sábado, 4 de agosto de 2012

Fastasmática de la Publicidad (III).



            Se podría hablar mucho más de los procesos alucinatorios y regresivos, pero únicamente voy a retener tres notas. Según Freud, considerando tanto los sueños como algunas patologías psíquicas, pueden distinguirse tres tipos fundamentales de regresión: Primero una regresión  tópica, en el sentido del esquema del aparato psíquico propuesto, es decir, una regresión que  conduciría la excitación, en lugar de hacia el extremo de la descarga motriz, hacia el extremo opuesto, esto es, a la activación de las imágenes perceptivas de manera alucinatoria, a la  estimulación de los elementos del sistema perceptivo. En segundo lugar, una regresión temporal, en la medida en que se trata de una regresión a formaciones  psíquicas  más  antiguas,  puesto que, en el esquema tópico propuesto por Freud, los subsistemas mnémicos más próximos al sistema de la percepción, que son los que se estimulan en el proceso regresivo, son los constituidos en las etapas más tempranas de formación del sujeto. Y en tercer lugar, una regresión formal, dado que modos de expresión y de figuración primitivos sustituyen a los habituales: modos de expresión más primitivos en el tiempo y, a la vez, más primitivos en el sentido formal. Se trataría pues de entender que en el sueño se producen estos tres  tipos  de  regresiones, que Freud inmediatamente  pasa  a considerar como coincidentes. "En el fondo -dice- los tres tipos de regresión son uno solo y en la mayoría de los casos coinciden, pues lo más antiguo en el  tiempo, es a la vez lo primitivo en sentido formal y lo más próximo al extremo perceptivo dentro de la tópica psíquica”.

            Hasta aquí, pues, hemos considerado tres herramientas fundamentales del trabajo onírico, herramientas que dan cuenta de esa apariencia, tantas veces absurda, con que el sueño se presenta ante nuestra conciencia. El modo en que estas tres herramientas trabajan corresponde, según Freud, a las cualidades que caracterizan el funcionamiento de los procesos primarios, los procesos inconscientes. Estos procesos, en síntesis, vienen regulados por el principio de inercia, un principio que Freud toma de Fechner, según el cual todo aumento de excitación energética producido en el aparato psíquico es sentida como displacer, y consiguientemente tiende a ser aliviado mediante una descarga motriz. Por supuesto que Freud, muchas veces a lo largo de su texto, cuando enuncia el principio de inercia -al que también llama en ocasiones principio del displacer-, entiende que un funcionamiento del aparato psíquico regido exclusivamente por el principio de inercia nunca se dio en realidad, y que sólo constituye un tipo ideal que caracterizarla el momento cero de la prehistoria del sujeto. Y que la constitución del sujeto, la constitución compleja del aparato psíquico, liga, de acuerdo con el carácter del sujeto, los sistemas más habituales, las formas más habituales de descarga. Pero no hay que olvidar que en el sueño -y tal vez también bajo el efecto de la seducción ideológica o de la fascinación  publicitaria- la regresión hace que el sujeto retorne a situaciones primordiales, donde ese principio de inercia tiene una eficacia mayor.

            Pero estas tres herramientas, de carácter primario, no agotan el modo de funcionamiento del trabajo onírico en el esquema de Freud. En el curso de su investigación, para dar cuenta de algunas de las características que el sueño presenta, Freud se ve obligado a introducir la consideración de una cuarta herramienta, aportada por el sistema preconsciente, y que trabaja por tanto según el  modo que caracteriza a los procesos psíquicos que se consuman durante la vida de vigilia. A esta cuarta herramienta le atribuye el nombre de elaboración secundaria del sueño. Y la caracterización que de ella hace Freud podría resumirse así: “La instancia censuradora, preconsciente, cuya influencia sólo hemos reconocido hasta aquí en restricciones y omisiones en el interior del contenido onírico, es responsable también de intercalaciones y acrecentamientos de este”. Y añade con una frase irónica: “Procede de manera parecida a los filósofos, según la maligna afirmación del  poeta: con retazos y harapos tapa las lagunas en el edificio del sueño. Resultado de su empeño es que el sueño pierde su aspecto de absurdo y de  incoherencia y se aproxima al modelo de una vivencia inteligible. No todos los sueños, ni siempre la elaboración secundaria, consiguen este éxito, y a veces nos encontramos con sueños evidentemente absurdos”.

