jueves, 24 de junio de 2010

Colateralidad positiva II: ¿Qué gana Sudáfrica con el Mundial?.

¿Por qué tantos países se esfuerzan en organizar eventos deportivos?. Brasil invertirá 9.400 millones de dólares sólo en el Mundial de 2014, pero su reconocimiento como potencia mundial le invita a ello.



Bogotá, junio de 2010. Jerónimo Pimentel.





          La imagen de un niño sosteniendo su balón sobre su vientre,
ha provocado polémica por lo niveles de hambruna en África.


Lo bueno de las teorías sociales que hemos visto en la entrada anterior es que explica la construcción de “elefantes blancos”. Para el Mundial 2002, Japón y Corea del Sur construyeron veinte estadios a un costo entre 5.500 y 9.000 millones de dólares. Si bien los coreanos pudieron aprovechar las nuevas instalaciones gracias a la “K-League”, el torneo nacional más competitivo de Asia, los nipones solo pudieron mantener activos dos de los diez campos que erigieron para el mundial compartido. Pero en el 2002 Japón estaba desesperado por salir de diez años de recesión y un “boom” de la construcción era un paso natural para terminar con el estancamiento. Un informe de la BBC del 2003 reveló lo lógico: el béisbol seguía siendo el deporte favorito de los súbditos de Akihito y edificaciones tan espectaculares como el Estadio Internacional de Yokohama (con capacidad para 70.000 espectadores) o el Estadio Miyagi de la prefectura del mismo nombre, hoy se alquilaban para bodas y aún malviven rentándose al mejor postor. Un caso similar ocurrió con las Olimpiadas de Pekín en 2008, en las que el gobierno chino decidió exhibir su grandeza construyendo el Estadio Nacional de la capital, un centro multideportivo alabado arquitectónicamente y llamado popularmente el “Nido del Pájaro”. A una inversión de 423 millones de dólares y con aforo para 91.000 personas, el monstruo chino ha tenido un uso postolímpico discreto. A dos años de su inauguración, de acuerdo con un reportaje de “The New York Times”, solo ha cobijado cuatro eventos: un concierto de Jackie Chan, un partido de fútbol italiano, una ópera y un recital de cantantes chinos. Durante el invierno sirve de parque de recreación para los vecinos y también de museo vivo: los turistas extranjeros pagan siete dólares por verlo. Sin embargo, la construcción indiscriminada es casi la estrategia de crecimiento del gobierno comunista, keynesianismo puro, por lo que la falta de uso no parece ser una preocupación de Hu Jintao, quien ya baraja la opción de convertir el recinto en un centro comercial. Pero hay un caso más extremo. Las Olimpiadas de Atenas requirieron una inversión de 14.400 millones de dólares. Se construyeron veintidós complejos deportivos y coliseos, de los cuales solo uno se mantiene para la práctica deportiva. El resto están abandonados. Para no pocos analistas, los desbarajustes fiscales helenos, que hoy tienen al país en el ojo de la tormenta dentro de la Unión Europea, empezaron cuando se encendió la antorcha olímpica en el 2004.



Estadios de las sedes del Mundial de Fútbol de Sudáfrica,
propias de una potencia económica mundial.


Cuando hay pobreza física, obtener servicios básicos como casa, luz, agua potable o carreteras mejora ostensiblemente la calidad de vida de las personas y repercute en índices de bienestar más “reales”. Luego, es posible aprovechar la candidatura a un evento regional como excusa para modernizar la infraestructura deportiva nacional, como fue el caso de la “Copa América” que organizó Perú en el 2004 -a un costo de seis millones de dólares-, que sirvió no solo para modernizar estadios que se encontraban en un estado calamitoso sino también para un segundo propósito: afrontar la organización del "Mundial Sub-17". La línea de flotación para generar felicidad con dinero deportivo es, entonces, los 15.000 dólares brutos anuales per cápita. Por debajo de ello, claramente, es recomendable la inversión social. El PBI per capita de Colombia es de 5.400 dólares. El de Sudáfrica es de 10.103. El paisaje urbano sudafricano, aún con reminiscencias del apartheid, puede ser desolador. La barriada “Tin Town” (Ciudad de Estaño), llamada formalmente Blikkiesdorp, es el peor ejemplo. Recuerda tanto a los campos de concentración donde el gobierno sudafricano reubicó a los extraterrestres de la película “District 9”, que la ciencia ficción producida por Peter Jackson pierde su valor metafórico para tornarse hiperrealista. Es de ahí de donde provienen los primeros gritos de protesta ante el contraste entre la imagen moderna y pujante que Sudáfrica quiere regalar al mundo y la cruda realidad interna, en la que un tercio de su población vive con menos de dos dólares diaros al día. “Tin Town”, por supuesto, no es el único rincón de miseria. Las protestas en Nelspruit, donde se impone el Estadio Mbombela para 46.000 espectadores, a un costo de 134 millones de dólares, no cesan. Sus columnas se yerguen como jirafas gigantes que, de noche, iluminan el estadio y la ciudad. Ahí solo se jugarán cuatro partidos del Mundial, para luego legar el estadio a los Mpumalanga Black Aces, un club de fútbol comprado por dos hermanos chipriotas en el 2004. El equipo ascendió a primera división el año pasado y quedaron penúltimos en la "ABSA Premiership". Nelspruit es considerada una de las ciudades más prósperas de Sudáfrica, pero también una de las más desiguales del mundo.



