miércoles, 31 de octubre de 2012

The BuyCostumes Index: Máscaras de Halloween, berlinas suecas y resultados electorales (I).


¿Pueden las exuberancias electorales dar lugar a tendencias comerciales entre los ciudadanos? ¿Quizás esas mismas tendencias de consumo de los electores calibrar el grado de adhesión popular a una figura pública?. Derivado del comportamiento de un consumo masivo, ¿se puede sintetizar un índice de popularidad que pronostique el resultado de los comicios?. Parece ser que el “Buycostume Index” para los EE.UU. así lo demuestra. Emerge la investigación de consumo como juguete sociológico-electoral.

Víctor G. Pulido para “LinealCero”. En Cáceres a martes 29 de octubre.  






El ejercicio de la función electoral en una determinada campaña presidencial puede dar lugar a un producto de consumo que en sí es generalmente el candidato mismo, su figura, su identidad, su imagen así como las personas próximas, los objetos o la estética que le rodean. Una interpretación pública que, al usurpar su propia imagen o señuelo, casi sin pretenderlo ni poder hacer nada por evitarlo, convierte a la persona política en un fenómeno comercial. Precedido de todo ello frecuentemente el político de masas acaba trastocándose tras su fenómeno en una marca comercial que, más allá del marketing electoral que lo envuelve, adquiere vida y autonomía propia. Los asesores electorales son conscientes de esta dinámica, e intentan evaluar cualquier indicio de comercio que, a través de la venta de un producto totémico o fetiche, devenga una vinculación asociada o intermediación material entre el electorado y el candidato. Están plenamente convencidos de su mágico potencial como indicador de popularidad.



La industria del consumo, lo que antes se llamaba en la honestidad y bondad de su naturaleza comercio, ya hace tiempo que sabía todo esto, que los consumidores se identifican con sus líderes políticos (al igual que con los deportivos, cinematográficos o religiosos) y que, haciendo propia la plasticidad de su imagen durante el desarrollo de los comicios, convierten en consumo y en marca intangible todo lo que rodea al personaje público. Al menos en América, claro, donde todo es consumible. Por la fuerte y tradicional proximidad de los fechas presidenciales a Halloween pudiera ser que esa conexión entre el personaje público y lo oculto de su marca se diera en adivinar en una pequeña tienda de artículos para fiestas de Wisconsin. “BuyCostumes.com”, que así se llama a día de hoy aquel bazar de provincias, recibió con pocas esperanzas a finales de los setenta la moda de comercializar máscaras de plástico con los rostros más reconocibles del panorama político, pero a fuerza de venderlas al cabo de un tiempo se convenció de su aceptación por parte de los clientes; y no sólo eso, si no que en el estudio de la evolución de sus ventas e inventariados llegó a desvelar la relación existente entre el número de unidades vendidas de un determinado candidato y sus conquistas electorales. De este modo Buycosty se dio a conocer en su divertimento de predecir los resultados de todas y cada una de las elecciones presidenciales desde 1980 con una precisión propia de un análisis demoscópico. Jamás falló. Aún hoy cuando a sus propietarios se le preguntan cuál es su secreto simplemente contestan: “contar caretas”. Desde entonces, cualquier producto asociado a la imagen de un candidato es susceptible de representar un barómetro de comercio para sus auditores electorales.



