lunes, 5 de noviembre de 2012

The "BuyCostumes Index": Máscaras de Halloween, berlinas suecas y resultados electorales (y II).

¿Pueden las exuberancias electorales dar lugar a tendencias comerciales entre los ciudadanos? ¿Quizás esas mismas tendencias de consumo de los electores calibrar el grado de adhesión popular a una figura pública?. Derivado del comportamiento de un consumo masivo, ¿se puede sintetizar un índice de popularidad que pronostique el resultado de los comicios?. Parece ser que el “Buycostume Index” para los EE.UU. así lo demuestra. Emerge la investigación de consumo como juguete sociológico-electoral.

Víctor G. Pulido para “LinealCero”. En Cáceres a miércoles 30 de octubre.  







Todo lo que se puede comprar o vender en relación a un merchandising público, se puede medir en intencionalidad de voto. Por ejemplo, hoy miércoles día treinta de octubre, como tratamos en el post anterior, sabemos gracias a un índice presidencial, el Buycostumes Index, que Barack Obama ganará las elecciones presidenciales de 2012. También lo sabemos gracias a enseñas como “Amazon.com” y “Wal Mart”  que respaldan las previsiones de este índice de Wisconsin cotejadas a través de sus propios números. Y lo sabemos además no porque Obama haya vendido más merchandising que su contrincante Romney, sino porque el modelo de BlackBerry de Obama (otro índice presidencial) obtiene además mayores rendimientos de ventas a medida que se acerca la cita electoral que el terminal de su contrincante. Seguramente, como ya sucediera en los anteriores comicios electorales de 2008, incluso puede que lo sepamos porque existen un incremento de variables comerciales asociadas a su cotidianidad donde el actual presidente de EE.UU. haya incluso vendido no sólo más smartphones o caretas, o más refrescos en el 7-eleven, sino más coches desde el inicio de la campaña electoral.  


Obama se recrea organizando su agenda electoral en su 
Blackberry durante las pasadas elecciones presidenciales de 2008.

 “Volvo”, la marca sueca hasta hace muy poquito en manos del coche del pueblo americano (léase “Ford”), no ha constituido por sí misma una cartera de productos que haya tenido que enfrentarse cara a cara con un rival político; sin embargo lo que sí ha sido es la primera firma europea de cierta relevancia para los americanos que ha estado presente en las últimas citas electorales como elemento oficial de séquito. La enseña automovilística, ahora en manos de “Geely”, el segundo productor chino de automóviles, formó parte significativa de la demócrata flota de vehículos de la campaña presidencial de los pasados comicios en 2008 y quizá no se debiera a la casualidad. “Volvo” ha simbolizado como ninguna otra marca en América el soñado ideal que los progresistas norteamericanos ven reflejado en la socialdemocracia sueca, con sus coches robustos pero elegantes, espartanos pero seguros, familiares y acogedores al tiempo que ecológicos. Aunque sin dejar de guiñar un ojo a Detroit, Obama no ocultaba su preferencia por el motor sueco; y sus seguidores por fin pudieron alegar ante sus vecinos de jardín de barras y estrellas ondulantes, que sí, que cuando adquirían un “Volvo” estaban comprando en cierto modo un coche americano, aunque sólo lo fuera como industria asimilada de su matriz. A esto, a legitimar una preferencia de consumo socialmente cuestionada por una mayoría de votantes a través de o mediante el respaldo de un líder carismático se le llamó en marketing electoral “efecto Bradley”; aunque perfectamente se le podría haber llamado “efecto Obama”, en su vertiente positiva, si la mala suerte de Tom Bradley no se le hubiera adelantado en el tiempo a Barack. Algunos productos de consumo duradero se asocian como tales en una relación que le vincula con la fortaleza de ídolo político, proporcionándole una simbología extra. No es de extrañar, pues, que las ventas del sello nórdico se dispararan en su gama de berlinas y todocaminos durante los meses previos a la campaña o tras su visita o mitin a una determinado estado o su capital. Quizás- esto quiere decir “con toda seguridad”- entre los técnicos electorales de la actual campaña de Obama también se haya dado lugar al seguimiento de un índice presidencial llamado“V70 Index”, en clara referencia a la ranchera franquicia de “Volvo” y su buen comportamiento en ventas durante estas fechas. Se trata, en definitiva, del efecto candidato.


Ranchera  "V70" de Volvo, uno de los modelos familiares 
de vehículos preferidos de los votantes demócratas

