jueves, 27 de enero de 2011

Moneda muerta, dinero negro y billetes falsos (y IV).

De todos los riesgos asociados al papel moneda falso y su inicio de circulación en la tienda, el más dañino es el más controlable. Se trata del control del “menudeo” que se perfila en personas y escenarios definidos.

Cáceres, a miércoles 27 de enero de 2011. Víctor G. Pulido.





La falsificación de papel-moneda es una realidad que nos concierne a todos y que convive con nosotros diariamente, una ruleta rusa dineraria, una lotería invertida que espera dar con nosotros conjurada con las leyes de la probabilidad de la acción social. No entiende de lugar ni calendario, ni discrimina por escalas sociales o salariales. Como consecuencia, las autoridades civiles y monetarias, en su lucha contra la piratería fiduciaria advierten del peligro de riesgo del efectivo falsificado, así como de las consecuencias de su tenencia consciente o inconsciente. De este modo la falsificación pone en su punto de mira a los débiles y se acerca igualmente al comercio minorista, a la clase media asalariada y a la trabajadora: ancianos, jubilados, quiosqueros, personas marginales, cajeras de línea de facturación, comerciantes, interventores de caja e invidentes son las mayores víctimas de los falsificadores que blanquean el papel-moneda imprimido ilegítimamente, a través de la devolución del cambio en la compras cotidianas. Mediante las operaciones de cambio de efectivo, el “menudeo” absorbe dinero legítimo en base al intercambio fraccionado de monedas y billetes cuya operativa proviene de pequeñas compras de bienes o servicios y su correcta devolución por parte del comerciante. De este proceder se consuma la despiadada injusticia por la cual el delito se encarna tras el delincuente menor y sus pequeñas operaciones, transmitiendo éste el riesgo de acto penal a toda la cadena delictiva de circulación de efectivo. El comerciante o su empleado de enseña que asimila dinero falso son transformados a la vez y como consecuencia, en delincuentes involuntarios transmisores de un valor ilegítimo. Esta transgresión de la ética monetaria es la que más aflige al comercio minorista al margen de su rendimiento de escala: grandes y medianos, comercio de proximidad y conveniencia son objetivos del pequeño “blanqueador”.




Medidas de seguridad visuales y táctiles de un reverso de €200.


Afortunadamente para el comercio y el ciudadano de a pié, el “menudeo” del blanqueo de duplicación es una operativa tediosa y ardua, pues consiste en ir “colocando” pequeñas cantidades de dinero falso en establecimientos dispersos entre sí al objeto de no ser neutralizado. Dadas las tribulaciones, no es fácil encontrar a personas que estén dispuestas a enfrascarse en tan laberíntica desventura y “road movie”. Como consecuencia, el agente de “menudeo” responde a un perfil borroso y poco estable a lo largo de su seguimiento y estudio longitudinal, por lo que se resiste a su estereotipación. Pero por contra sabemos a ciencia cierta que obtiene el capital ilegítimo como pago por el fruto de sus actividades relacionadas generalmente con la delincuencia provisional; es nómada y en contra de lo que se cree, debido a ello, no acapara en la tienda con bienes de equipos que requieran de un domicilio estable ni carga con artículos costosos o suntuosos que le pudieran delatar (joyas, esmeraldas, activos bursátiles, etc). Su principal objetivo como “producto” a adquirir dentro de nuestras tiendas (recordemos el post anterior) es el circulante legal, esto es, el papel-moneda oficial de nuestras cajas. Por el estudio de domos robotizados de seguridad CCTVisión, llegamos a adivinar sus pautas de comportamiento delictivo: suelen hacer compras muy pequeñas que abonan con billetes medios, principalmente de €50. De este modo, con el cambio que obtienen de las cajeras, absorben dinero legítimo al tiempo que inserta en la circulación de billetes su falsificación. Por lo general viajan con su pareja, los jóvenes; o acompañados de un cómplice portador del mismo sexo los de mediana edad, frecuentemente por las zonas costeras y grandes núcleos poblacionales, donde introducen su falsa liquidez entre los establecimientos de ocio nocturno, incluso, durante sus actividades lúdicas. A la gran mayoría de los trapicheros no se les llega a alcanzar por parte de la justicia: terminan agotados psicológicamente de tanto trasiego y muy pocos son lo que se dan un tiempo para volver a reincidir; los más esperan a agotar todo el efectivo falso y abandonan la práctica con escaso deseo de volver a ella. Los sumamente torpes, que los hay, terminan cazados por el seguimiento de las fuerzas policiales (con un neceser repleto de billetes legítimos de €20) al abonar en efectivo falso noches de hotel secuenciadas en establecimientos de descanso donde consta su identidad y donde es habitual que el cliente efectúe el pago con tarjeta.



