miércoles, 18 de julio de 2012

Pequeño Comercio: "Horarios y comercio minorista en Extremadura".

El pequeño y mediano comercio tradicional desfallece mientras en su ralentizada agonía responsabiliza al comercio electrónico y al grand retail de todos los males de los que adolece su cultura comercial y su estructura organizativa. En la era informacional, la lógica subyacente en el nuevo comercio de la nueva economía reza que es la tienda la que debe acercarse al cliente, no el cliente a la tienda. Las tiendas tradicionales gozan de mejor posicionamiento al respecto, pero les implica un cambio de paradigma que deben asumir conscientemente. 

Víctor G. Pulido para "LineaCero". En Madrid, a miércoles día 18 de julio. 




El debate sobre la actual situación de comercio minorista en Extremadura ha adquirido, a raíz de la agravación de la caída del consumo en nuestra región, un papel protagonista tanto en el propio sector como en los medios de comunicación. También los poderes públicos y la población son sensibles a esta preocupación como algo que de algún modo, y declinado de la crisis económica, les es propio. Ello se refleja en las conversaciones cotidianas que encuentran su hueco tanto en la acera como el centro de la mesa. No es infrecuente que salte a colación que si tal tienda ha cerrado o que si los comerciantes amagan con amotinarse frente a la administración ante su complicada situación. Sin duda, este eco social es consecuencia exitosa de una excelente campaña de comunicación llevada a cabo por los tenderos a pesar de los pocos recursos de los que disponen. Sin embargo esto debería servir más que para la reivindicación gremial, para la autodiagnosis sectorial y la reflexión normativa. Es evidente que no son buenos tiempos para la venta. Pero también lo es igualmente para el consumidor que tanto el sector minorista como su regulación en nuestra región no se han adaptado al acelerado cambio social de nuestra contemporaneidad. La plena incorporación de la mujer al mercado laboral, el descenso de la natalidad, la prolongación de la vida social más allá de la tarde, la conversión del consumo en ocio, el crecimiento de la densidad urbana que despolariza las compras y las incipientes modalidades de venta como la practicada a través de la red o la televisión digital inciden en que nuestro comercio tradicional no responda a las nuevas necesidades de consumos y estilo de vida.





Esta decimonónica concepción a la hora de desarrollar nuestro concepto local de venta, que no deja der ser una barrera al consumo, se deja traslucir muy acentuadamente en los horarios de atención al cliente en nuestra región. No son accesibles para una sociedad intensiva en jornadas laborales quebradas, maratonianas o sometidas a desplazamientos interurbanos. Este hecho objetivo explica que los formatos comerciales flexibles que optaron por una estrategia de adecuación vinculada a esta necesidad de la demanda, entre ellas las estaciones de servicio, sean hoy los más controvertidos: tiendas de conveniencia, grandes superficies y comercio electrónico acogen este amplio espectro de tiempo y afluencia al que no accede el comerciante de siempre. Por lo tanto el principal problema del pequeño y mediano comercio es persistir en su lucha contra la libertad de horarios, en combatir con su misma solución irrevocable. Al igual que la limpieza, la iluminación, la diversidad en el surtido, el diseño de los productos, etc., el adecuado horario de apertura también representa una poderosísima herramienta de venta. Lo que muchos consumidores alegan bajo el manto de las encuestas no necesitar, la estadística mercadotécnica de ventas les desmienten: a más horario, más servicio; y a más exposición comercial, más afluencia, más ventas. Todo lo que no responda sumariamente a los números son municiones para posiciones ideológicas que propician el agotamiento del formato, el postergamiento de la tienda tradicional y el debilitamiento de su invisible lazo simbiótico con la economía local que los sustenta en beneficio de las enseñas flexibles. 



Por otra parte, si la objeción que se plantea del lado de los tenderos es que la extensión horaria es incompatible con su deseo legítimo de disponer de su tiempo libre o doméstico, habrá entonces que someter la misma jordana de apertura al laboratorio de nuevas fórmulas o nichos de horarios, quizás más tardíos. Pero lo que es incuestionable es que los actuales, más propios de comunidades tradicionales regidas por el ciclo diurno, hoy no resultan ser todo lo eficiente en la nueva era de la producción, en plena consolidación de una sociedad de la información donde existe espacio de ventas para todos. Una sociedad de la información donde a cada mes que transcurre, el comercio electrónico gana adeptos en detrimento de la pérdida de la riqueza y diversidad cultural de nuestro comercio de fachadas, cuyo patrimonio no debe someterse al yugo del régimen consumado de las costumbres ancestrales que se autoimpone.


La lógica subyacente en el nuevo comercio de la nueva economía reza que es la tienda la que debe acercarse al cliente, no el cliente a la tienda. Y derivado de este nuevo paradigma, surge una nueva competencia. No debemos olvidar en este sentido que, en la ardua lucha del pequeño y mediano comercio por la renta disponible del consumidor, más allá de portales virtuales, de mercadillos de barriadas y mercaderes asiáticos, su competencia no se fragua en el seno mismo de su sector, sino en todas aquellas formas de ocio con las que comparte calles y paredes y a las que debe añadir su segmento: lugares de copas, funciones de noche, veladas de restaurantes, helados y caramelos. Toda modalidad de consumo que no sea la visita a la sala de ventas de la tienda neutralizando la huida de facturación hacia otras actividades de evasión es “carnaza para el enemigo”.   



Queda pues patente que las relaciones sociedad-comercio deben ser redefinidas como el propio orbe lo está siendo en la vorágine de la revolución informacional, evitando con ello que la tienda se arrope bajo el inmovilismo de sus formas arquetípicas pasadas. Implica una rémora inconcebible para la actividad minorista que, en un mundo y en una época en la cual todos los sectores e intituciones tienden a la libertad de sus actividades y toma de decisiones, el comercio aún pretenda vivir sumido en sus reminiscencias hanseáticas. De persistir en este empeño, nos avocamos al declive del comercio de barrio históricamente contemplado.




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