su ineficiencia oligopolista). Pero al menos me reconocerán que se propiciará en el corto plazo social un equilibrio de intereses entre población y Estado, se evitará con éllo que mueran más niños inocentes y en el caso que así no sea que las responsabilidades políticas sean más vinculantes... ¿no les parece un buen trato para empezar?.

 "A mí me parece un sistema perfectamente equilibrado".



Comercio y Corrupción en La India. 

El fantástico profesor de Comercio Internacional Jagdish Bhagwati (indio, de actual nacionalidad estadounidense) escribe unos artículos de prensa interesantes sobre el tema de la corrupción en la India. Una pequeña parte de los mismos los dedica a explicar cómo el comercio (entre otros) ha sido fuente de corrupción (por lo visto, antes inexistente) en la administración de la India. En el decenio de 1950, la India tenía una administración pública y una clase política que eran la envidia del mundo. Aunque hoy parezca asombroso, la pérdida de la virtud se remonta al omnipresente “raj de los permisos”, con su imposición de licencias para importar, producir e invertir, que alcanzó proporciones colosales. Los burócratas de alto nivel no tardaron en descubrir que se podían trocar las licencias por favores, mientras que los políticos vieron en ese sistema el medio de ayudar a quienes los respaldaban con importantes contribuciones financieras. Una vez que hubo arraigado el sistema, la corrupción se filtró hacia abajo, desde los burócratas y políticos superiores, a los que se podía sobornar para que hicieran lo que no debían, hasta los burócratas de nivel inferior, que no hacían lo que debían, a no ser que recibieran sobornos. Llegó al punto que los funcionarios no facilitaban los datos de los archivos ni expedían un certificado de nacimiento o una escritura de propiedad de una finca, si no se los untaba. Antonio Gómez Gómez-Plana es profesor en la Universidad Pública de Navarra de Comercio Internacional donde imparte varias asignaturas vinculadas al comercio y a la globalización económica.

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