Recintos feriales y sus atracciones y espectáculos anexos, suelen
ser bonitas envolturas de redes de distribución de billetes falsos. 

 

A pesar que este tipo de delincuencia menor fomenta el riesgo dispersión (un riesgo más que afecta a las provincias, pues las falsificaciones proceden fundamentalmente de las grandes ciudades, donde las enseñas sufren el riesgo lugar) este no es el mayor enemigo de la tienda. Suelen serlo con mayor impunidad las grandes concentraciones, el riesgo evento. El riesgo dispersión se acentúa en eventos sobredimensionados que congregan a mucha gente y que impulsa la velocidad de circulación local del dinero. Desde la siniestra edad media hasta las ferias de la Liga Hanseática, pasando por el lejano oeste americano hasta llegar a nuestros días, las Ferias, tanto religiosas como lúdicas o comerciales (ferias del ganado, equinocios, epifanías, siembra y cosechas,…) han constituido el foco de infección propicio para el contagio, no sólo de enfermedades orgánicas, sino de los que nos atañe, de moneda ilegítima por riesgo dispersión. Hoy no es diferente de entonces, a pesar de la evolución de los medios técnicos y de la investigación aplicada a su prevención. Los falsificadores o sus agentes, conocedores de los sentimientos humanos que no han variado en centurias, aprovechan el descenso de precaución, el estrés de un personal con exceso de actividad o la distracción por diversión de muchos ciudadanos para introducir moneda falsa en sus carteras o en su cajas. Si no hay nada más cierto que nuestros reflejos de salvaguarda se vuelven vulnerables cuando disfrutamos distraídos con la presencia de nuestros amigos en lugares públicos, no lo es menos cuando las operaciones de cobro en línea de cajas se incrementan y emerge el inevitable déficit de atención de las cajeras. Esto no es sólo propicio únicamente para las medianas y grandes superficies, también en las sucursales bancarias y el pequeño comercio. Por otra parte, circos, revistas itinerantes, trileros, titiriteros, venta ambulante y por lo general actividades similares que aportan pocas ganancias, en su minoría esconden de modo a veces entrañable la “tapadera” perfecta para distribuir el dinero falso por la modalidad del “menudeo”, a gran escala, en múltiples localidades y sin levantar sospechas. De tal modo que, en definitiva, las grandes citas y los desaforados encuentros multitudinarios, requieren igualmente de grandes atenciones.

Escáner de caja de verificación de efectivo.


“¿Y cuál es la probabilidad real de toparnos en línea de cajas con billetes falsos procedentes de una red de distribución, organizada o no?”, me suelen preguntar. Pues depende de la confluencia de múltiples factores: económicos y de facturación; geocomerciales y poblacionales; de eventos o temporadas (como las de “camping” o “Navidades”); de concurrencia y celebraciones, como hemos destacado (festivales de música, encuentros deportivos profesionales que arrastran aficionados, etc) o relacionados con el índice de economía sumergida local acompañada de nivel de delincuencia en sus diferentes hinterlands (las actividades delictivas están íntimamente interconectadas); dependiento de la velocidad del dinero y de la actividad económica a la que sea proclive la zona de ubicación de las tiendas; de lo exógena  o endógena que sea su economía… Cada red de tiendas asociadas o enseñas se abastecen de su propia base de datos y sus oficinas centrales dan con la fórmula de frecuencia en función de sus estadísticas de venta y registro de incidencias. Como referencia virtual, destacar que para un hipermercado medio en España (entre tres mil quinientos y cinco mil metros cuadrados de sala de venta) que facture entre quince y dieciocho millones de euros anuales y teniendo en cuenta que al menos un 40% de las transacciones sean abonadas en metálico, exponemos al riesgo una cifra aproximada de “menudeo” de entre uno y dos intentos o consecución de inserción de papel-moneda falsa por año. Por lo tanto la tasa es baja, por regla general: nuestros dispositivos eléctricos de verificación de billetes, ahuyenta a los delincuentes, siempre que en el estudio de observación que llevan a cabo de nuestro comportamiento laboral previo a la intencionalidad del delito se percaten de que les damos uso. Entre diez y una docena de intentos o inserciones, independientemente de la amplitud de sala (incluso una de doce mil metros cuadrados), es estadísticamente preocupante: tendremos un problema. Para este caso, o bien estamos asentados en un foco de infección y se debe tomar medidas paralelas de carácter estructural (como formación de cajeras) y de seguridad, o bien tenemos un “infiltrado” en nuestras estructuras de personal. No sería un caso excepcional, aunque “rara avis est”.



