lunes, 8 de abril de 2013

MacGiver en Heathrow.



Pequeños frascos de caviar, monedas, colonias, botellinas de vino, calculadoras, despertadores, botes de champú y desodorantes, medicamentos, bebidas energéticas, embutidos y toda una amplia suerte de objetos y productos retirados en la mismas zonas de embarque de aeropuertos de todo occidente está propiciando, bajo el amparo de la ley (y más comúnmente fuera de ella), un comercio informal que mueve cientos de millones de euros a lo largo y ancho de los meridianos. ¿Realmente son todos potencialmente perniciosos para la seguridad aérea?, ¿quién se beneficia de ellos cuándo los depositamos en los contenedores?, ¿quién los controla tras su abandono?. Una reflexión colectiva de coherencia no vendría mal.  

 Víctor G. Pulido para "LinealCero". PR, ED. a 2 de abril. 





Javier Marías relata esta semana en el “El Dominical” de “El País” las penalidades por las que tiene que pasar un usuario de vuelos en los aeropuertos de medio mundo. Retrasos, overbooking, registros de acceso a cabina, maletas extraviadas o macutos perdidos comparten escenarios con precios abusivos en los servicios de venta y restauración (“cliente cautivo”), noches de hoteles por gentileza de la compañía en el mejor de los casos y un sinfín de tribulaciones que no consentiríamos en ninguna otro lugar del mundo. Y menos como clientes. 

Para el caso referido a los lamentos aeroportuarios del escritor madrileño, éste nos relata cómo días atrás en un control previo de embarque su equipaje de mano fue sometido al tercer grado de registro y toqueteo de sus objetos y enseres de viaje por parte del personal de seguridad. En “Heathrow”, bajo sumarísimo análisis inquisitorio, su maletín fue desprovisto de productos tales como un pequeño bote de agua oxigenada, una calculadora de bolsillo, un elegante despertador “Dalvey” muy del uso del literato y un cargador de viaje para su móvil. Podemos preguntarnos, efectivamente, para qué necesita llevar consigo Marías todos estos objetos “decimonónicos” -quizás responda a esa necesidad afectiva que nos ata a nuestros objetos evocadores de casa cuando salimos lejos –; y mucho más cuando en la clase business de la British en la que viajaba hay generoso botiquín, cargador de móviles integrado en el asiento del pasajero y su teléfono contiene funciones de cálculo y alarma. También podríamos achacarle que no es la primera vez que viaja en avión dado sus múltiples compromisos en el extranjero; y por supuesto debería saber más que de sobra que algunos productos como el agua oxigenada no son admitidos en cabina de pasajeros, por inofensivos que sean. Para colmo, el responsable de seguridad de su línea de embarque quiso apreciar en el conjunto asociado de todos sus elementos personales los componentes necesarios para armar y activar una hipotética bomba a bordo. Haría bien este señor en estudiar algo de química elemental para saber que ni el mismísimo MacGiver podría dar vida a tal artefacto imaginado, teniendo en cuenta además que la mayoría de los ingenios y primitivos gadgets a los que el personaje televisivo de los ochenta otorgaba categoría mecánica a sus gestas eran puro ilusionismo científico. Casi nada de lo que nos mostraba era aplicable.


No se alarmen ni se crean todo lo que les enseñó McGiver. Crear un 
explosivo controlado mediante simples elementos es física-ficción.

Pero pese a todo me solidarizo con él. Con Marías, quiero decir. He pasado por desvivencias similares. En “Schiphol” me retiraron el colorante para paellas (algo doloroso para todo emigrante y algunos de sus amigos holandeses y para los Eramus residentes en la planta inferior de sus apartamentos). En el Internacional de Frankfurt aspirinas genéricas, quizás por no ser de la “Bayern”. También un clásico de mi despiste, el “H&S”. Y posteriormente en el “De Gaulle”, una lata de “Red Bull” de 20 cl. Pero lo que más coraje me dio tiempo ha, fue el intento por parte de la autoridades aeroportuarias de “Shemeretyevo 2” de quedarse con mi latita de auténtico caviar ruso comprado en el duty free. Es lo que tiene ser pobre, te aferras a lo de lo poco que puedes presumir. Como bien me advirtió mi agente consular, llevé conmigo cucharillas de plástico y preferí compartir el manjar en la cola de control con todos los embarcados delante de la Militzia antes que dejarlo caer en sus manos.



 Militzia aeroportuaria en el Internacional de Moscú ("Shemeretyevo-2").
  Entrégales todo lo que tienes en el control de embarque y regresarás a casa.

Pero esto no es el debate. La cuestión de fondo es a dónde van a parar todas estos “objetos intervenidos”, tantos los propiciados por el despiste del usuario de vuelos típico, como los arrebatados por la aleatoriedad interpretativa de la normativa por parte de los agentes de control de turno. Todos imaginamos dónde. Desde Londres a Moscú, y desde Berlín a Málaga, la transparencia de las autoridades al respecto brilla por su ausencia de claridad. “Aena” reconoce que no tiene un protocolo específico o normativa aplicable, bastante tiene con lo suyo. Por lo tanto no tiene ninguna empresa oficial que se dedique a la retirada de estos objetos y su destino y queda claro que no los almacenan. Sólo las maletas a las que somete cada cierto tiempo a subasta pública si no han sido reclamadas. En algunos países de la Europa comunitaria como Francia y Alemania, aseguran que los transportan y destruyen. Y en los Estados Unidos, cómo no, los venden a grandes detallistas de segunda mano, salvo armas y productos perecederos, a “contenedor cerrado” (la TSA- Transportation Security Administration- pone regularmente a disposición de grandes compradores una página web donde consultar la subastas por aeropuertos). En los países de Caribe, China y sudeste asiático directamente no atienden a disimulos: se los reparte el personal de tierra.






