La caída del Lance Armstrong del
mayor palmarés ciclista jamás alcanzado en la historia como consecuencia de las
profundas investigaciones de la USADA no esconde una conspiración o trato denigratorio o iconoclasta hacia su figura. El deseo de la administración norteamericana de
desacralizar a uno de sus héroes es desposeer a las oligarquías federativas de
su poder monopolista de decisión y defenderlas de sí mismas a determinadas
marcas comerciales que propiciaron la trama del escándalo.
En 1979 Greg Lemond, ya estaba llamado a ser uno de los elegidos para la
gloria… norteamericana. A pesar que desde aquel año ya demostró dotes de
genialidad sobre la bicicleta, tanto en los campeonatos mundiales como en los
juegos olímpicos, Lemond no apareció resaltado en los grandes titulares de los
medios de su país natal hasta mediados de la década de los ochenta. Primero,
siendo el primer norteamericano en alcanzar un podio de prestigio en Francia
para, segundo, un año más tarde aparecer en las portadas sobre una instantánea
tomada del podio de los “Campos Elíseos”, esta vez sí, levantando su primer “Tour de France”.
Hasta que aquel soñado y
perseguido momento se diera en su vida antes tuvo que digerir el ciclista
norteamericano todo tipo de tribulaciones personales y profesionales que le
tuvieron incluso en determinados
momentos, acorralado contra las cuerdas. Empezó bien quedando tercero en 1984
en la gran ronda gala y su nuevo equipo (por entonces “La Vie Claire”), a fin de atraerlo, le prometió notoriedad tras
aquel podio para la próxima campaña. Todos creyeron a su director de equipo ya
que con 23 años, edad temprana para un deporte de desarrollo como es el
ciclismo, era la más perfecta y joven promesa que cualquier patrocinador
comercial hubiera soñado. Era el ciclista del futuro. Pero su jefe de filas, un
ambicioso Bernard Hinault, auténtico
mito de la “á grande e á francesa” y
el orgullo nacional patrio, nunca llegarían a permitir que aquel gregario
aventajado procedente de las playas californianas hiciera sombra a todo un
país. Sí, a todo un país. Francia tenía que proteger a toda costa su “marca
país” y proteger la figura y la destreza de Hinault como explotación de un
símbolo nacional de raza y ejemplo al mundo. En este deporte de masas, Bernard
era el rey y la marca deportiva que ensombrecía a “Adidas”, “Le Coq Sportif”, su
corona.
A pesar de todo, Greg no se
amedrentó y centró toda su rabia y sus energías en combatir contra el stablishment francés y sus
patrocinadores capciosos como únicamente él sabía: pedaleando. Sin el respaldo
de influencias diplomáticas ni comerciales como el apoyo de sponsors más allá que los de su equipo,
ni tan siquiera de sellos textiles o deportivos, Lemond logró quedar segundo en
1985 compartiendo de nuevo podio con su capitán Bernard, el ególatra jefe
oscurantista que impedía la progresión de sus escuderos. Lemond no cesó en su
empeño y acabó ganando definitivamente el “Tour” en solitario en 1986 a Hinault
como colíderes de una misma escuadra. Efectivamente, lo consiguió no sin
zancadillas por parte de los propios organizadores de la ronda; y, lo que es
más grave, por parte del silencio compartido de sus propios compañeros de filas,
personal médico y jefes de equipo, a favor del francés universal. Detrás de toda
esta serie de trabas, había nacido una leyenda. Cuando en EE.UU., un país donde
los cuatro o cinco principales deportes monopolizan la afición (rugby,
baseball, baloncesto, golf y hockey hielo), descubrieron a Lemond, los
norteamericanos descubrieron con él el ciclismo y un episodio más la épica tan
propia de su cultura colona y combativa. América se sentía de nuevo viva. Y la
vieja Europa vio a los Estados Unidos con otros ojos, como más cercana, como un
país abierto que, más allá de un Pelé
en el “Cosmos”, se podía integrar en
los conceptos culturales de la Europa continental olvidando sus vetustos apegos
a deportes con reminiscencias claramente británicas. Aunque a ustedes les
cueste creerlo, este deportista, Lemond, consiguió darle un valor añadido de “marca-país”
a su nación como en mucho tiempo ningún otro ídolo de masas lo hubiera logrado
después desde Jesse Owens dentro del
marco internacional.