Pero, ¿es un método científico?. Grandes enseñas y canal de distribuidores, acostumbrados a los análisis de datos estadísticos cruzados de ventas, coinciden en que no desde un punto de vista matemático. Algunos alegan al margen de la ciencia matemática, la ciencia política: la venta de la máscara de un político puede serlo en oposición a la venta del otro, es decir, en detrimento de su rival. Pasó con Bush Jr. O mejor dicho, contra Bush Jr en 2000. Existe latente tras las caretas voto dormido o ausente. También voto oculto o vergonzoso tras las máscaras, muy en consonancia con el baile de disfraces que es la festividad de las almas en norteamérica. Pero aún hay más: el argumento más contundente para los que recelan del empirismo de las máscaras es lo que llaman el periodo de reflexión comercial: el fin de campaña de ventas de este artículo festivo se puede distanciar hasta diez días con respecto al de las elecciones, margen en el calendario donde se abre una brecha reflexiva a la que el producto no da cobertura electoral. Un ejemplo de ello lo tenemos en las presidenciales de 2000. Al Gore estaba muy distanciado en el “Halloween Buycostumes Index” con respecto a Bush (57% frente a 43%) el último día del mes de octubre, cuando el índice cesa su actividad comercial; pero en el último tramo de la campaña, con el nuevo mes, los demócratas lograron canalizar los apoyos de los indecisos justo una semana antes de los comicios ante los relajados republicanos y la cosa quedó en empate técnico. Jamás tan pocos votos de diferencia dieron tanto poder. Comprar una máscara de Halloween adulta, como es el caso de las políticas, no necesariamente significa votar electoralmente. El candidato y su imagen, no lo hacen todo. Como pasa con las encuestas, hay que animar al elector en no quedarse en lo saturnal de la  mascarada, ir a las urnas y esperar hasta el último recuento; no basta la intención informal. 


Pero muchos directores de campaña y técnicos electorales de los diferentes candidatos no parecen estar muy intrínsecamente de acuerdo con lo poco ortodoxo del método. Los sociólogos electorales de los equipos de precampaña, salvo elecciones ajustadas como hemos vistos, se acogen a esta herramienta al objeto de poder llegar a conocer con antelación el desenlace electoral con sencillas técnicas de investigación comercial. Para estos especialistas en marketing electoral el flujo de ventas de máscaras muestran una clara intencionalidad de voto: nadie compra por sistema lo que rechaza o no apoya. La medida de éxito comercial, por tanto, es un indicador social de tendencia electoral. Luego parece ser que esconde cierta lógica científica. El político vende y a través de su marca se puede medir el pulso electoral. En EE.UU. se juega además con la ventaja de que el merchandising electoral forma parte de la política espectáculo; esto es, es de pago, como ayuda a la campaña, por lo que la venta camisetas, baberos o biberones, tazas, gorras, bolígrafos, posters, parasoles y un sinfín de productos franquiciados se incluyen como refuerzo en el análisis de intencionalidad de voto como variables cruzadas de contraste o de reducción de sesgo estadístico frente a las máscaras.  


 Procesos Electorales y Redes Sociales.

Los políticos tampoco quedan al margen del fenómeno internet y del marketing electoral. El arma secreta que ayudará a Barack Obama a ser reelegido previsiblemente presidente de EE.UU. es un grupo de informáticos y matemáticos dirigidos por Daniel Wagner. Daniel y sus analistas tienen como objetivo ir a la caza del voto o de la promoción del candidato demócrata a través de las herramientas que proporciona la red y su cruce masivo de datos a través de redes sociales. A esta técnica se la conoce como “Big Data” y ya estaban siendo empleada algunas grandes corporaciones de productos de consumo como P&G.  La revista “Time” revela que meses antes de iniciarse la campaña (quizás 24 meses antes) se puso en marcha “La Cueva”: “Así se conoce una sala en el cuartel electoral de Obama en Chicago, donde se analizan datos para conocer mejor dónde poner el foco y optimizar los costes electorales”. El equipo de seguimiento de tendencia de votos y simpatías del demócrata creó un megafichero con información obtenida a través de encuestadores, redes sociales, oficinas censales, comités locales y antiguos votantes para encontrar el patrón de demanda de comicios. Se trataba de analizarlos y descubrir el mensaje adecuado para cada tipo de persona y cómo había que hacérselo llegar. De este modo se dieron cuenta de que las mujeres entre 40 y 49 años de la costa oeste eran el grupo democrático más dispuesto a dejarse el dinero en una cena con George Clooney y Obama (no todo es el voto, también la financiación es importante en un nación como EE.UU). Un semestre antes de las elecciones, Clooney recaudó para la campaña de su amigo Barack, quince millones de euros durante un ágape en su mansión. ¿Fue gracias a los datos proporcionados por la red y su equipo de analistas?. A final de la jornada electoral estadounidense los sabremos (Reseña: Saúl Fdez. Díaz con información del “Times” y G+J Ediciones).


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