Pequeños frascos de caviar,
monedas, colonias, botellinas de vino, calculadoras, despertadores, botes de
champú y desodorantes, medicamentos, bebidas energéticas, embutidos y toda una
amplia suerte de objetos y productos retirados en la mismas zonas de embarque
de aeropuertos de todo occidente está propiciando, bajo el amparo de la ley (y
más comúnmente fuera de ella), un comercio informal que mueve cientos de millones
de euros a lo largo y ancho de los meridianos. ¿Realmente son todos
potencialmente perniciosos para la seguridad aérea?, ¿quién se beneficia de ellos
cuándo los depositamos en los contenedores?, ¿quién los controla tras su abandono?. Una reflexión
colectiva de coherencia no vendría mal.
Víctor G. Pulido para "LinealCero". PR, ED. a 2 de abril.
Javier
Marías relata
esta semana en el “El Dominical” de “El País” las penalidades por las que tiene
que pasar un usuario de vuelos en los aeropuertos de medio mundo. Retrasos,
overbooking, registros de acceso a cabina, maletas extraviadas o macutos
perdidos comparten escenarios con precios abusivos en los servicios de venta y
restauración (“cliente cautivo”),
noches de hoteles por gentileza de la compañía en el mejor de los casos y un
sinfín de tribulaciones que no consentiríamos en ninguna otro lugar del mundo.
Y menos como clientes.
Para el caso referido a los
lamentos aeroportuarios del escritor madrileño, éste nos relata cómo días atrás
en un control previo de embarque su equipaje de mano fue sometido al tercer
grado de registro y toqueteo de sus objetos y enseres de viaje por parte del
personal de seguridad. En “Heathrow”, bajo sumarísimo análisis inquisitorio, su
maletín fue desprovisto de productos tales como un pequeño bote de agua oxigenada,
una calculadora de bolsillo, un elegante despertador “Dalvey” muy del uso del literato y un cargador de viaje para su
móvil. Podemos preguntarnos, efectivamente, para qué necesita llevar consigo
Marías todos estos objetos “decimonónicos” -quizás responda a esa necesidad
afectiva que nos ata a nuestros objetos evocadores de casa cuando salimos lejos
–; y mucho más cuando en la clase business
de la British en la que viajaba hay generoso
botiquín, cargador de móviles integrado en el asiento del pasajero y su
teléfono contiene funciones de cálculo y alarma. También podríamos achacarle
que no es la primera vez que viaja en avión dado sus múltiples compromisos en
el extranjero; y por supuesto debería saber más que de sobra que algunos
productos como el agua oxigenada no son admitidos en cabina de pasajeros, por
inofensivos que sean. Para colmo, el responsable de seguridad de su línea de
embarque quiso apreciar en el conjunto asociado de todos sus elementos
personales los componentes necesarios para armar y activar una hipotética bomba
a bordo. Haría bien este señor en estudiar algo de química elemental para saber
que ni el mismísimo MacGiver podría
dar vida a tal artefacto imaginado, teniendo en cuenta además que la mayoría de
los ingenios y primitivos gadgets a
los que el personaje televisivo de los ochenta otorgaba categoría mecánica a
sus gestas eran puro ilusionismo científico. Casi nada de lo que nos mostraba
era aplicable.
No se alarmen ni se crean todo lo que les enseñó McGiver. Crear un
explosivo controlado mediante simples elementos es física-ficción.
Pero pese a todo me solidarizo
con él. Con Marías, quiero decir. He pasado por desvivencias similares. En “Schiphol”
me retiraron el colorante para paellas (algo doloroso para todo emigrante y
algunos de sus amigos holandeses y para los Eramus
residentes en la planta inferior de sus apartamentos). En el Internacional
de Frankfurt aspirinas genéricas, quizás por no ser de la “Bayern”. También un clásico de mi despiste, el “H&S”. Y posteriormente en el “De
Gaulle”, una lata de “Red Bull” de 20
cl. Pero lo que más coraje me dio tiempo ha, fue el intento por parte de la
autoridades aeroportuarias de “Shemeretyevo 2” de quedarse con mi latita de
auténtico caviar ruso comprado en el duty
free. Es lo que tiene ser pobre, te aferras a lo de lo poco que puedes
presumir. Como bien me advirtió mi agente consular, llevé conmigo cucharillas de
plástico y preferí compartir el manjar en la cola de control con todos los
embarcados delante de la Militzia antes
que dejarlo caer en sus manos.
Militzia aeroportuaria en el Internacional de Moscú ("Shemeretyevo-2").
Entrégales todo lo que tienes en el control de embarque y regresarás a casa.
Pero esto no es el debate. La cuestión
de fondo es a dónde van a parar todas estos “objetos intervenidos”, tantos los propiciados
por el despiste del usuario de vuelos típico, como los arrebatados por la
aleatoriedad interpretativa de la normativa por parte de los agentes de control
de turno. Todos imaginamos dónde. Desde Londres a Moscú, y desde Berlín a
Málaga, la transparencia de las autoridades al respecto brilla por su ausencia
de claridad. “Aena” reconoce que no tiene un protocolo específico o normativa
aplicable, bastante tiene con lo suyo. Por lo tanto no tiene ninguna empresa
oficial que se dedique a la retirada de estos objetos y su destino y queda
claro que no los almacenan. Sólo las maletas a las que somete cada cierto
tiempo a subasta pública si no han sido reclamadas. En algunos países de la
Europa comunitaria como Francia y Alemania, aseguran que los transportan y
destruyen. Y en los Estados Unidos, cómo no, los venden a grandes detallistas
de segunda mano, salvo armas y productos perecederos, a “contenedor cerrado”
(la TSA- Transportation Security Administration- pone regularmente a
disposición de grandes compradores una página web donde consultar la subastas por aeropuertos). En los países de
Caribe, China y sudeste asiático directamente no atienden a disimulos: se los
reparte el personal de tierra.