Infraviviendas en "Tin Town", es una fotografía de Lizane Louw.


A pesar de ser un foco agroindustrial y turístico (ahí se ubica el famoso "Parque Nacional Kruger" ), es la capital de una provincia que posee un porcentaje de pobreza de 48,7% y de desempleo de 37,4%. La situación en Nelspruit no es excepcional. De acuerdo con el periódico canadiense“The Dominion”, el 28% de los sudafricanos no pueden afrontar los costos de agua potable que les exige su Estado. Ese mismo medio cita a Eddie Cottle, coordinador de la Campaña para "Trabajo Decente Antes y Después de Sudáfrica 2010", quien afirma que la cantidad de dinero gastada por el gobierno para los preparativos mundialistas (6.000 millones de dólares), equivale a lo que invierte el Estado en viviendas durante los próximos diez años. No es poca cosa para un país donde el 13% de la población vive en refugios temporales, sin luz eléctrica ni baño, como en “Tin Town”. El despropósito se hizo evidente muy temprano. Según "Soccernomics", en el 2009 el ministro de Economía de Sudáfrica armó un taller de trabajo con tres economistas deportivos internacionales. La sorprendente conclusión del mismo fue desconcertante: lo mejor que podía esperar el país de Mandela es que el Mundial no reduzca el crecimiento, algo nada alentador para una economía que cerró el año pasado con una caída de 1,8% de su PIB. Como dato concluyente mostraron una estadística depresiva. El medio millón de turistas que esperan recibir por alojar al fútbol de élite es una fracción de los arribos regulares en promedio, habida cuenta de que en el 2007 los viajantes mensuales se contaban en 750.000.



Portada del Informe Kuper-Szymanski,
literaturizado en su publicación "Soccernomics".


Los pocos extranjeros que se animan a pisar la tierra de Mandela en invierno es uno más de los factores que explican la lenta venta de entradas para los partidos, otro de los indicadores de éxito que aún andan tibios. En Alemania 2006 la cultura futbolística y el elevado promedio de ingresos hizo que conseguirlas fuera una verdadera odisea, a pesar de la ya arraigada costumbre que tienen los germanos de observar los partidos de la Nationalmannschaft en lugares públicos, gracias a las pantallas gigantes que se colocan, por ejemplo, en la Puerta de Brandenburgo. En Sudáfrica, muchos paisanos tienen dificultad para reunir los dieciocho dólares que cuesta la entrada más barata, por lo que meses antes de la Copa varias tribunas amenazan con lucir vacías. Sesenta días antes de la inauguración, medio millón de entradas aún estaban disponibles, lo que obligó a la FIFA a venderlas al cash al pueblo sudafricano, algo inédito ya que suelen venderse por Internet, con tarjeta de crédito o incluso por sorteo. La desesperación llevó a que Danny Jordaan, una de las cabezas del Comité Organizador, suplicara a sus connacionales: “Hemos hecho todo lo que se nos ha pedido. Hemos creado una categoría de precio exclusiva para Sudáfrica... Si eres un buen anfitrión, tienes que estar ahí”. La desorganización, sin embargo, impidió que la venta masiva sea un éxito. Un reporte de ESPN aseguró que de las 1.000 personas que se acercaron al local, sólo treinta y dos pudieron adquirir boletos después de tres horas y media. Match, la empresa designada por la FIFA para el expendio, alegó problemas técnicos. El poco calor futbolístico de los anfitriones ha hecho que sea la primera vez en la historia que un país-sede no lidere la venta de entradas. La tímida estimación por el fútbol en un país entregado al rugby y al críquet, ambos vestigios coloniales, es flagrante: Sudáfrica no figura ni siquiera entre los diez primeros países en el ránking de entradas vendidas por partido. Inglaterra, de hecho, cuenta con más respaldo popular que los "Bafana Bafana" (el equipo nacional sudafricano), ya que la Premier, para muchos la mejor del orbe, cuenta con miles de seguidores en el país africano.



Plantilla informativa sobre las
características de una entrada oficial.