Los asesores, entonces, están muy pendientes de cualquier cosa que puedan tomar el pulso a la demanda de consumo electoral, de lo que llaman “índicadores electorales”, variables agregadas que contrastar con los sondeos masivos bien carezca de importancia que sean estos representados por coches, da igual que se certifique por máscaras de muertos vivientes o por picos de audiencias segmentados por décimas de segundo en los telediarios. Llegando a más en el caso de los demócratas, incluso consideran como un producto de estudio de consumo asociado al "efecto Obama" la internet misma. Jim Messina, director jefe de la actual campaña electoral del presidente norteamericano, lo admite “lo importante es el contacto personal, aunque sea virtualmente a través de la red: la  mejor medida de márketing es el contacto humano”. Durante las elecciones internas en 2007 dentro de su partido que llevaron al senador por Illinois a ser candidato presidencial, Obama ya declaró su pasión por las redes sociales, especialmente Twitter y FaceBook. Y mientras posteriormente su rival a la vicepresidencia de 2008, la vicecandidata republicana Sarah Palin espabilaba a un aletargado electorado de “soccer moms!” para su “Tea Party”, el primer candidato afroamericano logró entusiasmar por “FaceBook” a miles de electores, especialmente a mujeres de mediana edad, que con anterioridad a su reclamo jamás se lo hubieran propuesto. Eran las “facebook moms!”, menos visibles que sus homólogas conservadoras pero que sin duda fomentaron para su segmento de edad y género un incremento significativo. “Consumieron” redes sociales para estar más próximas a la línea personal del futuro dirigente y aconsejar a su entorno votar demócrata, aunque fuera por correo, por una alternancia de partido frente a los años de Bush. La estrecha relación que Barack mantuvo con las redes sociales y profesionales por estimular la conciencia de voto fue otra de las claves del éxito competitivo de su marketing electoral que le ayudaron a ocupar la Casa Blanca.


Nuevos tiempos, nuevos electorados, nuevas técnicas.

Un político carismático puede impulsar una marca o bien se asociarse a una tendencia de consumo real, a una tendencia de intención de voto en la que se refleja. El conocimiento de la intencionalidad de voto de la persona o de un conjunto de ellas reside ciertamente en lo que le conmueve. Se detrae de lo que consume. El consumo comporta esta idea o conocimiento de voto. El voto se ha transmutado en consumo, a falta de ideas que lo alimenten. Los comicios se convierten en el boato del espectáculo circense o de grandes centros comerciales. Cuando el consumo es la antesala de la popularidad, cuando se comporta en su indicio como sondeo informal, se trastoca en una ciencia del comportamiento, en una sociología de la elección pública. Ya no importa tanto el diseño de programa electoral en tanto que todos los segmentos de clase y de consumo reclaman lo mismo: felicidad, contacto humano, bienestar de consumo. Y los candidatos y los partidos sólo pueden ofrecer una única cosa ante un modelo de gestión agotado, el estado providencia: espectáculo, carisma, imagen, estilo, marca. Gobernar se ha convertido en un dandismo, en una política Disney, en un modelo de conducta social y estética a imitar. El voto se ha convertido en un producto, deja de ser idea, se ha cosificado.  


“Halloween”, en periodo electoral.

Existen diferentes determinantes de índole social, económica y religiosa que nos ayudan a comprender el origen y la fijación de la fecha de los comicios USA en el calendario a primeros de noviembre. Evitar las nieves y los temporales, ante todo, para facilitar el voto a todo ciudadano fue uno de los principales motivos que esbozaron los padres de la democracia dado el arcaico estado de las vías postcoloniales y medios de locomoción tras la Guerra de la Independencia. Aunque evitar la dura climatología quizás fuera uno de los más, sin duda, éste representó el primigenio y más importante principio democrático norteamericano que rige aún hoy. El protagonismo del huracán “Shandy” al respecto nos lo ha venido a demostrar estos días atrás. Otro de los motivos fue facilitar el desplazamiento en el tiempo. Por lo que los orígenes eminentemente rurales de la que hoy es aún la primera potencia industrial también influyeron en decantarse por el ecuador del otoño. El mes de noviembre era el de mayor asueto para el granjero antes de incorporarse de nuevo a sus actividades agrarias. Gran parte de la población del censo electoral norteamericano durante los inicios de su sistema de representación federal era eminentemente agrícola y saber establecer objetivamente la fecha de comicios era fundamental para animar a la participación democrática. Cómo no, en un país tan vinculado al cristianismo, las fechas religiosas y los ritos sacramentales (no tan casualmente vinculadas a los ciclos agrarios) también ejercieron su influencia. Los motivos religiosos determinaron no sólo la estación, sino incluso los días propicios para el ejercicio del voto por parte del americano respetuoso con su fe. Quedaron de tal modo así excluidos los días sagrados sin excepción y las jornadas emparentadas con las costumbres hebraicas. En esta constante lucha contra los impedimentos del cielo y sus decretos, y de la tierra y sus elementos, por la constante definición por descarte de la concreción del día de comicios el hombre tuvo también que imponer su impronta y mantenerse presente mediante algo que desprendía tanto humanidad como la  influyente actividad típicamente calvinista del comercio. Puesto que los miércoles de mercado intermediaban sin descuidarlas entre las labores de subsistencia y las necesidades de refugio o servidumbre sacra en el calendario, no había lugar para que el último ritual antropomórfico de la sacralidad del ente colectivo, el voto, desplazara a tan vital actividad. Este es el origen de la fecha y la razón fundamental por la que cada cuatro cíclicos años sin excepción y desde mediados del siglo XIX las elecciones presidenciales americanas se celebren el primer martes después del primer lunes del mes de noviembre. Así se convino por entonces y además a tenor de que el Estado de Nueva York no sólo fue uno de los primeros en pronunciarse en la urnas, sino además uno de los más poblados y fríos de la época; y así le siguieron en buena lógica el resto de naciones coloniales hermanas desde el Atlántico a la costa Oeste, como no podía ser de otro modo. Por lo tanto, no es de extrañar que entre Halloween y las elecciones presidenciales, no intermedien más que días y que estos días que coincidan cíclicamente tanto en el espacio como en el tiempo cada cuatro años.





Nueva York, Diciembre de 1893


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