Observo el “procedimiento cubano” de dar salida a estos productos confiscados como el estándar universal de aplicación en muchas partes del orbe de servicios aéreos. Especialmente en España y, como parece ser a juicio de Marías y otras personas de mi entorno, la del Reino Unido. No acabo de entender en algunas ocasiones porque el personal del handing y de tierra comparten misteriosos cigarrillos durante sus descansos y salidas con hombres rústicos de chaqueta de pana y furgoneta durante las horas crepusculares (léase “Barajas”). Como logístico de vocación y oficio me parece aún más extraño que las autoridades aeroportuarias se desvivan por dar costosa salida reglamentaria a productos tan caros de retirar como aerosoles, geles, cremas, tijeras, cortauñas, pasacorbatas o broches, productos químicos, medicamentos y pequeños electrodomésticos y viejos móviles. Y de ser así, a dónde van a parar y en qué manos recaen, no parece conocerse. Sospecho que al amparo de los nuevas medidas normativas y legislativas internacionales derivadas de los atentados contra el “World Trade Center” ha emergido un auténtico mercado de apropiación indebida y venta soterrada (mucho de ellos acaban en “e-Bay”), que, bajo el amparo de la inobservancia de las autoridades, remueve cientos de millones de euros al año en mercado sumergido alicatado de dinero negro. Y todo ello fomentado sobre el abuso de autoridad de profesionales de la seguridad aérea y de personal de base de imperceptibles credenciales. Queda patente que la falta de regulación de estos procedimientos alimenta prácticas deshonestas y un abuso de autoridad por una importante parte de su personal. Y que este forrajerismo institucional de asalto a mano armada (“Le repito: deposite el objeto que le indico inmediatamente en el contenedor o se queda en tierra y hago con que le detengan por indicios de terrorismo”) queda impune y alevoso. 



Carece de todo sentido que la normativa y las compañías que las promueven mediante asesoramiento técnico indirecto a los legisladores que le dan espíritu a la ley prohíban a los pasajeros acceder a cabina con artículos como comida, determinados juguetes de origen asiático, relojes y loterías, bebidas alcohólicas o potitos cuando son las mismas compañías las que aprovechan la oportunidad del vuelo para ofrecérselas en un ejercicio de venta cruzada, descarada y cautiva a sus clientes. Aún más cuando la retirada de algunos enseres personales o de consumo propio e inmediato afecta al apaciguamiento o bienestar de muchos de ellos durante el transcurso del vuelo y no desean que formen parte del equipaje de bodega. Así el cliente se torna en punto de apoyo tanto para el comercio formal como el informal, atendiendo solamente en su propio perjuicio de libertad de elección.



Colorante en continente de plástico con etiquetado
de composición y trazabilidad. Idóneo para aduanas.

De dudosa legitimidad parece ser igualmente que no se pueda acceder con una calculadora (aunque la ley no impida hacerlo) y sí con móviles. Cuando todos sabemos que no hay objeto personal de vuelo más inútil que ése y al mismo tiempo mejor dotado como detonador como dispositivo celular que es. Un buen champú de baño puede ser utilidad incluso a la hora de afeitarse con prisas ante una reunión inminente en los aseos del área internacional justo después del aterrizaje sin tener que recurrir a la espuma de afeitar. Poco antes, durante el trayecto en avión, su composición química apenas puede asociarse con otras para configurar un explosivo casero. Qué tiene de malo un vetusto despertador de bolsillo en poder de un nostálgico escritor y qué de ilegal portar un pequeño frasco de plástico con condimento para dar lustre a la paella. Acaso pudiera ser alguna exótica droga libanesa a las entendederas de alguno, por ejemplo. Por último, no creo que un sándwich mixto sea un elemento ofensivo contra la seguridad aérea de ninguna aerolínea a menos que uno de sus tranchetes resecos pueda ayudar a manipular el mecanismo de la puerta de acceso a la cabina de navegación.

Las gentes han viajado tanto a “EuroDisney” que la humanidad ha perdido la funcionalidad básica que le otorga el sentido común. La mercancía más peligrosa para un avión es la propia condición humana, no sus objetos. Respecto a ellos asegurar que no existe un listado pormenorizado de cuáles son objeto de desestimación y cuáles tienen tarjeta de embarque. A discreción sui generis o capricho del que te toque en el control. Así, a muchos pasajeros no se le deja claro cuáles son los derechos de sus pertenencias. Ni si sus recién dictaminadas desposesiones a pie de embarque, por decreto-expropiación, pudieran serle acaso útiles a alguien que las necesitara realmente. Bien haría el gobierno en tomar buena nota de esto para las medidas que pretende implantar de cara al aprovechamiento de objetos de vida útil que desechamos (y que desecha el comercio) a favor de las clases más desfavorecidas. Mientras tanto, lo dicho, “Complejo de McGiver” para el usuario de vuelos. Y, desde las sombras y bajo los mostradores, mercado informal de los amigos de lo ajeno.

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