Los orígenes de la historia del calzado deportivo contemporáneo.
Cáceres, siete de noviembre de 2010. Víctor G. Pulido.
En 1882, un joven atleta aficionado, Joseph William Foster, de Inglaterra, corredor entusiasta y miembro de los "Bolton Primrose Harrier”, se sentó extenuado sobre una banqueta tras unos entrenamientos de atletismo y empezó a darle vueltas a un asunto que le tenía sumido en una constante preocupación: cómo mejorar su rendimiento frente a compañeros que poseían, a priori, mejores cualidades físicas que él. Desde aquella tarde su tenacidad le condujo a lo largo de un duro lustro a toda una serie de sacrificios y obsesiones que confirieron su terca personalidad de adulto: ensimismamiento, dietas, tablas de ejercicios, estudio de la disposición de las técnicas de sus compañeros e incluso, seguramente en lo apócrifo, rezos hasta que le sangrara la lengua. Pero sólo tras varios años de empecinamiento y frustraciones, Joseph encontró la respuesta en la técnica: si los medios de locomoción autopropulsados de la época mejoraron, se decía, no fue porque únicamente fueran más potentes o aerodinámicos, sino porque existían mejores diseños mecánicos y vías. La clave, entonces, pasaba necesariamente por la tracción en el calzado y en la mejora de la pista, tampoco exclusivamente en la alimentación y no irremediablemente en la fuerza física o destreza del corredor. Con algunos rudimentos en zapatería adquiridos mediante ensayo y error y durante su tiempo libre nuestro protagonista comenzó a alimentar esta idea extraída de los moldes industriales del conocimiento al tiempo que avivaba desde su interior una fuerte introversión. Todo lo cual le llevó a diseñar en un pequeño cobertizo interior improvisado, unos botines de piel y cuero con suela rugosa que iría testando y perfeccionando al sometimiento de las pruebas atléticas en las que participaba.
"Foster's" del primer tercio del s. xx.
A medida que Joseph se percataba, competición tras competición, que nunca triunfaría como atleta, progresivamente se vinculó más a su manufactura. Como consecuencia de su mayor dedicación y masa de tiempo, fue escriturando las formas arquetípicas de su producto, desestimando la rugosidad del cuero e incluyendo estrías sobre la base de una suela ya lisa que proporcionaban una mayor adherencia al piso. La obcecación del joven Foster por lograr la perfección de su producto fue a más y le encerró, aún más si cabe, en sí mismo: pasó a dedicar más tiempo al diseño, desarrollo de sus zapatos para el deporte para el que les dio vida. De este proceder, el medio mecánico que creó para alcanzar su sueño de atleta devino al tiempo en pasión encarnizada por su producto, un fin en sí mismo que lo dominaba y devoraba tanto sus horas como sus relaciones sociales. Durante aquellos meses sufrió la incomprensión de sus semejantes: algunos de sus vecinos le achacaban en cara lo inútil de su pasión ermitaña desprovista de toda filosofía o ciencia mientras la chavalería de Bolton se burlaba de su raquítico pasado deportivo entre vítores de callejas aledañas a su puerta. Durante el proceso de perfeccionamiento de su calzado, Joseph nunca se rindió. El aprendiz de hilvanar formas que dieran lugar a la escultura de su logro textil no era insensible a su asunción consciente de la imagen quijotesca que proyectaba. Pese a ello un Joseph derrotado en su percepción social se consolaba soñando con las medallas que pudieran alcanzar sus botas bajo su nombre, pero lamentablemente también, en su lugar. En su indolencia, se mostró tan agerrido en la defensa de su concepción textil como en la persecución de sus logros deportivos. Quizá Dios, le dictaba su foro interno, negándole el don de la velocidad por el que tanto rezó y blasfemó, le confirió la vocación de atleta con el invisible propósito de ver cómo un novel artesano de cuero hacía más veloces a las criaturas a las que en el momento de su creación, tan sólo dotó de curiosidad e inteligencia.
Fotograma capturado del oscarizado film
británico de 1981 "Carros de Fuego".
Agotada finalmente la década, en 1890 y como resultado de esta innovaciones, con unos pocos ahorros y entregado a sus habilidades, el ex-corredor decide comercializar artesanalmente a pequeña escala el modelo definitivo producto de su trabajo y conocimiento tras años de incomprensiones y esfuerzos. Adquirió un local que transformó en taller, fundó la sociedad Mercury Sports y fue entonces cuando empezó a fabricar, siempre a mano, para otros corredores, sometiendo su producto a la valoración y criterio de estos. Pero no fue hasta 1894 cuando Joseph materializó lo que para él sería su obra magna, concebida para competir en los primeros juegos olímpicos de la era moderna de Atenas 1896. Se trataba del calzado con tacos (unos zapatos que poco tiempo después calzarían los mejores atletas de Inglaterra) creando así lo que sería el primer par de botas de pista: los míticos "Spike of Fire" (zapatos con clavos de fuego). Efectivamente, con los spikies llegaría el reconocimiento a su técnica aplicada a textiles por parte de la industria occidental. Desde aquel renacido evento deportivo, el joven Joseph William pasó a ser Foster y con él nació oficialmente la ingeniería que habría de dar lugar al moderno calzado de competición. A razón de ello, tras el motivo olímpico, el calzado de Foster comenzó a adquirir popularidad industrial. En tan sólo cincos años, la ya compañía empezó a desarrollar una clientela internacional de atletas. Pero Foster no se contentó con ser un artesano especializado a media escala y aspiró a desarrollar un procedimiento que incidía en la medida personal diseñada para cada plata de pie, siendo los primeros en intentar dar a cada corredor un producto ergonómico ajustado a las características de sus usuarios. Debido al éxito de este calzado, atletas de elite de todas partes de Inglaterra, con motivos de los Juegos de Londres de 1906 y de otras tantas partes del mundo, empezaron a encargar sus “Foster’s”. Su definitivo reconocimiento por parte de la industria internacional no llegó hasta más tarde, con los Juegos Olímpicos de París de 1924, mucho antes de que en posteriores ediciones los atletas africanos fueran invitados a participar y aun corrieran descalzos. Los productos de calzado deportivo “Foster’s” fueron usados en la cita olímpica parisina por Harold Abrahams, Eric Liddell y Lord Burteigh, entre otros, que además fueron inmortalizados en la película del anglo-escocés Hugh Hudson, "Carros de Fuego". Quizá Foster no tuvo la oportunidad de llegar a convencer a los corredores subsaharianos en Berlín de la excelencia de su producto porque Joseph murió en 1933 a los cincuenta y tres años de edad, pasando la compañía a manos de sus dos hijos, pero el legado que ofreció al mundo de las plusmarcas cuando no al mercado en sí, tiene mucho de deuda con el boltoniano. Así fue como fruto de una obsesión visionaria un joven y frustrado atleta inglés, su empeño revolucionó no sólo el calzado deportivo como conceptualmente hoy es entendido, sino que propició con sus innovaciones un giro copernicano al deporte mismo, a la industria y a la cultura popular.
Cartel conmemorativo de los Juegos Olímpicos de Londres
donde la figura que representa al atleta calza unas "Foster's".
Durante la revisión del texto posterior a su publicación, se han detectado incidencias relacionadas con fechas anuales. Subsanados los anacronimos propios de la revisión postergada, rogamos a nuestros seguidores disculpen las erratas.
ResponderEliminar