Las grandes cadenas de distribución son frecuentemente vinculadas a los orígenes de la globalización y a su capacidad de influir sobre la administración u otros sectores de la producción. La realidad las aleja de esta formulación errónea: el comercio es una variable dependiente, no influyente.
En Madrid, a lunes 14 de febrero de 2011. Víctor G. Pulido.
El grupo de origen capital francés “E. Leclerc”, aunque ciertamente desconocido en España y gran parte del resto del mundo, discurre entre el cuarto y quinto grupo de distribución generalista retail mundial, rivalizada la posición con "Auchan", enseña con la que comparte curiosamente algunas de sus inversiones (“Decathlon”, por citar la más popular). Pero el intenso ritmo que marcan sus rivales no desanima a “E. Leclerc” que, incluso, dispone de mayor acogida entre los franceses, posee mayor hectómetros cuadrados de sala, decámetros de lineal y número de tiendas en su mercado natural, Francia, que “Carrefour”, su competencia nativa. Y es que el grupo es poseedor de cerca de seiscientos cincuenta hipermercados, gran parte de ellos atomizados en el país galo, con casi una cifra global aproximada de trabajadores cercana a los cien mil. Fiel a su filosofía de comunidad de consumo, que despierta adeptos entre los consumidores, sus estaciones de servicio de repostaje, cerca de quinientas, forman parte del gran atractivo de sus puntos de ventas. Alienta la rumorología popular que el litro de combustible es tan competitivo en sus estaciones de repostaje que entre los rumores de pasillo de las oficinas de sus centros españoles se asegura que rompen con todo precio de equilibrio de combustible en nuestro país vecino. Estas figuraciones cabalgan incluso hasta los restaurantes, hospedajes de carreteras y áreas de descanso a lomos de comerciales de proveedores y distribuidores tras su visita a los diferentes responsables de compras del grupo en la península. Es en estos rincones donde entre los murmullos de camioneros, familias de paso y camareras se forja la leyenda financiera según la cual el Grupo Leclerc pueden prefijar el precio de litro de gasolina en Francia por debajo de lo establecido por las autoridades parisinas, arrastrando a todo el sector de las gasolineras a replicarle el precio. Pero no deja de ser nada más que eso, una leyenda de carretera. Porque ninguna enseña de distribución dispone del suficiente poder para marcar el precio mínimo de la gasolina o el diesel sin que tenga que pagar por ello un alto precio, no sólo económico, sino además institucional.
Estación de repostaje "E. Leclerc" en 1979.
Sin embargo, parece ser que no todos piensan lo mismo. Existen algunas personas que, presas de una cosmovisión orwelliana de la relaciones humanas, se erigen como iconos no representativos del pensamiento crítico, meretrices de discursos en busca de conspiración, que creen que el poder de un conjunto de tiendas, pueda marcarle los pasos a un gobierno europeo, a un lobbie petrolero, e incluso a la coyuntura internacional. Así insiste, retomando su protagonismo del post anterior, Esther Vivas, en su manifiesto. Esto es así porque, según su criterio “…las principales compañías de venta al detalle han entrado a formar parte del ranking de las mayores multinacionales del planeta”. ¿Informada de lo que asevera?: yo más bien diría que no. Ninguna megacorporación, transnacional o multinacional, según guste decir, se sitúa entre las principales empresas mundiales de mayor tamaño o facturación. Ninguna, claro está, salvo “Wal-Mart” (quizá porque sea un holding conglomerado, y no una empresa de distribución al uso, que son cosas diferentes). Si echamos un vistazo a las diferenciadas clasificaciones actualizadas de la revista “Forbes” (en http://www.forbes.com/lists), en general, podríamos refrendar que predominan multinacionales relacionadas con la banca, las finanzas y el seguro, las energéticas así como las que tiene que ver con las telecomunicaciones y las tecnológicas. Ninguna de ellas vende cereales; ni destornilladores. Para aquellos a los que le he despertado la curiosidad, decir que entre las cien primeras sólo aparecen tres españolas: Grupo Santander, Telefónica Movistar y Banco BBVA, por este orden. Ni que decir tiene que, a raíz de lo expuesto, a los jefes de sección o gerentes, ni a sus directivos, se nos invita a abrir la sesión de la bolsa como reconocimiento a nuestro fervor por dominar el mundo y sus designios. Una pena, sin duda, para tan maquiavélico sector como es el nuestro.
¿Es invitada a participar la gran distribución
al Foro de Davos?. No existe constancia.
Pero no conforme con ello y persistiendo en la misma línea de asignación, en la de hacerle protagonista del nuevo orden mundial al grand retail, Vivas se despacha aduciendo, en su metástasis de la comunicación responsable, que “Las grandes operadores de distribución se han convertido en uno de los actores más significativos del proceso de globalización capitalista”, lo que deja traslucir su falta de perspectiva sobre la historia financiera contemporánea. Cualquier estudiante de primer ciclo universitario con unos mínimos conocimientos sobre economía política mundial es consciente que, desde la aparición de la figura financiera de los Euromercados en la Francia de los 60’s, los Estados, sus respectivos bancos centrales y las entidades financieras han sido en mayor o menor medida los exclusivos diseñadores así como actores dinamizadores de la globalización, capitalista o no, muy especialmente vinculados a ella a raíz de la emergencia financiera del efecto petrodólar. La grandes y medianas empresas de distribución no acaparan mayor protagonismo, ni implícito ni explícito, en el proceso de mundialización del cual no participan más que otras estructuras de su mismo orden y tamaño; esto es, no promueve una cultura de consumo occidental ni frecuenta los pasillos del “Foro de Davos”, tan sólo obedece a los procesos naturales propios de su actividad y naturaleza institucional. Por tanto, el sector retail no tiene poder de mundialización más allá de acertar con los gustos y preferencias de un mayor número de consumidores que, para mayor complejidad si cabe, se orienta y cada vez tiende a más como cliente a la diferenciación y customización de sus consumos, usos y costumbres. Por otra parte, el grand retail es íntimamente dependiente del mercado de materias primas (como hemos visto en los últimos meses con el cereal) y sensiblemente apegado del energético, tanto a nivel de costes internos de sostenibilidad comercial, como del impacto de su demanda final agregada. Si las grandes distribuidoras dispusieran de tanto poder de globalización, quizá pudieran controlar firmemente estos parámetros que tanto las constriñen y amenazan su estabilidad comercial. Pero, en contra de la tesis de Esther, no es el caso. La industria aeronaval y militar, los conglomerados automovilísticos, la logística internacional, los clúster tecnológicos, las grandes corporaciones financieras y los cárteles energéticos, de materias primas y metales preciosos quizá se jacten de las suposiciones que conducen a la señora Vivas a incluirnos en su ilustre club. En definitiva: las cadenas de distribución no le vamos diciendo a la Opep a cuánto nos viene bien vender el diesel y en qué momento. Es una falacia. O una parodia recreada de un número de Gila.
¿Son los árabes...?. Escuchen, por favor, que a ver si me puedieran rebajar el Brent para este fin de semana,.. sí, unos barrilitos, nada más,… Es que inauguro un hipermercado,... sí, sí, claro; y viene además un cuñado mío que es un poco del puño cerrado, a ver si ustedes pudieran... Bueno, bueno... con lo que sea ustedes me avisan pero,.. sí,... pero escuchen: que no sea a la hora del fútbol, que aquí somos un poco de siesta. Bueno, pues adios, póngame a los pies de su señora, adios, adios,...