Se podría hablar
mucho más de los procesos alucinatorios y regresivos, pero únicamente voy a
retener tres notas. Según Freud,
considerando tanto los sueños como algunas patologías psíquicas, pueden
distinguirse tres tipos fundamentales de regresión: Primero una regresión tópica, en el sentido del esquema del aparato
psíquico propuesto, es decir, una regresión que
conduciría la excitación, en lugar de hacia el extremo de la descarga
motriz, hacia el extremo opuesto, esto es, a la activación de las imágenes
perceptivas de manera alucinatoria, a la
estimulación de los elementos del sistema perceptivo. En segundo lugar,
una regresión temporal, en la medida en que se trata de una regresión a
formaciones psíquicas más antiguas, puesto que, en el esquema tópico propuesto por
Freud, los subsistemas mnémicos más próximos al sistema de la percepción, que
son los que se estimulan en el proceso regresivo, son los constituidos en las
etapas más tempranas de formación del sujeto. Y en tercer lugar, una regresión
formal, dado que modos de expresión y de figuración primitivos sustituyen a los
habituales: modos de expresión más primitivos en el tiempo y, a la vez, más primitivos
en el sentido formal. Se trataría pues de entender que en el sueño se producen
estos tres tipos de
regresiones, que Freud inmediatamente
pasa a considerar como
coincidentes. "En el fondo
-dice- los tres tipos de regresión son
uno solo y en la mayoría de los casos coinciden, pues lo más antiguo en el tiempo, es a la vez lo primitivo en sentido
formal y lo más próximo al extremo perceptivo dentro de la tópica psíquica”.
Hasta aquí, pues,
hemos considerado tres herramientas fundamentales del trabajo onírico,
herramientas que dan cuenta de esa apariencia, tantas veces absurda, con que el
sueño se presenta ante nuestra conciencia. El modo en que estas tres
herramientas trabajan corresponde, según Freud, a las cualidades que caracterizan
el funcionamiento de los procesos primarios, los procesos inconscientes. Estos
procesos, en síntesis, vienen regulados por el principio de inercia, un
principio que Freud toma de Fechner,
según el cual todo aumento de excitación energética producido en el aparato
psíquico es sentida como displacer, y consiguientemente tiende a ser aliviado
mediante una descarga motriz. Por supuesto que Freud, muchas veces a lo largo
de su texto, cuando enuncia el principio de inercia -al que también llama en
ocasiones principio del displacer-, entiende que un funcionamiento del aparato
psíquico regido exclusivamente por el principio de inercia nunca se dio en
realidad, y que sólo constituye un tipo ideal que caracterizarla el momento
cero de la prehistoria del sujeto. Y que la constitución del sujeto, la
constitución compleja del aparato psíquico, liga, de acuerdo con el carácter
del sujeto, los sistemas más habituales, las formas más habituales de descarga.
Pero no hay que olvidar que en el sueño -y tal vez también bajo el efecto de la
seducción ideológica o de la fascinación
publicitaria- la regresión hace que el sujeto retorne a situaciones
primordiales, donde ese principio de inercia tiene una eficacia mayor.
Pero estas tres herramientas, de carácter
primario, no agotan el modo de funcionamiento del trabajo onírico en el esquema
de Freud. En el curso de su investigación, para dar cuenta de algunas de las
características que el sueño presenta, Freud se ve obligado a introducir la
consideración de una cuarta herramienta, aportada por el sistema preconsciente,
y que trabaja por tanto según el modo
que caracteriza a los procesos psíquicos que se consuman durante la vida de
vigilia. A esta cuarta herramienta le atribuye el nombre de elaboración
secundaria del sueño. Y la caracterización que de ella hace Freud podría
resumirse así: “La instancia censuradora,
preconsciente, cuya influencia sólo hemos reconocido hasta aquí en restricciones
y omisiones en el interior del contenido onírico, es responsable también de intercalaciones
y acrecentamientos de este”. Y añade con una frase irónica: “Procede de manera parecida a los filósofos,
según la maligna afirmación del poeta:
con retazos y harapos tapa las lagunas en el edificio del sueño. Resultado de
su empeño es que el sueño pierde su aspecto de absurdo y de incoherencia y se aproxima al modelo de una
vivencia inteligible. No todos los sueños, ni siempre la elaboración
secundaria, consiguen este éxito, y a veces nos encontramos con sueños
evidentemente absurdos”.
