viernes, 26 de octubre de 2012

¿Armstrong o Lemond?: El (último) gran héroe (americano).


La caída del Lance Armstrong del mayor palmarés ciclista jamás alcanzado en la historia como consecuencia de las profundas investigaciones de la USADA no esconde una conspiración o trato denigratorio o iconoclasta hacia su figura. El deseo de la administración norteamericana de desacralizar a uno de sus héroes es desposeer a las oligarquías federativas de su poder monopolista de decisión y defenderlas de sí mismas a determinadas marcas comerciales que propiciaron la trama del escándalo.

Víctor G. Pulido para "LinealCero". En Madrid a miércoles 24 de octubre de 2012. 








En 1979 Greg Lemond, ya estaba llamado a ser uno de los elegidos para la gloria… norteamericana. A pesar que desde aquel año ya demostró dotes de genialidad sobre la bicicleta, tanto en los campeonatos mundiales como en los juegos olímpicos, Lemond no apareció resaltado en los grandes titulares de los medios de su país natal hasta mediados de la década de los ochenta. Primero, siendo el primer norteamericano en alcanzar un podio de prestigio en Francia para, segundo, un año más tarde aparecer en las portadas sobre una instantánea tomada del podio de los “Campos Elíseos”, esta vez sí, levantando su primer “Tour de France”




Hasta que aquel soñado y perseguido momento se diera en su vida antes tuvo que digerir el ciclista norteamericano todo tipo de tribulaciones personales y profesionales que le tuvieron  incluso en determinados momentos, acorralado contra las cuerdas. Empezó bien quedando tercero en 1984 en la gran ronda gala y su nuevo equipo (por entonces “La Vie Claire”), a fin de atraerlo, le prometió notoriedad tras aquel podio para la próxima campaña. Todos creyeron a su director de equipo ya que con 23 años, edad temprana para un deporte de desarrollo como es el ciclismo, era la más perfecta y joven promesa que cualquier patrocinador comercial hubiera soñado. Era el ciclista del futuro. Pero su jefe de filas, un ambicioso Bernard Hinault, auténtico mito de la “á grande e á francesa” y el orgullo nacional patrio, nunca llegarían a permitir que aquel gregario aventajado procedente de las playas californianas hiciera sombra a todo un país. Sí, a todo un país. Francia tenía que proteger a toda costa su “marca país” y proteger la figura y la destreza de Hinault como explotación de un símbolo nacional de raza y ejemplo al mundo. En este deporte de masas, Bernard era el rey y la marca deportiva que ensombrecía a “Adidas”, “Le Coq Sportif”, su corona.




A pesar de todo, Greg no se amedrentó y centró toda su rabia y sus energías en combatir contra el stablishment francés y sus patrocinadores capciosos como únicamente él sabía: pedaleando. Sin el respaldo de influencias diplomáticas ni comerciales como el apoyo de sponsors más allá que los de su equipo, ni tan siquiera de sellos textiles o deportivos, Lemond logró quedar segundo en 1985 compartiendo de nuevo podio con su capitán Bernard, el ególatra jefe oscurantista que impedía la progresión de sus escuderos. Lemond no cesó en su empeño y acabó ganando definitivamente el “Tour” en solitario en 1986 a Hinault como colíderes de una misma escuadra. Efectivamente, lo consiguió no sin zancadillas por parte de los propios organizadores de la ronda; y, lo que es más grave, por parte del silencio compartido de sus propios compañeros de filas, personal médico y jefes de equipo, a favor del francés universal. Detrás de toda esta serie de trabas, había nacido una leyenda. Cuando en EE.UU., un país donde los cuatro o cinco principales deportes monopolizan la afición (rugby, baseball, baloncesto, golf y hockey hielo), descubrieron a Lemond, los norteamericanos descubrieron con él el ciclismo y un episodio más la épica tan propia de su cultura colona y combativa. América se sentía de nuevo viva. Y la vieja Europa vio a los Estados Unidos con otros ojos, como más cercana, como un país abierto que, más allá de un Pelé en el “Cosmos”, se podía integrar en los conceptos culturales de la Europa continental olvidando sus vetustos apegos a deportes con reminiscencias claramente británicas. Aunque a ustedes les cueste creerlo, este deportista, Lemond, consiguió darle un valor añadido de “marca-país” a su nación como en mucho tiempo ningún otro ídolo de masas lo hubiera logrado después desde Jesse Owens dentro del marco internacional.  