Tras su victoria en aquella ronda
francesa, sin marcas americanas que le respaldaran y con los grandes patrocinadores
comerciales y deportivos volcados en el “Campeonato
Mundial de Fútbol de Méjico’86”, Lemond no encontró más consuelo más allá de
aquel triunfo que el arrope familiar e ir de caza con su cuñado mientras
esperaba el nacimiento de uno de sus hijos. Accidentalmente fue éste quien
descerrajó sobre su pecho un tiro al tiempo que su mujer sufría complicaciones
en el parto. Las secuelas musculares de su inmovilidad tras el incidente así
como el intento de suicidio por parte de su cuñado a raíz del hecho no lograron
mantenerlo alejado del ciclismo profesional, pero aquel joven chico ciclista,
más volcado en su familia y su recuperación física, ya no sería el “novio de
América”. Ninguna marca le respaldaba moralmente, ni hacían de su puesta a
punto un “Just do it”. A pesar de sus
limitaciones siguió soñando con un nuevo triunfo hasta el punto de recurrir legalmente
a la tecnología. Greg Lemond encargó a su nuevo equipo, el “AD Renting-Coors Light”, el diseño de una bicicleta aerodinámica
capaz de contrarrestar el tiempo que el peso de los cerca de cuarenta
perdigones de plomo que albergaba aún en su cuerpo presumiblemente le hacían
perder. El triunfo de la perseverancia, la técnica y la irredención llevó a
Lemond a ganar dos rondas ciclistas francesas más y ondear la bandera
norteamericana en todo lo alto. La leyenda yanqui renacía de nuevo con Lemond y
la imagen de EE.UU. quedó de nuevo patente como cultura abierta ante los
europeos. A partir de entonces, las marcas norteamericanas encontraron en los
deportistas estadounidenses destacados en deportes típicamente continentales
como el ciclismo el nicho de comercialización adecuado para adaptarse a las preferencias
europeas.
Cuando emergió la figura de
Armstrong, todos los americanos quisieron ver en Lance, record mundial de la
hora, a aquel joven Greg en sus inicios. Incluso el propio Greg. Y todos
quisimos ver encarnado en Armstrong, tras su superación del cáncer de testículos
y pulmón, la figura y la épica de Lemond. Incluso el propio Lance. Las marcas
norteamericanas asociadas a su imagen también lo celebraron. La conquista de un
“Tour” tras otro, casi sin digerir el
triunfo da cada uno de ellos para dar lugar al empacho de otro representaba el
poder de la voluntad personificada en el tejano. Y así también el poder de la economía insurrecta y de las
marcas de su propio país, estadounidenses. América daba de nuevo al mundo un
nuevo héroe que encumbrara su bandera al tiempo que sus multinacionales
textiles y deportivas hacían los propio con sus logos, como en aquellos tiempos
gloriosos de Hinault y “Le Coq Sportif”.
Ahora estas se aproximaban al ciclismo y desbancaban a las europeas de su
propio mercado: amanecieron los nuevos tiempos de la competencia global, se
acaba el reparto del negocio. Antes de “Nike”
y los bancos adscritos, las marcas y los patrocinadores en el ciclismo sólo
hacían presencia (publicidad); desde Armstrong y, quizás desde “Banesto”, estrategias de canalización
de ventas (marketing). Desde aquel entonces las marcas, especialmente las norteamericanas,
empezaron a inyectar tanto dinero en tan breve transcurso de tiempo en el mundo
del ciclismo que este deporte trasmutó su ADN estructural radicalmente. Muchas
corporaciones de mediana capacidad tuvieron que abandonar el patrocinio por no
poder hacerle frente. Demasiado riesgo promocional. Mientras la UCI se
provisionaba de royalties. El ciclismo
empezaba a mover demasiado dinero y demasiados intereses. Ya no era una cosa de
“prestigio-país” o “marca-país”. Ya se trataba del “prestigio-marca”. Las empresas privadas
y las corporaciones estaban desmantelando una competición propia entre los
estados o entre equipos nacionales, por el prestigio deportivo amparado por
cada uno de ellos, por el prestigio de las cosas bien hechas, para trasladarlas
a su terreno, al ámbito comercial, al ámbito de quién era la marca que captaba
mayor número de impactos comerciales.
