viernes, 2 de septiembre de 2011

Consomé envasado para el lineal de la Edad del Fuego.

Víctor G. Pulido para "LinealCero".


A María y Fernando, para que hagan felices a sus padres.






Si el viaje al pasado pudiera ser una realidad física, un tangible espacio-temporal, esto es, si para su comercialización se pudiera materializar en producto, no dudaría en pensar que en “Viajes El Corte Inglés” instalarían un coqueto “corner” en el vetusto “Palacio de las Veletas”. En el escorado pasillo de salida para visitantes de esta sede del Museo Arqueológico Provincial de Cáceres, portón de “La Casa de los Caballos”, asigna mi ensoñación un par de sillas frente al mostrador para la agencia madrileña de turoperadores. Situado sobre él, un gran reclamo -bien podría ser una televisión de plasma o un vinilo adhesivo, según el gusto del lector- que rezara “Lo ha visto en el museo. Ahora vívalo de verdad: viaje a la Prehistoria”. Sin duda nos embarcaríamos ambos. Porque este amago de virtual viaje que sostenidamente corresponde a mi sola ficción acabaría con una vieja discusión real entre dos jóvenes amigos. Discusión, dicho sea, acerca del origen del comercio y circunscrita en torno a una cuestión tan concisa como aparentemente pueril: ¿cuál fue el primer producto de la historia elaborado para su comercialización: la lanza o el consomé? Accediendo al museo extremeño, cuya noble edificación alberga, en la ciudadela medieval cacereña, una de las colecciones más representativas de la arqueología lítica continental, para mí no cabe la menor duda. Para mi colega, un excelente conservacionista del Museo del Ejército confundido en su condición de museólogo por su porte militar, tampoco. Espero convencerle de mi postura tras su visita a los útiles de mis ancestros de Maltravieso. Él, persiguiendo la misma pretensión, trae consigo desde Toledo diapositivas en su i-pad de armamentos milenarios. Quien pierda la batalla dialéctica -más que historiográfica- invitará a su oponente a cenar en la "Real Hospedería Conventual de Alcántara" (antiguo Monasterio de la Orden). El castrense aún no lo sospecha, pero adivinen qué sirven allí de entre los platos entrantes y por qué*. Aquí empieza mi alegato.


"Palacio de las Veletas y Casa de los Caballos".


Antes del agua, no existía vida. Condición por la cual cayó sacia desde el cielo hasta cubrir fosas luego marinas. Con el transcurso de las centurias quiso el diluvio acabar la tarea hasta rebosar costas y acantilados. Una vez consumada tan titánica tarea, también cayó la llovizna incesante y fina para los seres y la vegetación de tan leve intensidad que no ahogara la vida que tanto esfuerzo había irrigado. Volviéndose intemporal ante la evolución, la lluvia vio desfilar bajo su regazo dispares especies hasta que, al fin, llegó el turno cósmico del homínido. El primer gran paso cultural del hombre, presenciado por la lluvia también, fue el útil. Su primer útil que se conociera en la historia (o mejor deberíamos sugerir prehistoria) fue una punta de arpón para la pesca. Pero la primera herramienta comercial sin duda fue la antorcha primigenia. Efectivamente, una rama de árbol desprendida y ya despoblada de sus frutos podía no sólo ayudar a mantener un fuego, sino a reavivarlo, a transportarlo. El esfuerzo nómada de llevar un recurso como la combustión viva allá donde se precisaba o no se conociera, exigía el reconocimiento para el portador de una contraprestación mediante un sistema de trueque. Bien podría ser que este menudeo acabara en fuego por agua (no salina); o bien, por qué no, de fuego por aire (entendiéndolo como la ausencia de su virulencia, esto es, refugio). Como dictara la paleontología que fuere, entendemos que este protocomercio, este intercambio de elementos naturales supuso la chispa que prendió el motor de la historia. Puesto que la humanidad nació bajo la misma aurora que vio concebir el comercio, éste se antepuso como conocimiento a lo hierático, al arte, a la técnica y a la ciencia.

Escolares, durante su viaje al pasado, en el museo cacereño.