Tras su victoria en aquella ronda francesa, sin marcas americanas que le respaldaran y con los grandes patrocinadores comerciales y deportivos volcados en el “Campeonato Mundial de Fútbol de Méjico’86”, Lemond no encontró más consuelo más allá de aquel triunfo que el arrope familiar e ir de caza con su cuñado mientras esperaba el nacimiento de uno de sus hijos. Accidentalmente fue éste quien descerrajó sobre su pecho un tiro al tiempo que su mujer sufría complicaciones en el parto. Las secuelas musculares de su inmovilidad tras el incidente así como el intento de suicidio por parte de su cuñado a raíz del hecho no lograron mantenerlo alejado del ciclismo profesional, pero aquel joven chico ciclista, más volcado en su familia y su recuperación física, ya no sería el “novio de América”. Ninguna marca le respaldaba moralmente, ni hacían de su puesta a punto un “Just do it”. A pesar de sus limitaciones siguió soñando con un nuevo triunfo hasta el punto de recurrir legalmente a la tecnología. Greg Lemond encargó a su nuevo equipo, el “AD Renting-Coors Light”, el diseño de una bicicleta aerodinámica capaz de contrarrestar el tiempo que el peso de los cerca de cuarenta perdigones de plomo que albergaba aún en su cuerpo presumiblemente le hacían perder. El triunfo de la perseverancia, la técnica y la irredención llevó a Lemond a ganar dos rondas ciclistas francesas más y ondear la bandera norteamericana en todo lo alto. La leyenda yanqui renacía de nuevo con Lemond y la imagen de EE.UU. quedó de nuevo patente como cultura abierta ante los europeos. A partir de entonces, las marcas norteamericanas encontraron en los deportistas estadounidenses destacados en deportes típicamente continentales como el ciclismo el nicho de comercialización adecuado para adaptarse a las preferencias europeas.  


Cuando emergió la figura de Armstrong, todos los americanos quisieron ver en Lance, record mundial de la hora, a aquel joven Greg en sus inicios. Incluso el propio Greg. Y todos quisimos ver encarnado en Armstrong, tras su superación del cáncer de testículos y pulmón, la figura y la épica de Lemond. Incluso el propio Lance. Las marcas norteamericanas asociadas a su imagen también lo celebraron. La conquista de un “Tour” tras otro, casi sin digerir el triunfo da cada uno de ellos para dar lugar al empacho de otro representaba el poder de la voluntad personificada en el tejano. Y así también  el poder de la economía insurrecta y de las marcas de su propio país, estadounidenses. América daba de nuevo al mundo un nuevo héroe que encumbrara su bandera al tiempo que sus multinacionales textiles y deportivas hacían los propio con sus logos, como en aquellos tiempos gloriosos de Hinault y “Le Coq Sportif”. Ahora estas se aproximaban al ciclismo y desbancaban a las europeas de su propio mercado: amanecieron los nuevos tiempos de la competencia global, se acaba el reparto del negocio. Antes de “Nike” y los bancos adscritos, las marcas y los patrocinadores en el ciclismo sólo hacían presencia (publicidad); desde Armstrong y, quizás desde “Banesto”, estrategias de canalización de ventas (marketing). Desde aquel entonces las marcas, especialmente las norteamericanas, empezaron a inyectar tanto dinero en tan breve transcurso de tiempo en el mundo del ciclismo que este deporte trasmutó su ADN estructural radicalmente. Muchas corporaciones de mediana capacidad tuvieron que abandonar el patrocinio por no poder hacerle frente. Demasiado riesgo promocional. Mientras la UCI se provisionaba de royalties. El ciclismo empezaba a mover demasiado dinero y demasiados intereses. Ya no era una cosa de “prestigio-país” o “marca-país”. Ya se trataba del “prestigio-marca”. Las empresas privadas y las corporaciones estaban desmantelando una competición propia entre los estados o entre equipos nacionales, por el prestigio deportivo amparado por cada uno de ellos, por el prestigio de las cosas bien hechas, para trasladarlas a su terreno, al ámbito comercial, al ámbito de quién era la marca que captaba mayor número de impactos comerciales. 