La presión a la que se sometían a
los jefes de filas y algún que otro favorito y a sus respectivos equipos
médicos no fue nada más que la antesala a casi una docena de años de sospechas
confirmadas. Greg Lemond, de nuevo en escena, pero ya dentro de la política
organizativa del ciclismo internacional comenzó a sospechar de esta traslación
de beneficiarios, del “prestigio-país” al “prestigio-marca”; se percataba día a
día en los despachos que las marcas imponían demasiados condicionantes a los
organizadores y las federaciones: trazados, fechas, participantes, rondas y quiso
adivinar entre todo aquello lo mucho que los dirigentes del ciclismo recibirían
a cambio de tanto dejarse asesorar. Preguntó, cuestionó pero no encontró más
que el silencio. Volvió a sentir el frío del silencio que sufrió en su etapa
como corredor en sus inicios, cuando estaba sólo frente al stablishment. El silencio de las artimañas. Y junto con su mujer
Kathy, comenzaron a investigar de modo subrepticio todo el entramado entre los
susurros y confidencias de pasillos de fiestas, eventos y recepciones. Siempre habría alguien
que hablara o deseoso de querer hablar y de ahí se podía tirar del hilo. La “Operación
Puerto” en España terminó de confirmar sus más oscuras sospechas. Con el paso del tiempo,
en 2005, Lemond y su esposa reunieron los indicios suficientes para presentarlos
a las autoridades norteamericanas, del al menos, dos casos de dopajes
consentidos por el tejano.
La USADA se tomó la investigación
tan en serio que destapó uno de los más sofisticados programas de dopaje, uno tan
difícil de detectar que se resumió del tal modo: “las técnicas de dopaje van por delante de las técnicas de
investigación contra el dopaje”. Estaba claro que Armstrong no había
trabajado sólo, se necesitaban grandes especialistas para el proceso de dopaje
y grandes sumas de dinero para ocultar los positivos. La administración
norteamericana consideró a raíz de las acusaciones fundadas de Lemond que todo
había ido quizás demasiado lejos y que quizá hubiera además demasiada gente
involucrada; incluso mostró su preocupación por el hecho de que las
multinacionales norteamericanas que patrocinaron a Armstrong cayeran en el
descrédito de su prestigio de marca o fueran más allá y dañaran la imagen del
país, la “marca-país” con su
participación en los hechos delictivos. Era evidente que los intereses comerciales
habían propiciado el origen de la trama y que no sólo el deporte, la bandera o
los atletas habían sido mancillados, sino que en sus automatismos, en sus
conexiones y extensiones, la trama había salpicado al sector del comercio y al
de la producción. El comercio también se habría dopado para rendir más, para
estar más presente y fuerte. Había que sacrificar a Armstrong, al último héroe
americano y pegar un puño sobre la mesa. Sobre todo porque las ramificaciones
alcanzaron al sector estatal. “USS Postal”,
el primer patrocinador de Armstrong y la compañía encargada de gestionar el
correo público norteamericano constituyó uno de pilares vertebradores de la
nación americana; está tan cargado de simbolismo tanto como su propia bandera
de barras y estrellas. “Nike” es la
empresa más reconocida y solvente del panorama textil USA e icono vinculado al
deporte de al menos tres generaciones de americanos. La cortina de humo debía pasar por Armstrong,
para salvar los muebles. Cuando la UCI se opuso, la USADA amenazó con “tirar de
la manta”. La vergüenza pudo más que el orgullo y Lance Armstrong ha sido
abandonado por su mejor valedor. Ha pasado a ser el peor villano de América. O
quizás, no. Hay que quiere ver esta estampa en la figura actual de Lemond el receloso
de Lance, el ciclista que nunca llegará a alcanzar los cinco tours con los que siempre soñó. Pero si
somos honestos, con toda seguridad podremos aseverar que Greg Lemond ha salvado
el ciclismo; y ciertamente el comercio deportivo de marca, enmarañado en sus ambiciones megalomaníacas hasta el punto de hacer peligrar por el logro de sus objetivos comerciales la vida de los propios deportistas. Es, Greg, realmente, el (último) gran héroe (americano).
Greg y su esposa Kathy Lemond, a la salida de una declaración.
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