            Se trata, pues, de una herramienta -la elaboración secundaria- cuya tendencia consiste en proporcionar una fachada racional al sueño y que, cuando consigue su propósito, presenta  ante  la conciencia del soñante -como ya construida- una primera interpretación de lo soñado. Pero Freud nos advierte insistentemente contra esta primera interpretación de lo soñado, interpretación que se nos ofrece, que nos viene dada. La mayoría de las veces -dice- tal interpretación no es más que una racionalización construida por la censura de la resistencia,  semejante a las que funcionan en  la situación analítica y en la vida cotidiana de la vigilia,  y que debe ser desmontada mediante el duro trabajo del análisis. Y acerca de la dificultad de este trabajo afirma rotundamente: “Nadie tiene derecho a esperar que la interpretación de sus sueños le caiga del cielo”. Quien pretenda interpretarlos  “deberá  hacer  suyas  las expectativas que se suscitaron en este tratado y, obedeciendo a las reglas que se han dado aquí, empeñarse en sofrenar durante el trabajo toda crítica, todo preconcepto, todo compromiso afectivo o intelectual”. Deber  seguir la norma que Claude Bernard  estableció para el experimentador en el laboratorio de fisiología: “Travailler comme une bête”, es decir, “con esa tenacidad, pero también con esa despreocupación por el resultado. El que siga ese consejo ya no encontrar difícil la tarea".

            Prácticamente, con esto concluyo mi exposición del esquema teórico del trabajo del sueño. Pero me gustaría añadir, por último, una consideración importante. Habíamos visto que la elaboración secundaria, cuando conseguía sus propósitos, procuraba al sueño una fachada racional en la cual nos venía dada de antemano una primera interpretación de lo soñado, aunque esta interpretación pudiera manifestarse como engañosa después del análisis. A este respecto, dice Freud, y cito textualmente de mi ficha: “Hay un caso en que el trabajo de construirle al sueño una fachada,  digamos,  le es ahorrado en buena medida por el hecho de que dentro del material de los pensamientos oníricos se encuentra, ya listo, un producto así, que no espera sino que se  lo use. A ese elemento de  los pensamientos oníricos a que aludo suelo designarlo como fantasía [o fantasma]; quizá  despeje posibles malentendidos si enseguida lo llamo sueño diurno [Tagtraum], por ser lo análogo al sueño que encontramos en la vida de vigilia”. [. ..] “La frecuente emergencia de fantasías diurnas conscientes nos ponen en conocimiento de estas formaciones; pero así como las hay conscientes, son abundantísimas las fantasías inconscientes que tienen que permanecer tales a  causa de su contenido y por provenir de material reprimido. Una mayor profundización en los caracteres de estas fantasías diurnas nos enseña que con todo derecho conviene a estas formaciones el mismo nombre que  llevan nuestras producciones mentales nocturnas: el nombre de sueños. Tienen en común con los sueños nocturnos una parte esencial de sus propiedades” [...]. “Como los sueños, ellas son cumplimiento de deseo; como los sueños, se basan en buena parte en las impresiones de vivencias infantiles; y como ellos, gozan de cierto relajamiento de la censura respecto de sus creaciones. Si investigamos su construcción, advertimos cómo el motivo de deseo que se afirma en su producción ha descompaginado,  reordenado y compuesto en una totalidad nueva el material de que están construidas”.

            Hasta aquí el  esquema de Freud. La hipótesis  que  ahora propongo para  la  discusión  es  que el  trabajo de  la  creación publicitaria es equivalente al trabajo del sueño. Desde mi punto de vista, el creativo publicitario se sirve de las mismas herramientas: la condensación, el desplazamiento, el miramiento por la figurabilidad. Y, por supuesto, se sirve de la elaboración secundaria, es decir, de la reorganización de los elementos que obtiene mediante esas tres primeras herramientas. Y no hay que entender, por la forma en que lo enuncio, que  sea  primero  la aplicación de las tres herramientas de carácter primario, y después la reelaboración secundaria. Sino que es un proceso conjunto, de feed-back, de ida y vuelta, que es el mismo, por otra parte que se cumple también en los sueños. Y muy especialmente, diría yo, se sirve del  recurso a las fantasías  diurnas, a los fantasmas inconscientes que supone en su audiencia. Podría objetarse que todo esto lo hace el  publicitario de manera consciente, racionalmente, y que por lo tanto la herramienta preferida del trabajo publicitario consiste en ese factor que, en el caso del sueño, hemos llamado elaboración secundaria. Pero esto, desde mi  punto de vista, no puede ser todo. Parece que, si su trabajo sólo fuera racional, no sería un buen creador publicitario. Yo he oído decir muchas veces que un buen creativo publicitario nace, que no se hace.  Lo cual probablemente quiere decir que un buen creativo es aquel que es capaz de tomar contacto inconscientemente con las fantasías socialmente circulantes y organizarlas de manera que garantice la circulación de sus mensajes. Por eso  puede ser que  los  creadores publicitarios tengan razones  suficientes cuando muchas veces se niegan a escuchar a los sociólogos. Nada más.