Del regalo de un primer rayo ante un asentamiento estacional partió, en definitiva, todo: el fuego como refugio, la posterior agua de lluvia como sostén, el hielo como conservación, la sal como polvo arrastrado de sedimentos, el fraccionamiento de roca -por defracción eléctrica- como herramienta. Para entonces no obstante el germen de lo que sería el hombre ya se percató que la tierra en su contacto con la lluvia se transformaba en lodo, dibujando para el homínido la plasticidad de poder conferirle formas y volúmenes inspirados por su necesidad y moldeados tan sólo en su mente. Mas de esta suerte de parecer la materia no se transformaría al antojo de su imaginario, no bastaría con invocar al objeto para que éste se apareciera. Así, las vasijas de barro imaginadas no caerían del cielo como lo hizo el fuego. Por extensión de este inconcebible, tampoco los útiles evolucionados de caza emergerían caprichosamente de las rocas o restos óseos como así fue para las originarias puntas de lanzas; ni mucho menos los cuencos de arcilla espontáneamente concebidos vararían en la playa como los bivalvos por efecto de las mareas tras amanecer. A pesar de haber elaborado la naturaleza con sutilidad la taxonomía de la abundancia y la diversidad, fue aun así apremiante que, para que el comercio prosperase y la creación dirigiera sus propios designios, los dioses se negaran durante milenios a transformar las ideas de los hombres en objetos. Así el animal-hombre terminó asumiendo su emancipación de las deidades no esperando más de sus regalías que sus ya propias extremidades en un intento de aplicarlas sobre la materia bajo los dictados de su razón técnica. El adiestramiento de las manos y falanges lo dotó de interacciones prácticas y así los primeros de nuestra especie dieron forma y norma al recipiente de barro y cerámica para la conservación o maduración de los alimentos. Quiso no obstante la naturaleza que, a modo de premio por este logro evolutivo, la humanidad primigenia acertara con la cocción de los líquidos a partir de su extracción de los sólidos: de esta guisa convirtió el agua en caldo; y el caldo al mismo tiempo en sustento.


Restos arqueoneolíticos del "Museo
Arqueológico Provincial de Cáceres"


Puesto que partimos de la máxima según la cual el hombre se diferencia de los propios animales por aquello qué únicamente ellos pueden llevar a cabo para su propia subsistencia (lenguaje articulado y simbología, pensamiento crítico, ideación técnica, deificación de los fenómenos ambientales, capacidad de emulación o fingimiento, etc.), podemos concluir que los refinamientos gastronómicos propiciaron uno más a los diferentes tipos de inteligencia adaptativa que desarrollaron nuestros antepasados. La desecación de las carnes y la conservación de los caldos (en su mayoría compuestos de una importante cantidad de agua) fueron propiciadas por las bajas temperaturas, lo que generó un excedente en determinadas comunidades. Deliberadamente, el hombre comenzó a comerciar sus reservas elaboradas, envasadas, especialmente caldos, cuando dispuso al unísono de recipientes versátiles resistentes a la intemperie y la luz. Y allí nace la Historia, en un primer lineal prendido a lomos de un buey y una mula cargados de cántaros: la primera muestra de inteligencia cultural humana es, irrisoriamente, la elaboración de un consomé para su venta en la edad del Fuego. Lo que nos diferencia de las bestias, en un primer origen, es el comercio, no la escritura, no el lenguaje, no el arte. El hombre afanado en la conservación de sus elaboraciones fue la primera unidad de proceso cultural, ya no sólo de producción y comercialización. De hecho, tuvieron que transcurrir varios milenios para que la humanidad descubriera el metal, la ira y el odio. Con el mismo sílex o hierro que se abatían alimañas quisieron comunidades enteras, tecnológicamente más atrasadas y quizás carentes de recursos, emplearlas contras sus hermanos evolutivos. Fue entonces cuando el hombre primitivo comerció con armas cuando otros las demandaron: la mitigada caza por la presa tras la aparición de los cultivos dio lugar a la impulsada del hombre por el hombre. Mas mucho antes de la intervención de la guerra en el hábitat como sistema organizado de lucha, el agua se convirtió en caldo al igual que el barro en vasija; y, sólo cuando el hombre a través de la práctica bélica se retrotrajo animal, el comercio fue olvidado como proceso de progreso. Al igual que los animales, puesto que los guerreros no cocinan, ningún ejército tiene necesidad de comercialización.

*Cuentan las crónicas escribanas que durante la libración de la Guerra de la Independencia contra Francia, un alto mando de las tropas de ocupación, el General Junot, sustrajo en 1807 la “receta de consumado” a un monje durante su refugio en el Monasterio de la Real Orden de Alcántara. No es menos cierto que en Francia no conocieran nada parecido, pero la naturaleza española del caldo de “consommé”, que en nada debía su origen a la cocina francesa, añadía al proceso de cocción un mayor número de ingredientes. Gracias a este tratamiento, al caldo se le proporcionaba en la península una mayor densidad, textura y aroma; y ese fue el motivo por el cual, como todo buen francés amante de la cocina, Junot exportara el enriquecido toque ibérico al recetario del país cuya bandera defendía. Hoy el consumé se considera un plato típicamente francés, sirviéndose en la mesa por unidad de comensal.


"Real Hospedería Conventual de Alcántara".


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