Mientras
tengamos cosas de las que tirar y aprovechar para salir adelante en casa, no
compraremos. Los “Reyes” se han orientado este año a lo útil inevitable y necesario. Y las "Rebajas",
dicen las previsiones que a la baja, lo harán a lo básico e irremediable. Los actos de consumo se vuelven funcionales,
manifestamos una preferencia "por la utilidad", y no "por el consumo".
Víctor G. Pulido para "LinealCero". En Madrid, a 6 de enero de 2013.
Uno
de los muchos problemas que afligen a nuestro actual sistema de comercio es lo
que los economistas llaman crisis de
liquidez a nivel microeconómico. ¿Y qué quiere decir esto?. Haciendo un
guiño al genial monologista Goyo Jiménez, de tournée estas fechas navideñas por la Gran Vía madrileña, se
explicaría algo así: “Para los de la
LOGSE: ¡no hay un duro!”.
Habida
a cuenta del recurso perifrástico del humorista melillense se podría deducir
que vivimos asentados sobre la Edad del Hielo
del consumo: los presupuestos domésticos en nuestra maltrecha economía se
resienten, las familias no llegan a cubrir partidas y el gasto desciende. A la
sazón de todo ello el consumo privado queda relegado a un segundo plano en lo que
a la toma de decisiones de andar por casa respecta y el comercio carga con los
excesos diferidos del recalentamiento financiero. Ahora bien, ¿esto conlleva a
que el consumo esté herido de muerte?. Si la pregunta se enfoca en tal y como
lo conocíamos hasta hace poco, sí. Eso, o al menos necesita cuidados paliativos.
Pero espiritualmente la práctica del consumo sigue tan viva como el primer día
que la humanidad lo vio nacer bajo el albor de la revolución neolítica: al fin
y al cabo la gente necesita seguir atendiendo a sus necesidades y vicisitudes
cotidianas de un modo u otro, eso es inapelable, somos personas.
El uso recurrido a la bicicleta como alternativa de ahorro al consumo
de combustible dispersa el consumo y redistribuye la renta durante su itinerario.
El vehículo concentra el consumo en contadas áreas nuclearizadas o nodos.
Realmente
lo que ha sucedido es que la demanda se ha desplazado entre la población desde
una "preferencia por el consumo" a una "preferencia por la utilidad". Digamos que
se ha pasado de consumir bienes que se comportan como superiores a servicios
que lo hacen como inferiores. De comprarnos ese maravillo “Honda Civic” totalmente equipado, a tirar del zapatero remendón para
aprovechar más nuestros calzados.
La "preferencia por la utilidad" es un consumo instrumental de mantenimiento: nos
centramos en el uso y conservación de lo que ya tenemos, de lo que en el pasado
inmediato adquirimos. Un ejemplo de todo esto y de esta preferencia por la
utilidad lo tengo no sólo en los que me rodean, sino en mí mismo. El pasado
invierno a la orden de mi descuido y premura dejé aparcado mi anorak de dos piezas sobre el respaldo
de la silla de mi escritorio, muy próximo a un radiador halógeno. Resultado al
cabo de una conversación telefónica: quemadura de primer grado a la altura de su
antebrazo derecho. En los buenos tiempos no me hubiera complicado: hubiera desechado
la prenda, acercado al centro comercial y directamente me hubiera comprado otro,
sin más. Esa decisión de consumo sería tan racional como la de hoy no comprar otro, sin menos. Nadie me lo habría echado en cara, todo lo contrario y en buena
lógica acorde a los tiempos. Pero opté por alternar otro recurso: emplear la
capucha de la misma tela sintética y que no utilizaba como material de implante
para el remiendo. Como reflexión personal tengo que confesar que nunca había
reparado en la buena profesional que es mi costurera de barrio, en lo artesanal
de sus procesos y sublimes acabados y de cómo cuida de conservar mi atuendo
público. Sin más remedio, los consumidores estamos redescubriendo el valor
añadido de acudir a la vieja usanza de los eternos oficios.
El cliente se lo piensa hasta tres veces antes de jubilar su cuidada pero postergada ropa.
Cuando el consumo desciende, las modas no pasan. Todos conservamos el mismo tono.
El
consumo, por tanto, no ha muerto, tan sólo ha mudado de piel. No lo reconocemos en su presencia porque ha trasmutado, ha
“cambiado de formato”, ciertamente a un modalidad low cost o frankeneinsteinizadas.
Reviven talleres de pequeñas reparaciones mecánicas y los outlets. Arrasan las cafeteras de goteo y las fiambreras en el
lineal del bazar; resurgen los crepusculares videoclubs y el coche de ocasión
se instala en el vecindario. Por analogía a la energía o la materia, el consumo
no se crea ni se destruye, se transforma adoptando la preferencia por los
bienes inferiores, no desaparece del todo. Lo que ha dejado el consumo es de
generar riqueza, no uso: mientras tengamos en casa cosas de las que valernos
eficientemente o de modo sustitutivo a la compra, o podamos adquirirlo a un
precio satisfactorio o remendarlas, el consumo de masas permanecerá crionizado. Paradójicamente el desplazamiento del gasto hacia los servicios de remiendo está distribuyendo la "riqueza" y manteniendo algo de la estructura comercial. Muchas familias están aún subsistiendo de la "preferencia por la utilidad".
Caída de márgenes para el distribuidor deconglomerados de productos de la multinacional Procter & Gamble. |
Al
aproximarnos al estudio de la conducta de los clientes, los tenderos entendemos
que los compradores tienden a preferir aquellos servicios o bienes materiales y
precios de equilibrio que mayor optimización le comportan a su (nuevo) estilo de
vida, esto es, aquellos que le reportan una mayor satisfacción. O como se
denota a día de hoy, una mayor utilidad. En consonancia a esta nueva modalidad
de la demanda, en las tiendas se ajustan los márgenes, se prescinde de lo
accesorio y nos centramos en lo instrumental. Como a los “Reyes Magos” en estos
tiempos de crisis, se nos impone lo práctico, no lo superfluo.
Que
el consumo se resienta estructuralmente no explica que sea el fin de la
economía de consumo y mercado, quizás sí del modo en que la concebimos en todas
su naturaleza sobredimensionada. De hecho los portales on-line comerciales repuntan y las websites de segunda mano, de clubs
de consumidores o de trueque o intercambio mutuo eclosionan y se adoptan como
un nuevo instrumento de adaptación al medio económico. Se está incubando un
nuevo modo de percibir las relaciones de intercambio, donde el coste de mercado
de un producto se aproxime a su coste de producción sin desatender la calidad
ni el servicio gracias a los avances tecnológicos. Esto propiciará, con el
tiempo, a que el excedente del consumidor
(la diferencia con saldo a su favor resultante entre lo que antes pagaba y lo
que ahora paga por un mismo concepto de producto) se destine al sector servicios
tan consustancial a nuestra economía de producción y desactive paulatinamente
el estancamiento del consumo y del desempleo. Este cambio se producirá una vez
la incertidumbre desaparezca de la lontananza y nos orientemos a la preferencia
por la utilidad, en este caso de servicios, en lugar de productos. Mientras
tanto, hasta que se dé pie a toda esta transformación sigilosa disfruten, eso
sí, sin añoranzas ni atisbos de dolencias, del uso de sus vetustos ropajes y de
sus viejos cacharros.
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