(Ponencia  presentada  en  el  seminario:   Publicidad, Semiótica  e Ideología,  U.I.M.P. Cuenca, noviembre de 1989. Cuadernos Contrapunto, Octubre de 1990).





Ángel de Lucas: maestro de la escucha.
Por Javier Callejo Gallego.
Pionero de la Sociología del Consumo en España, su compromiso ético e intelectual con el psicoanálisis le hizo único. El 27 de junio falleció Ángel de Lucas, como si hubiera esperado a terminar un curso más, el de 2012. Para la mayor parte de los sociólogos e investigadores sociales hoy en activo, fue un maestro, en el pleno sentido de la palabra, pues, más allá de transmitir un conocimiento, una forma de hacer, lo que dejaba en quien le escuchaba es una profunda huella ética, poniendo en juego –en la propia docencia- el cómo había que trabajar, tras la reflexión del para qué de cada estudio, de cada análisis. Cuando, en la naciente sociedad de consumo española, apenas nadie hablaba de investigación de mercados, Ángel de Lucas, junto a sociólogos como Jesús Ibáñez o Alfonso Ortí, se dedicaron a ella. Algo que siempre relató con ironía, pues tal actividad se convirtió en su modus vivendi por los obstáculos políticos que encontró para desarrollar la docencia en la Universidad. Sufrió en carne propia las durezas de la represión franquista, con encarcelamientos donde compartió espacio y pan duro con buena parte de lo que después conformó la clase política e intelectual de la transición democrática española. Muchos de ellos, mudaron su percepción del mundo según se fueron asentando en sus cargos. Hasta de ideología política, atribuyéndolo al cambio de contexto político o, simplemente, la edad.

Desde este punto de vista, Ángel de Lucas ha muerto joven. Quienes fuimos sus discípulos –durante la carrera, en los primeros pasos profesionales, en los distintos cursos de postgrado- recordaremos su fuerte compromiso con el psicoanálisis, algo que compartía con algunos de los colegas españoles de su generación, pero que era raro en el panorama sociológico, tanto de ese momento de los inicios de la profesión en España, como, aún más, en momentos posteriores. Minuciosamente, recorría en público los textos de Freud, como hace alguien empeñado en mostrar lo que ha visto y, a la vez, consciente de los obstáculos que tienen para tal visión los que le escuchan. Y es que ahí mismo estaba buena parte de su enseñanza. El compromiso era con la escucha, con el significado que tiene esa práctica que es escuchar, fundamental para la práctica de la sociología. Aún más importante para la práctica de la vida. En sus clases, programadas al final del turno de noche y cuando se suponía que todos llegábamos agotados, siendo masivamente seguidas, aprendimos a escuchar. En primer lugar, su discurso pausado, reclamando implícitamente que se mascase cada una de sus frases. Después, con el entrenamiento, los discursos de la sociedad, en las prácticas que colectivamente realizábamos. Quienes, después, tuvimos la fortuna de asomarnos a su quehacer como investigador social, vimos cómo investigar era, sobre todo, asumir una ética de la escucha. Eso que estaba en el psicoanálisis. De manera que el análisis era rumiar y rumiar lo que decía la gente en las prácticas de observación que se ponían en marcha. Investigar era escuchar los textos de la sociedad. Algo muy lejano de esas máquinas o softwares decodificadores que demandan y buscan los nuevos investigadores. Para éstos, un estudio se soluciona introduciendo lo que ha dicho la gente en, por ejemplo, entrevistas en un algoritmo capaz de escupir un informe. ¡Y ya está! Tan felices. Para Ángel de Lucas jamás algo dicho se acaba de escuchar, como tampoco se acaba de interpretar un texto leído. El hombre jamás acaba nada, ni siquiera el propio hombre acaba. Pero, también, por respeto a los que habían hablado, los que habían donado su palabra a la investigación. Él, que era un lector de arenas, pues de todo nos queda huella, y, sobre todo, del Viernes o los limbos del Pacífico, de Tournier, estará ahora en ese lugar fronterizo que es el limbo, proyección del espacio intersticial que ocupó durante su vida. Desde aquí, le seguiremos escuchando. De que él nos escucha y analiza, estoy seguro.


No hay comentarios:

Publicar un comentario