Víctor G. Pulido para “LinealCero”. En Cáceres a
miércoles 30 de octubre.
Todo lo que se puede comprar o
vender en relación a un merchandising
público, se puede medir en intencionalidad de voto. Por ejemplo, hoy miércoles
día treinta de octubre, como tratamos en el post
anterior, sabemos gracias a un índice
presidencial, el Buycostumes Index,
que Barack Obama ganará las
elecciones presidenciales de 2012. También lo sabemos gracias a enseñas como
“Amazon.com” y “Wal Mart” que respaldan
las previsiones de este índice de Wisconsin cotejadas a través de sus propios
números. Y lo sabemos además no porque Obama haya vendido más merchandising que su contrincante Romney, sino porque el modelo de BlackBerry
de Obama (otro índice presidencial)
obtiene además mayores rendimientos de ventas a medida que se acerca la cita
electoral que el terminal de su contrincante. Seguramente, como ya sucediera en
los anteriores comicios electorales de 2008, incluso puede que lo sepamos
porque existen un incremento de variables comerciales asociadas a su cotidianidad donde el
actual presidente de EE.UU. haya incluso vendido no sólo más smartphones o caretas, o más refrescos en el 7-eleven, sino más coches
desde el inicio de la campaña electoral.
Obama se recrea organizando su agenda electoral en su
Blackberry durante las pasadas elecciones presidenciales de 2008.
“Volvo”, la marca sueca hasta hace muy poquito
en manos del coche del pueblo americano
(léase “Ford”), no ha constituido por sí misma una cartera de productos que haya tenido que
enfrentarse cara a cara con un rival
político; sin embargo lo que sí ha sido es la primera firma europea de cierta
relevancia para los americanos que ha estado presente en las últimas citas
electorales como elemento oficial de séquito. La enseña automovilística, ahora
en manos de “Geely”, el segundo productor chino de automóviles, formó parte
significativa de la demócrata flota de vehículos de la campaña presidencial de
los pasados comicios en 2008 y quizá no se debiera a la casualidad. “Volvo” ha
simbolizado como ninguna otra marca en América el soñado ideal que los
progresistas norteamericanos ven reflejado en la socialdemocracia sueca, con
sus coches robustos pero elegantes, espartanos pero seguros, familiares y
acogedores al tiempo que ecológicos. Aunque sin dejar de guiñar un ojo a
Detroit, Obama no ocultaba su preferencia por el motor sueco; y sus seguidores
por fin pudieron alegar ante sus vecinos de jardín de barras y estrellas
ondulantes, que sí, que cuando adquirían un “Volvo” estaban comprando en cierto
modo un coche americano, aunque sólo lo fuera como industria asimilada de su
matriz. A esto, a legitimar una preferencia de consumo socialmente cuestionada
por una mayoría de votantes a través de o mediante el respaldo de un líder
carismático se le llamó en marketing electoral “efecto Bradley”; aunque perfectamente se le podría haber llamado “efecto Obama”, en su vertiente positiva,
si la mala suerte de Tom Bradley no se le
hubiera adelantado en el tiempo a Barack.
Algunos productos de consumo duradero se asocian como tales en una relación
que le vincula con la fortaleza de ídolo político, proporcionándole una
simbología extra. No es de extrañar,
pues, que las ventas del sello nórdico se dispararan en su gama de berlinas y todocaminos durante los meses previos a
la campaña o tras su visita o mitin a una determinado estado o su capital. Quizás-
esto quiere decir “con toda seguridad”- entre los técnicos electorales de la
actual campaña de Obama también se haya dado lugar al seguimiento de un índice presidencial llamado“V70 Index”, en clara referencia a la ranchera franquicia de “Volvo” y su buen
comportamiento en ventas durante estas fechas. Se trata, en definitiva, del efecto candidato.
Ranchera "V70" de Volvo, uno de los modelos familiares
de vehículos preferidos de los votantes demócratas
Los asesores, entonces, están muy
pendientes de cualquier cosa que puedan tomar el pulso a la demanda de consumo
electoral, de lo que llaman “índicadores electorales”, variables agregadas que
contrastar con los sondeos masivos bien carezca de importancia que sean estos
representados por coches, da igual que se certifique por máscaras de muertos
vivientes o por picos de audiencias segmentados por décimas de segundo en los
telediarios. Llegando a más en el caso de los demócratas, incluso consideran como un producto de estudio de consumo
asociado al "efecto Obama" la internet
misma. Jim Messina, director jefe de
la actual campaña electoral del presidente norteamericano, lo admite “lo importante es el contacto personal, aunque
sea virtualmente a través de la red: la mejor medida de márketing es el contacto
humano”. Durante las elecciones internas en 2007 dentro de su partido que
llevaron al senador por Illinois a ser candidato presidencial, Obama ya declaró
su pasión por las redes sociales, especialmente Twitter y FaceBook. Y
mientras posteriormente su rival a la vicepresidencia de 2008, la vicecandidata
republicana Sarah Palin espabilaba a
un aletargado electorado de “soccer moms!”
para su “Tea Party”, el primer
candidato afroamericano logró entusiasmar por “FaceBook” a miles de electores, especialmente a mujeres de mediana
edad, que con anterioridad a su reclamo jamás se lo hubieran propuesto. Eran
las “facebook moms!”, menos visibles
que sus homólogas conservadoras pero que sin duda fomentaron para su segmento
de edad y género un incremento significativo. “Consumieron” redes sociales para
estar más próximas a la línea personal del futuro dirigente y aconsejar a su
entorno votar demócrata, aunque fuera por correo, por una alternancia de
partido frente a los años de Bush.
La estrecha relación que Barack mantuvo con las redes sociales y profesionales
por estimular la conciencia de voto fue otra de las claves del éxito
competitivo de su marketing electoral que le ayudaron a ocupar la Casa Blanca.
Nuevos tiempos, nuevos electorados, nuevas técnicas.
Un político carismático puede
impulsar una marca o bien se asociarse a una tendencia de consumo real, a una
tendencia de intención de voto en la que se refleja. El conocimiento de la
intencionalidad de voto de la persona o de un conjunto de ellas reside ciertamente
en lo que le conmueve. Se detrae de lo que consume. El consumo comporta esta
idea o conocimiento de voto. El voto se ha transmutado en consumo, a falta de
ideas que lo alimenten. Los comicios se convierten en el boato del espectáculo
circense o de grandes centros comerciales. Cuando el consumo es la antesala de
la popularidad, cuando se comporta en su indicio como sondeo informal, se
trastoca en una ciencia del comportamiento, en una sociología de la elección
pública. Ya no importa tanto el diseño de programa electoral en tanto que todos
los segmentos de clase y de consumo reclaman lo mismo: felicidad, contacto
humano, bienestar de consumo. Y los candidatos y los partidos sólo pueden
ofrecer una única cosa ante un modelo de gestión agotado, el estado
providencia: espectáculo, carisma, imagen, estilo, marca. Gobernar se ha
convertido en un dandismo, en una política Disney, en un modelo de
conducta social y estética a imitar. El voto se ha convertido en un producto,
deja de ser idea, se ha cosificado.
“Halloween”, en periodo electoral.
Nueva York, Diciembre de 1893
Me ha gustado el articulo, gracias.
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