"Pay per mobile (PPB)": el papel-moneda tenderá a
desaparecer dando lugar a la transacción electrónica. 



martes, 25 de enero de 2011

Moneda muerta, dinero negro y billetes falsos (III).

Toda producción humana puede replicarse de modo ilegítimo para su explotación delictiva, desde los bolsos de Louis Vuitton a las gafas Oakley. La reproducción material es un impulso humano, ahistórico y cultural que tiende a manifestarse en todas las aéreas de creación humana: el papel-moneda no está exento.

En Cáceres, a lunes 24 de enero de 2011. Víctor G. Pulido.





El eufemístico “Bin Laden” y sus perversiones monetarias, de las cuales nos ocupábamos en la entrada anterior, no constituye un problema que preocupe mayoritariamente al comercio, a las familias medias o las clases populares, que lo obvia como una cuestión fiscal. El problema monetario que afecta a los ciudadanos españoles habla de valores más cotidianos, como los billetes de valor medio, especialmente los relativos al fraccionamiento de cincuenta y cien euros que, con la crisis económica, tienden a un mayor repunte de su volumen de falsificación como respuesta sistémica al descalabro financiero. Y eso teniendo en cuenta que la moneda única supuso el perfeccionamiento en medidas de seguridad con respecto a sus predecesoras nacionales para evitar precisamente esto, su duplicidad delictiva. La divisa “Euro” congrega toda la innovación y fotomecánica aportadas por el resto de divisas del mundo hasta el momento. También es cierto que, mientras tanto y de modo paralelo la tecnología de impresión para su falsificación, y la ilegítima transacción comercial de su hardware ha seguido su estela dentro de las estructuras de la economía delictiva. Falsificar hoy, independiente del objeto a emular, es más accesible debido a que la propia técnica y la información se debilitan como estructuras oligopolistas del conocimiento y su aplicación. La revolución informacional "adiestra" falsificadores. Sin solución de neutralización, todo lo que una técnica humana pueda llevar a cabo para la legitimidad de sus procesos ecosistémicos (y el comercio, lo es), otra o la misma lo puede replicar con similitud de precisión y calidad para su recreación o, si se prefiere, degrado. Lo contrastamos diariamente en complementos de moda y de vehículos, repuestos de motor y marcas de ropa en polígonos postergados. También en los tradicionales mercadillos francos, rastros y algunas tiendas céntricas de marroquería, incluso. De tal modo lo concibo al margen del dinero físico que, cuando me interesa saber si un producto legítimo novedoso funcionará en el lineal, empleo la visita a estos espacios infradimensionados como uno de los indicadores de demanda y observo el grado de aceptación de artículos similares entre los compradores sumergidos. Cabe el añadido a todo esto que la copia ilegítima de una producción humana, además, no se conforma a los bienes finales industriales ni discrimina por la orientación de consumo: afecta incluso a bienes tan suntuarios y complejos como el arte pictórico. La espectrometría digital y el carbono han revelado que un reducido conjunto de obras de arte, algunas de ellas lienzos franquicia en sus respectivas salas de exposición y que usted pueda admirar en las mejores pinacotecas del mundo ("Hermitage", "National Gallery", "Louvre", o incluso "Prado"), ominosamente no corresponden al original creado por su autor. Fraudes o estafas procedentes de tribulaciones vericuetas, expolios bélicos, seguridad patrimonial u ocultación de robo por parte de las autoridades museísticas suelen encontrarse entre las causas. Muchos museos, evidentemente, con conocimiento de grado o no, desamparan esta realidad e incluso la niegan. De tal modo que, si en nuestro trabajo diario no queremos caer en las ingenuidades de directores de adquisiciones de algunos museos, una primera asunción cognitiva es reconocer que la copia ilegítima de un valor sean pantalones, llantas, papel moneda u obras de artes, conviven entre nosotros: nos acechan o las invocamos, según, siendo norma accidental de nuestros enseres, artículos o utensilios diarios. Aclarado todo esto lo primero que les formulo a las cajeras en las reuniones de formación es: “¿Si se puede falsificar un prestigioso lienzo en toda su complejidad, se podría hacer lo mismo con un billete de euro?”. La respuesta es que indudablemente sí. Al personal de cajas principalmente les hago entender, tanto para su vida personal como profesional, antes incluso que insistirle en la importancia de la atención al cliente, que enfaticen que el papel moneda en sí es un “producto”, aunque mentalmente entre nosotros no adopte esa forma o concepto; y que como tal, dada su naturaleza física de producto absoluto como medio universal de cambio, tiene tendencia a la subproducción, esto es, conlleva el riesgo de ser falsificado.