A estas alturas, y con tantos problemas, muchos fanáticos del fútbol se preguntan el por qué de la elección de un país tan problemático. Blatter ha esgrimido una razón política, o más bien retórica: todo el mundo mira a África con condescendencia, pero nadie les otorga responsabilidades. El motivo real, sin embargo, puede ser algo tan simple como el uso horario, que favorece a los televidentes de Europa, la región más próspera y poblada amante del balompié. Parece un tema baladí pero es vital: un hecho que explica los desastrosos rátings que tuvo el mundial de Corea-Japón 2002 fue que en el Viejo Continente los partidos se pasaban a media mañana o a la hora de almuerzo. Johannesburgo, en cambio, difiere en solo una hora de los tiempos de Europa central, lo que resulta ideal no solo para los hinchas sino, por supuesto, para las marcas auspiciadoras, que pagan hasta ciento veinticinco millones de dólares por ser sponsors oficiales. A pesar de toda la carga asumida por Blatter, apostar por Sudáfrica seguirá siendo una jugada incierta hasta el inicio del certamen. Así los cálculos económicos encajen, el pueblo swazi mágicamente se convierta al fútbol, los estadios se llenen, los conflictos sociales se apacigüen, la delincuencia baje y el deporte de élite tenga el marco propicio para su perfecto despliegue, una sensación de intranquilidad recorrerá los treinta días de competencia. La facción del Magreb islámico de Al-Qaeda difundió el siete de abril un comunicado terrorífico: “Cuán maravilloso sería el partido entre Estados Unidos versus Bretaña si, en un estadio lleno de espectadores y con transmisiones en vivo, el sonido de una explosión ruge a través de las gradas, el estadio entero queda patas arriba, y el número de muertos se empieza a contar por decenas y centenas”. Pero los pesimistas del Mundial africano no necesitan apocalipsis terroristas para mostrarse escépticos. Bastarían una docena de violaciones, raptos y robos a las personas “correctas” para que la hipersensibilidad occidental se erice y las cadenas noticiosas bombardeen durante un mes la noticia fatal: Sudáfrica organizó el peor Mundial de la historia. Los optimistas, por supuesto, no pensamos en eso. Solo esperamos que ruede el balón para disfrutar de un placer que uno solamente se permite cada 1.460 días.












1 comentario:

  1. SEGUIMOS LA ACTUALIDAD DEL TEMA:

    Noticia de "elmundo.es" del 04/02/11.

    "Soccer City: cerrado por robo o por goteras".


    El lustroso y costoso estadio Soccer City de Johannesburgo, donde España ganó la final del Mundial, ha cerrado por robo. La noticia la daba el portavoz de la Liga Sudafricana de Fútbol, Altaaf Kazi, que anunciaba ayer por la noche que el importante partido que se debía jugar este sábado en el recinto quedaba suspendido "porque han robado los cables de la luz. No hay iluminación en terreno de juego, ni luz en los vestuarios… Está todo a oscuras", explicaba.

    Sin embargo, horas después, ante el revuelo creado, la Policía de Johannesburgo aseguraba que no ha habido un robo de cables y que la razón de la falta de energía se debe "a que los cables están húmedos”. Una versión que contradice a la dada por la Liga –está aún por aclarar quién dice la verdad–, pero que deja en mal lugar a los responsables de la millonaria obra. “No hay seguridad en el estadio o es que los cables no se han enterrado. Es lo mismo, es una vergüenza y alguien miente", es un mensaje que se puede leer en los periódicos del país.

    El Soccer City costó más de 311 millones de euros, un 45 por ciento más del presupuesto inicial. Durante el pasado Mundial fueron muchas las voces que hablaron de corrupción y pago de comisiones en la construcción de los espectaculares campos de fútbol que se construyeron en Sudáfrica para el torneo. “Es una vergüenza que en un país lleno de necesidades, el Gobierno invierta este dineral en construir estadios que tras la Copa del Mundo quedarán inservibles”, denunciaron varias ONG. El tiempo ha dado la razón a los que vaticinaban que tras el torneo el mantenimiento sería imposible.

    El estadio de Ciudad del Cabo, que costó cerca de 450 millones de euros, con un sobre coste cercano al 50 por ciento, y cuya obra se adjudicó la noche antes al traspaso de poder regional entre el ANC y la DA, está siendo ofrecido para ser alquilado para cualquier tipo de evento: bodas, cumpleaños o cualquier tipo de celebración. (Lo mismo se está haciendo en los estadios de Durban y Johannesburgo). Los responsables políticos regionales acaban de anunciar que "esperan ideas" para poder soportar su elevado coste. Incluso se ha incluido en el probable Gran Premio de Fórmula 1 que en 2013 se disputará en la ciudad que una parte del trayecto urbano sea pasar por el interior del campo.

    La quiebra del estadio de Ciudad del Cabo era una crónica anunciada por muchos. En un libro del Human Reserach Council publicado en 2010 se decía que “la FIFA presionó a las autoridades de Ciudad del Cabo y del Gobierno para construir un estadio en un lugar que sólo responde a un criterio: mostrar el mejor perfil de la ciudad”. Los mandamases del balón desestimaron la renovación de un estadio ya existente porque insistían en que "el campo debe estar cerca del concurrido y lujoso centro comercial del Waterfront", explican sus autores. “La renovación del estadio ya existente habría permitido con el ahorro la construcción de viviendas para 250.000 personas”, concluye el informe.

    La realidad, es que cuando no se ha cumplido un año de la inauguración de los campos, la mayor parte de los recintos, cuyo mantenimiento es caro, están bajo "amenaza de quiebra". Al menos, son claramente deficitarios.

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