Se trata, pues,
de una herramienta -la elaboración secundaria- cuya tendencia consiste en
proporcionar una fachada racional al sueño y que, cuando consigue su propósito,
presenta ante la conciencia del soñante -como ya construida-
una primera interpretación de lo soñado. Pero Freud nos advierte
insistentemente contra esta primera interpretación de lo soñado, interpretación
que se nos ofrece, que nos viene dada. La mayoría de las veces -dice- tal
interpretación no es más que una racionalización construida por la censura de
la resistencia, semejante a las que
funcionan en la situación analítica y en
la vida cotidiana de la vigilia, y que debe
ser desmontada mediante el duro trabajo del análisis. Y acerca de la dificultad
de este trabajo afirma rotundamente: “Nadie
tiene derecho a esperar que la interpretación de sus sueños le caiga del
cielo”. Quien pretenda interpretarlos
“deberá hacer suyas
las expectativas que se suscitaron en este tratado y, obedeciendo a las
reglas que se han dado aquí, empeñarse en sofrenar durante el trabajo toda
crítica, todo preconcepto, todo compromiso afectivo o intelectual”.
Deber seguir la norma que Claude Bernard
estableció para el experimentador en el laboratorio de fisiología: “Travailler comme une bête”, es decir,
“con esa tenacidad, pero también con esa
despreocupación por el resultado. El que siga ese consejo ya no encontrar difícil
la tarea".
Prácticamente,
con esto concluyo mi exposición del esquema teórico del trabajo del sueño. Pero
me gustaría añadir, por último, una consideración importante. Habíamos visto
que la elaboración secundaria, cuando conseguía sus propósitos, procuraba al
sueño una fachada racional en la cual nos venía dada de antemano una primera interpretación
de lo soñado, aunque esta interpretación pudiera manifestarse como engañosa
después del análisis. A este respecto, dice Freud, y cito textualmente de mi
ficha: “Hay un caso en que el trabajo de
construirle al sueño una fachada,
digamos, le es ahorrado en buena
medida por el hecho de que dentro del material de los pensamientos oníricos se
encuentra, ya listo, un producto así, que no espera sino que se lo use. A ese elemento de los pensamientos oníricos a que aludo suelo
designarlo como fantasía [o fantasma]; quizá despeje
posibles malentendidos si enseguida lo llamo sueño diurno [Tagtraum], por ser
lo análogo al sueño que encontramos en la vida de vigilia”. [. ..] “La frecuente emergencia de fantasías
diurnas conscientes nos ponen en conocimiento de estas formaciones; pero así
como las hay conscientes, son abundantísimas las fantasías inconscientes que
tienen que permanecer tales a causa de
su contenido y por provenir de material reprimido. Una mayor profundización en
los caracteres de estas fantasías diurnas nos enseña que con todo derecho
conviene a estas formaciones el mismo nombre que llevan nuestras producciones mentales
nocturnas: el nombre de sueños. Tienen en común con los sueños nocturnos una parte
esencial de sus propiedades” [...]. “Como los sueños, ellas son
cumplimiento de deseo; como los sueños, se basan en buena parte en las
impresiones de vivencias infantiles; y como ellos, gozan de cierto relajamiento
de la censura respecto de sus creaciones. Si investigamos su construcción,
advertimos cómo el motivo de deseo que se afirma en su producción ha
descompaginado, reordenado y compuesto
en una totalidad nueva el material de que están construidas”.
Hasta aquí el esquema de Freud. La hipótesis que
ahora propongo para la discusión
es que el trabajo de
la creación publicitaria es
equivalente al trabajo del sueño. Desde mi punto de vista, el creativo
publicitario se sirve de las mismas herramientas: la condensación, el
desplazamiento, el miramiento por la figurabilidad. Y, por supuesto, se sirve
de la elaboración secundaria, es decir, de la reorganización de los elementos
que obtiene mediante esas tres primeras herramientas. Y no hay que entender, por
la forma en que lo enuncio, que sea primero
la aplicación de las tres herramientas de carácter primario, y después
la reelaboración secundaria. Sino que es un proceso conjunto, de feed-back, de ida y vuelta, que es el
mismo, por otra parte que se cumple también en los sueños. Y muy especialmente,
diría yo, se sirve del recurso a las fantasías diurnas, a los fantasmas inconscientes que
supone en su audiencia. Podría objetarse que todo esto lo hace el publicitario de manera consciente,
racionalmente, y que por lo tanto la herramienta preferida del trabajo
publicitario consiste en ese factor que, en el caso del sueño, hemos llamado
elaboración secundaria. Pero esto, desde mi
punto de vista, no puede ser todo. Parece que, si su trabajo sólo fuera
racional, no sería un buen creador publicitario. Yo he oído decir muchas veces
que un buen creativo publicitario nace, que no se hace. Lo cual probablemente quiere decir que un
buen creativo es aquel que es capaz de tomar contacto inconscientemente con las
fantasías socialmente circulantes y organizarlas de manera que garantice la
circulación de sus mensajes. Por eso
puede ser que los creadores publicitarios tengan razones suficientes cuando muchas veces se niegan a
escuchar a los sociólogos. Nada más.