El "Metropolitan Museum of New York" reconoce que al menos
un 15% de sus fondos propios provienen de adquisiciones fraudulentas.



Luego en el caso del circulante, dejando a un lado el dinero electrónico o plástico, la primera noción que debemos tener clara es que el riesgo de moneda ilegítima es un riesgo producto, y conlleva uno igual o superior al de las antiguas divisas nacionales. Esto se conoce como riesgo valor: el riesgo es proporcional al valor y el “Euro” es una moneda fuerte. Tal es su fortaleza y valor que ningún acto delictivo mínimamente calculado vuelca todo su esfuerzo en falsificar, por citar una referencia, coronas checas: es más racional atacar al eurosistema y su divisa. De hecho, la "Fábrica Nacional de Moneda y Timbre" estima que uno de cada cien mil billetes de Euro que llegan al Banco de España para su destrucción, después de recorrer manos, bolsillos y carteras, es falso. Del resto de divisas apenas existen apreciaciones, excepto para la fracción de cien dólares. Y ya puestos, ¿cuáles son los valores preferidos de los falsificadores?. Como ocurre al otro lado del “charco”, en Estados Unidos, los falsificadores se centran en billetes medios por su mejor ratio de beneficio-riesgo y son los valores que manifiestan mayor tendencia a su reproducción ilegítima. En el "Euro" responden a las unidades fraccionarias de €50 y €100, porque combinan el equilibrio existente entre el poco rastro que dejan y la amortización del riesgo que se asume traducido en ganancias. A esto le llamamos riesgo fracción. Derivado de todo ello existen otros tipos de riesgos invisibles entrañados dentro de este riesgo producto y uno de ellos es el riesgo penal. La falsificación de billetes conlleva penas de prisión lasas con respecto a otros delitos de mayor relevancia social, implica como consecuencia una probabilidad menor de captura y se beneficia de alto rendimiento a corto plazo acompañado de un coste marginal decreciente en su producción. Por lo tanto, la falta de punidad consecuente de este delito y su escasa operativa inicial expone al comercio a una mayor sensibilidad en relación al fenómeno y se convierte para la tienda y su línea de facturación en un riesgo asociado y complementario por su relación calculada de costes-benificios para el infractor. Pero la verdadera complejidad del dinero ilegítimo no es su fabricación, sino su inserción en la base monetaria, su distribución entre la población, para que nos entendamos. Y, ¿a qué se debe esta dificultad?. El dinero falso no es dinero, pero todo lo que tiene de él, que paradójicamente es mucho, es al mismo tiempo dinero negro, pues no procede de mayor actividad productiva que la que deviene de su delito. Por consiguiente las mafias que lo ponen en circulación, al ser su tenencia constitutiva de acto penal, urgen “blanquearlo”. La distribución de moneda falsa implica dos tipos de infractores o procedimientos: o bien a través del “menudeo” y o bien, la más frecuente, mediante la “colocación” a alto nivel de grandes operaciones delictivas como transacciones de vehículos robados o estupefacientes, o a través de clubs deportivos profesionales o sociedades fantasmas: ninguna de ellas es sencilla, requiere profesionalidad. En el próximo post, que cierra esta serie, nos centraremos en el “menudeo”, pues es lo que más perjudica a línea de cajas y a la gran distribución y daremos algunas consignas para detectarlo a tiempo.




 


El billete de Cien Dólares, uno de los soportes-moneda
con menor seguridad y mayor índice de falsificación.








viernes, 21 de enero de 2011

Moneda muerta, dinero negro y billetes falsos (II).