Observo el “procedimiento cubano”
de dar salida a estos productos confiscados como el estándar universal de
aplicación en muchas partes del orbe de servicios aéreos. Especialmente en
España y, como parece ser a juicio de Marías y otras personas de mi entorno, la
del Reino Unido. No acabo de entender en algunas ocasiones porque el personal
del handing y de tierra comparten
misteriosos cigarrillos durante sus descansos y salidas con hombres rústicos de
chaqueta de pana y furgoneta durante las horas crepusculares (léase “Barajas”).
Como logístico de vocación y oficio me parece aún más extraño que las
autoridades aeroportuarias se desvivan por dar costosa salida reglamentaria a
productos tan caros de retirar como aerosoles, geles, cremas, tijeras, cortauñas,
pasacorbatas o broches, productos químicos, medicamentos y pequeños
electrodomésticos y viejos móviles. Y de ser así, a dónde van a parar y en qué manos
recaen, no parece conocerse. Sospecho que al amparo de los nuevas medidas
normativas y legislativas internacionales derivadas de los atentados contra el “World Trade Center” ha emergido un
auténtico mercado de apropiación indebida y venta soterrada (mucho de ellos
acaban en “e-Bay”), que, bajo el
amparo de la inobservancia de las autoridades, remueve cientos de millones de
euros al año en mercado sumergido alicatado de dinero negro. Y todo ello
fomentado sobre el abuso de autoridad de profesionales de la seguridad aérea y
de personal de base de imperceptibles credenciales. Queda patente que la falta
de regulación de estos procedimientos alimenta prácticas deshonestas y un abuso
de autoridad por una importante parte de su personal. Y que este forrajerismo institucional de asalto a
mano armada (“Le repito: deposite el
objeto que le indico inmediatamente en el contenedor o se queda en tierra y
hago con que le detengan por indicios de terrorismo”) queda impune y
alevoso.
Carece de todo sentido que la
normativa y las compañías que las promueven mediante asesoramiento técnico
indirecto a los legisladores que le dan espíritu a la ley prohíban a los
pasajeros acceder a cabina con artículos como comida, determinados juguetes de
origen asiático, relojes y loterías, bebidas alcohólicas o potitos cuando son
las mismas compañías las que aprovechan la oportunidad del vuelo para
ofrecérselas en un ejercicio de venta cruzada, descarada y cautiva a sus clientes. Aún más
cuando la retirada de algunos enseres personales o de consumo propio e
inmediato afecta al apaciguamiento o bienestar de muchos de ellos durante el
transcurso del vuelo y no desean que formen parte del equipaje de bodega. Así
el cliente se torna en punto de apoyo tanto para el comercio formal como el
informal, atendiendo solamente en su propio perjuicio de libertad de elección.
Colorante en continente de plástico con etiquetado
de composición y trazabilidad. Idóneo para aduanas.
De dudosa legitimidad parece ser
igualmente que no se pueda acceder con una calculadora (aunque la ley no impida
hacerlo) y sí con móviles. Cuando todos sabemos que no hay objeto personal de
vuelo más inútil que ése y al mismo tiempo mejor dotado como detonador como dispositivo
celular que es. Un buen champú de baño puede ser utilidad incluso a la hora de
afeitarse con prisas ante una reunión inminente en los aseos del área
internacional justo después del aterrizaje sin tener que recurrir a la espuma de afeitar. Poco antes, durante el trayecto en
avión, su composición química apenas puede asociarse con otras para configurar
un explosivo casero. Qué tiene de malo un vetusto despertador de bolsillo en
poder de un nostálgico escritor y qué de ilegal portar un pequeño frasco de
plástico con condimento para dar lustre a la paella. Acaso pudiera ser alguna
exótica droga libanesa a las entendederas de alguno, por ejemplo. Por último,
no creo que un sándwich mixto sea un elemento ofensivo contra la seguridad aérea
de ninguna aerolínea a menos que uno de sus tranchetes resecos pueda ayudar a
manipular el mecanismo de la puerta de acceso a la cabina de navegación.
Las gentes han viajado tanto a “EuroDisney” que la humanidad ha perdido
la funcionalidad básica que le otorga el sentido común. La mercancía más
peligrosa para un avión es la propia condición humana, no sus objetos. Respecto
a ellos asegurar que no existe un listado pormenorizado de cuáles son objeto de
desestimación y cuáles tienen tarjeta de embarque. A discreción sui generis o capricho del que te toque
en el control. Así, a muchos pasajeros no se le deja claro cuáles son los
derechos de sus pertenencias. Ni si sus recién dictaminadas desposesiones a pie
de embarque, por decreto-expropiación, pudieran serle acaso útiles a alguien
que las necesitara realmente. Bien haría el gobierno en tomar buena nota de
esto para las medidas que pretende implantar de cara al aprovechamiento de
objetos de vida útil que desechamos (y que desecha el comercio) a favor de las clases más desfavorecidas.
Mientras tanto, lo dicho, “Complejo de
McGiver” para el usuario de vuelos. Y, desde las sombras y bajo los
mostradores, mercado informal de los amigos de lo ajeno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario