El mercado entra en conflicto como institución social cuando se pervierte su verdadera esencia de cubrir prioritariamente necesidades objetivas; esto es, cuando no sirve de organismo de arbitraje entre la producción y satisfacción de éstas necesidades, como articulador de mecanismos integradores de lo social y de lo humano. Ahora bien, desarmado el paradigma de Maslow tanto desde el punto de vista de su simpleza teórica como por parte de los intereses del mercado queda asumir que el debate acerca del concepto de necesidad ha quedado encuadrado sobre el marco de su naturaleza discursiva político-económica, no tanto social.
¿Significa
este orden del deseo -en el que la finalidad de la organización
económica no es solamente satisfacer las demandas, sino, sobre
todo, "producirlas para reproducirse"-el fin de la
problemática de la necesidad?. La respuesta no puede ser más
clara: la sociedad industrial avanzada, postindustrial, opulenta, de
consumo o llámesela como se quiera, no destierra para nada el
tema de la necesidad, la escasez o la desigualdad: simplemente lo
sitúa en otro ámbito de análisis.
Producir necesidades para satisfacer nuevas demandas.
Marcuse no se opuso al mercado, sino al "falso mercado".
El
primer, e importante, paso para desbloquear el problema, lo dio
el conocidísimo sociólogo y filósofo, de origen
alemán y afincado en Estados Unidos, Herbert Marcuse
quien en varias de sus obras recalcaba la diferenciación entre
necesidades falsas y verdaderas. Las necesidades falsas serían
aquéllas que conviven con intereses sociales particulares que
se imponen al individuo para su represión. [Puesto que para el
individuo] su satisfacción no es otra cosa más que la
euforia dentro de la infelicidad, según Marcuse, los medios
generadores y mitigadores de tal represión pasan por el
aparato mercantil-publicitario, controlado por las grandes empresas
capitalistas. Su resultado de su esfuerzo son la agresividad, la
competitividad y el control social. Sólo las necesidades que
se explicitan socialmente sin ser suscitadas por un aparato inductor
programado [como puede ser el aparato mercadontécnico], pueden
ser tildadas con propiedad de verdaderas. Pero más que esta
diferenciación -que nada tiene en común con aquellas
"jerarquías" que vimos antes- nos interesa aquí
la argumentación que la sostiene y la completa, así,
para Marcuse: "El juicio sobre necesidades y su satisfacción
bajo las condiciones dadas, implica normas de prioridad; normas que
se refieren al desarrollo óptimo del individuo, de todos los
individuos, bajo la utilización óptima de los recursos
materiales e intelectuales al alcance del hombre (...). Pero en tanto
que normas históricas no sólo varían de acuerdo
con el área y el estado de desarrollo, sino que también
solo pueden definir en (mayor o menor) contradicción con
las normas predominantes. ¿Y qué tribunal puede
reivindicar legítimamente la autoridad de decidir?. En última
instancia, la pregunta sobre cuáles son las necesidades
verdaderas o falsas sólo puede ser resuelta por los mismos
individuos, pero sólo en última instancia; esto es,
siempre y cuando tengan la libertad para dar su propia respuesta.
Mientras se les mantenga en la incapacidad de ser autónomos,
mientras sean adoctrinados y manipulados (hasta en sus mismos
instintos), su respuesta a esa pregunta no puede considerarse propia
de ellos".
Marcuse asegura que el hombre sabe discriminar el juicio de sus necesidades.
Lo que no tiene tan claro es que la libertad de elección no se encuentre
determinada por el criterio discursivo, como puede ser la publicidad.
A través de los sentimientos baja la resistencia crítica del individuo
y se transgrede la capacidad de elección entre opciones.
Marcuse
da pistas importantes sobre cómo abordar el problema de la
necesidad, aunque también deja en un lugar muy poco operativo
el tema cuando introduce la diferencia entre falsas y verdaderas
necesidades. Nosotros preferimos hablar de la diferencia entre deseos
y necesidades. La producción para el deseo es la producción
característica y dominante en el capitalismo avanzado, esto
es, es una producción derivada de la creación de
aspiraciones individualizadas por un aparato cultural (y comercial);
el deseo se asienta sobre identificaciones inconscientes y siempre
personales (aunque es evidente que pueden coincidir en miles de millones de seres)
con el valor simbólico de determinados objetos o servicios
habitualmente. Hoy en día, en el campo socioeconómico,
estos deseos se encuentran manipulados por los mensajes
publicitarios. La necesidad, sin embargo, es previa al deseo y al
objeto simbólico que origina ese deseo, es social; y dado que
existe un determinado contexto universal en él, la necesidad
surge, pues, del proceso por el cual los seres humanos se mantienen y
se reproducen como individuos y como individuos sociales. Es
decir, como seres humanos con una personalidad afectivo-comunicativa
en un marco sociohistórico concreto.
Los
deseos tienen sus bases más o menos remotas. Y en la
civilización consumista actual cada vez más remotas, en las
necesidades: es fácil descubrir en cada acto de consumo, por
muy sofisticado que éste sea, el sustrato de necesidad que lo
apoya. Pero la dinámica actual del mercado neocapitalista
se encuentra más orientada por un proceso de estimulación de
la demanda sustentando en un sistema de valores simbólicos
sobreañadidos, distorsionantes de la mercancía (muchas veces hasta el
infinito), que por el propio
valor de uso mercancía en sí (es decir, de su capacidad para
satisfacer una necesidad).
Poemas encapsulados. Este producto nos muestra hasta qué punto
el consumo se sofistica soslayando su sustrato de necesidad.
Es
aquí donde surge el problema. Las necesidades no satisfechas
en la sociedad industrial aparecen no por la insuficiencia de
producción [o sobreproducción], sino por el tipo de
producción para el deseo. O lo que es lo mismo: la necesidad
como fenómeno social no tiene validez económica si no
presenta en la forma de un deseo solvente, individual o monetarizable. Quedan así desasistidas todas aquéllas necesidades que, por
diferentes motivos históricos, escapan a la rentabilidad
capitalista, marcando con ello los limites de su eficiencia
asignativa en la medida que el mercado únicamente conoce al
homo economicus -que sólo tiene entidad de comprador,
productor o vendedor de mercancías- y desconoce al hombre en
cuanto ser social que se mantiene y reproduce al margen de la
mercancía.
La efectividad del mensaje publicitario no es resolutiva por encima de
la capacidad o nivel de endeudamiento de cada sujeto objeto de su
campaña. Puede satisfacer la presencia de marca, pero no la del sujeto.
Este hecho lo ha reflejado muy gráficamente
el periodista norteamericano William Meyers en su reciente y
agudo estudio sobre la publicidad en su país: “Los
norteamericanos dirigidos verdaderamente por la necesidad son los
supervivientes, la gente que lucha por mantenerse con salarios al
límite de la subsistencia. Muchos de ellos viven de la renta mínima
pública o de la beneficencia; o perciben el salario mínimo.
Estos ciudadanos, que representan al 15% de la población
norteamericana, no son consumidores en el verdadero sentido de
la palabra. Están tan ocupados con poder subsistir y llegar al
final de mes que no tienen tiempo de preocuparse por el tipo de
cerveza que beben o la imagen que proyectan los cigarrillos que
fuman. Los que están dirigidos por la necesidad no conducen
automóviles nuevos, ni compran ordenadores personales; y
raramente tienen el dinero suficiente para ir con su familia a
un restaurante de comida rápida. En lo que a la avenida de la
publicidad se refiere el dirigido por la necesidad no existe. Son la
gente que en este país se siente menos afectada por los
anuncios de televisión. Cuando se es tan extremadamente pobre,
el dinero no llega para mucho y se compra lo que se puede. Ni siquiera los
hombres de Madison Avenue pueden encontrar una cura para la pobreza”.
Villanos y héroes en el mundo de la publicidad. ¿Se ocupa el
sector de la publicidad de concienciar sobre aquéllos que escapan
del margen de su influencia?. En cierto modo debe ser así. Responde
a su propia lógica demoeconómica de persecución de sus rendimientos.
Hemos
ido avanzando en este trabajo poco a poco desde la necesidad, como un
concepto fundamentalmente biológico, hasta la necesidad como
un concepto eminentemente político. El análisis de
las necesidades -y de las formas paliarlas- nos
remite “sobre todo a elecciones entre objetivos y fines
políticos en conflicto y su formulación; analiza
aquello que constituye una buena sociedad que distingue culturalmente
entre las necesidades y aspiraciones del hombre social en
contradicción con las del hombre económico".
La forma en que se convierte una necesidad percibida en una
necesidad normativa -esto es, oficialmente reconocida por las
instituciones políticas - es, por tanto, un proceso de
decisión social. Lo que tenemos que garantizar, pues, es
que la esfera de la decisión de la necesidad sea la esfera “de
la participación” y no la de “la dominación”;
dicho de otro modo: que el ámbito de la política no sea
la reproducción de los poderes establecidos, sino donde estos
se limitan, fijándose los fines y los medios sociales a partir
de un debate explícito y abierto. Las necesidades o son
determinadas políticamente, participativamente o serán
sistemáticamente desdeñadas; o si pueden tener alguna
solvencia económica, manipuladas y convertidas en deseos
mercantiles.
Sorprendentemente, una significativa parte de la población
encuestada ha asegurado preferir estar sin cubrir necesidades
sexuales o alimenticias, a privarse de internet o telefonía móvil.
La necesidad social de contacto ha derruido las premisas maslowianas.
En función de
la estructura política que se construya tendremos el lugar que
las necesidades ocupan dentro del debate de los objetivos sociales. Desde un espacio
residual, relegadas siempre [las necesidades] y en todo lugar, al funcionamiento del
mercado y "maquilladas” vergonzosamente en aquellos puntos
donde la asignación no ha funcionado de forma evidente (y
cruel), las necesidades deben permancer a un espacio central institucional redistributivo que ponga
siempre por delante los valores de uso a los valores de cambio-signo. [Un primer modelo dentro de la estructura política] significaría la "negación de lo social"; [un
segundo modelo] inmplicaría la "constitución de una sociedad solidaria". En la actual coyuntura,
más que nunca, parece que los dos modelos deben analizarse,
estudiarse y sopesarse con profundidad. Hoy, no obstante y igual que siempre, desde
las posiciones más acomodadas sólo el hecho de plantearse
el debate es descalificado con gruesos argumentos, como bien dice
Galbraith con el buen criterio de su prosa:“Sugerir que
examinemos nuestras necesidades públicas para ver dónde la
felicidad puede ser aumentada por más y mejores servicios, parece disfrutar de un tono marcadamente radical. Incluso a veces es necesario defender
hasta aquellos servicios que sirven para evitar los desórdenes. Por el contrario, quien idea una panacea para una
necesidad no existente y promueve ambas con éxito sigue siendo
un prodigio de la naturaleza". Sin embargo es un debate
pendiente que resulta cada día más necesario lijar de cara al estado real de nuestra civilización; incluso si lo
demoramos puede que esta última palabra, "civilización",
se quede sólo en éso, en la palabra vacía.
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