(Ponencia presentada
en el seminario:
Publicidad, Semiótica e
Ideología, U.I.M.P. Cuenca, noviembre de
1989. Cuadernos Contrapunto, Octubre de 1990).
Ángel de Lucas: maestro
de la escucha.
Por Javier Callejo
Gallego.
Pionero de la
Sociología del Consumo en España, su compromiso ético e intelectual con el
psicoanálisis le hizo único. El 27 de junio falleció Ángel de Lucas, como si hubiera esperado a terminar un curso más,
el de 2012. Para la mayor parte de los sociólogos e investigadores sociales hoy
en activo, fue un maestro, en el pleno sentido de la palabra, pues, más allá de
transmitir un conocimiento, una forma de hacer, lo que dejaba en quien le
escuchaba es una profunda huella ética, poniendo en juego –en la propia
docencia- el cómo había que trabajar, tras la reflexión del para qué de cada
estudio, de cada análisis. Cuando, en la naciente sociedad de consumo española,
apenas nadie hablaba de investigación de mercados, Ángel de Lucas, junto a
sociólogos como Jesús Ibáñez o Alfonso Ortí, se dedicaron a ella. Algo
que siempre relató con ironía, pues tal actividad se convirtió en su modus
vivendi por los obstáculos políticos que encontró para desarrollar la docencia
en la Universidad. Sufrió en carne propia las durezas de la represión
franquista, con encarcelamientos donde compartió espacio y pan duro con buena
parte de lo que después conformó la clase política e intelectual de la
transición democrática española. Muchos de ellos, mudaron su percepción del
mundo según se fueron asentando en sus cargos. Hasta de ideología política,
atribuyéndolo al cambio de contexto político o, simplemente, la edad.
Desde este punto de
vista, Ángel de Lucas ha muerto joven. Quienes fuimos sus discípulos –durante
la carrera, en los primeros pasos profesionales, en los distintos cursos de
postgrado- recordaremos su fuerte compromiso con el psicoanálisis, algo que
compartía con algunos de los colegas españoles de su generación, pero que era
raro en el panorama sociológico, tanto de ese momento de los inicios de la profesión
en España, como, aún más, en momentos posteriores. Minuciosamente, recorría en
público los textos de Freud, como hace alguien empeñado en mostrar lo que ha
visto y, a la vez, consciente de los obstáculos que tienen para tal visión los
que le escuchan. Y es que ahí mismo estaba buena parte de su enseñanza. El
compromiso era con la escucha, con el significado que tiene esa práctica que es
escuchar, fundamental para la práctica de la sociología. Aún más importante
para la práctica de la vida. En sus clases, programadas al final del turno de
noche y cuando se suponía que todos llegábamos agotados, siendo masivamente
seguidas, aprendimos a escuchar. En primer lugar, su discurso pausado,
reclamando implícitamente que se mascase cada una de sus frases. Después, con
el entrenamiento, los discursos de la sociedad, en las prácticas que
colectivamente realizábamos. Quienes, después, tuvimos la fortuna de asomarnos
a su quehacer como investigador social, vimos cómo investigar era, sobre todo,
asumir una ética de la escucha. Eso que estaba en el psicoanálisis. De manera
que el análisis era rumiar y rumiar lo que decía la gente en las prácticas de
observación que se ponían en marcha. Investigar era escuchar los textos de la
sociedad. Algo muy lejano de esas máquinas o softwares decodificadores que demandan y buscan los nuevos
investigadores. Para éstos, un estudio se soluciona introduciendo lo que ha
dicho la gente en, por ejemplo, entrevistas en un algoritmo capaz de escupir un
informe. ¡Y ya está! Tan felices. Para Ángel de Lucas jamás algo dicho se acaba
de escuchar, como tampoco se acaba de interpretar un texto leído. El hombre
jamás acaba nada, ni siquiera el propio hombre acaba. Pero, también, por
respeto a los que habían hablado, los que habían donado su palabra a la
investigación. Él, que era un lector de arenas, pues de todo nos queda huella,
y, sobre todo, del Viernes o los limbos del Pacífico, de Tournier, estará ahora en ese lugar fronterizo que es el limbo,
proyección del espacio intersticial que ocupó durante su vida. Desde aquí, le
seguiremos escuchando. De que él nos escucha y analiza, estoy seguro.