La presión a la que se sometían a los jefes de filas y algún que otro favorito y a sus respectivos equipos médicos no fue nada más que la antesala a casi una docena de años de sospechas confirmadas. Greg Lemond, de nuevo en escena, pero ya dentro de la política organizativa del ciclismo internacional comenzó a sospechar de esta traslación de beneficiarios, del “prestigio-país” al “prestigio-marca”; se percataba día a día en los despachos que las marcas imponían demasiados condicionantes a los organizadores y las federaciones: trazados, fechas, participantes, rondas y quiso adivinar entre todo aquello lo mucho que los dirigentes del ciclismo recibirían a cambio de tanto dejarse asesorar. Preguntó, cuestionó pero no encontró más que el silencio. Volvió a sentir el frío del silencio que sufrió en su etapa como corredor en sus inicios, cuando estaba sólo frente al stablishment. El silencio de las artimañas. Y junto con su mujer Kathy, comenzaron a investigar de modo subrepticio todo el entramado entre los susurros y confidencias de pasillos de fiestas, eventos y recepciones. Siempre habría alguien que hablara o deseoso de querer hablar y de ahí se podía tirar del hilo. La “Operación Puerto” en España terminó de confirmar sus más oscuras sospechas. Con el paso del tiempo, en 2005, Lemond y su esposa reunieron los indicios suficientes para presentarlos a las autoridades norteamericanas, del al menos, dos casos de dopajes consentidos por el tejano.





La USADA se tomó la investigación tan en serio que destapó uno de los más sofisticados programas de dopaje, uno tan difícil de detectar que se resumió del tal modo: “las técnicas de dopaje van por delante de las técnicas de investigación contra el dopaje”. Estaba claro que Armstrong no había trabajado sólo, se necesitaban grandes especialistas para el proceso de dopaje y grandes sumas de dinero para ocultar los positivos. La administración norteamericana consideró a raíz de las acusaciones fundadas de Lemond que todo había ido quizás demasiado lejos y que quizá hubiera además demasiada gente involucrada; incluso mostró su preocupación por el hecho de que las multinacionales norteamericanas que patrocinaron a Armstrong cayeran en el descrédito de su prestigio de marca o fueran más allá y dañaran la imagen del país, la “marca-país” con su participación en los hechos delictivos. Era evidente que los intereses comerciales habían propiciado el origen de la trama y que no sólo el deporte, la bandera o los atletas habían sido mancillados, sino que en sus automatismos, en sus conexiones y extensiones, la trama había salpicado al sector del comercio y al de la producción. El comercio también se habría dopado para rendir más, para estar más presente y fuerte. Había que sacrificar a Armstrong, al último héroe americano y pegar un puño sobre la mesa. Sobre todo porque las ramificaciones alcanzaron al sector estatal. “USS Postal”, el primer patrocinador de Armstrong y la compañía encargada de gestionar el correo público norteamericano constituyó uno de pilares vertebradores de la nación americana; está tan cargado de simbolismo tanto como su propia bandera de barras y estrellas. “Nike” es la empresa más reconocida y solvente del panorama textil USA e icono vinculado al deporte de al menos tres generaciones de americanos.  La cortina de humo debía pasar por Armstrong, para salvar los muebles. Cuando la UCI se opuso, la USADA amenazó con “tirar de la manta”. La vergüenza pudo más que el orgullo y Lance Armstrong ha sido abandonado por su mejor valedor. Ha pasado a ser el peor villano de América. O quizás, no. Hay que quiere ver esta estampa en la figura actual de Lemond el receloso de Lance, el ciclista que nunca llegará a alcanzar los cinco tours con los que siempre soñó. Pero si somos honestos, con toda seguridad podremos aseverar que Greg Lemond ha salvado el ciclismo; y ciertamente el comercio deportivo de marca, enmarañado en sus ambiciones megalomaníacas hasta el punto de hacer peligrar por el logro de sus objetivos comerciales la vida de los propios deportistas. Es, Greg, realmente, el (último) gran héroe (americano).



Greg y su esposa Kathy Lemond, a la salida de una declaración. 


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