Raramente el comercio se involucra en operaciones de blanqueo de dinero, pero es una realidad presente en nuestra sociedad y su máximo exponente es el billete de quinientos euros.


s'Hertongenbosch, a domingo 16 de enero de 2011. Víctor G. Pulido.





Durante el año 2009, la cifra de billetes de 500 euros puestos en circulación aumentó casi
un 2%, lo que representa el 64% del total de efectivo, es decir, unos 56.000 millones de euros.


Si en la anterior entrada comentábamos que los céntimos, en la situación de crisis actual, “tienen muchas vidas”, como las bolsas de plástico, a continuación recordaremos como la pasada década lo que “dio muchas vidas” a más de uno, y en bolsas negras, fueron las monedas de mayor poder de transacción y su relación con las diferentes tramas de corrupción urbanísticas y financieras que salpicaron el inicio de siglo en España. Decir billete de quinientos euros en Europa es sinónimo de opacidad. Tanto que los diferentes gobiernos de la Unión han aprendido la lección y a raíz de los últimos escándalos los billetes de €200 y €500, por su carga simbólica y económica para el mercado sumergido, deben ser los más vigilados. Tal es así que los cajeros automáticos no lo expenden, se debe acudir a un servicio de caja para poder obtenerlos por la vía bancaria. Si, por ejemplo, en La Haya o Burdeos pretendes efectuar el pago de varias noches de hotel mediante este soporte moneda, al recepcionista le parecerá estar tratando con el mimísimo diablo y no precisamente por ese inglés aderezado de acento español que lucimos muchos de nosotros y la merecida fama de picaresca que envuelve nuestro porte nacional. El problema no es tanto la nacionalidad como el formato de pago. Por ello te pedirá educadamente que rellenes un pequeño formulario interno con diversos ítems acerca del grado satisfacción con el servicio de hospedaje en general mientras se retira discretamente a verificar la autenticidad de la emisión en el mismo mostrador o en un despacho contiguo: saben hacer que no te sientas molesto por ser español. 



En España circulaban para 2008, un ratio de 2,43
unidades de billetes de €500 por cada residente censado.

El billete de €500, como consecuencia, está estigmatizado tanto social como administrativamente en gran parte del continente: a toro pasado se cree que no fue buena idea, excepto para la operativa bancaria, para la cual que se creó. De hecho toda la comodidad operativa que les proporciona a los bancos mediante este valor se le presupone para la economía negra y el blanqueo de capitales. Hoy en día, mil billetes de €500 pesan 1,140 kilos, de modo que un kilo de euros son unos setenta y tres millones de las antiguas pesetas. El equivalente a mil antiguos billetes de mil pesetas (cuyo peso era exactamente un kilo) corresponde hoy en día doce unidades de billete de €500 (en su equivalencia, veintisiete gramos). Por lo que su traslado físico del valor es más sencillo, menos llamativo y su control más complicado. Pero ahí no acaba la cosa. Sobre el valor de €500 injustamente recae toda la ira de la especulación inmobiliaria que ha dado con nuestros huesos en la crisis financiera y se asocia de igual forma a la promoción de la corrupción política de bolsas negras de basura cuando no al lavado de dinero bajo el consentimiento de las entidades financieras. “Todo quedaba en casa”, como gusta decir a los castizos. De hecho, hasta hace dos años, la mitad de los billetes emitidos oficialmente dentro del E.E.E. (Espacio Económico Europeo) de este valor se encontraban afincados dentro del territorio ibérico (España, Andorra, Portugal y Gibraltar). A pesar de su excesiva presencia en el efectivo circulante nacional, los españoles le habían asignado desde hace tiempo el irónico sobrenombre a este valor-moneda, la del efectivo de quinientos, de “Bin Laden”. Bajo tal denominación podrían referirse a un billete que todo el mundo sabe que existe pero nadie conoce exactamente dónde se encuentra. No deja de ser paradójico que un valor tan afincado en España no se dejara ver tanto. Llamar “Bin Laden” a uno de los grandes es un modo popular de traslucir su fuerte protagonismo como valor refugio en “B” (contabilidad “b” fuera del control de las administraciones tributarias). La reducción de la presencia monetaria de este soporte moneda por parte de las autoridades y bancos emisores en los últimos meses es una de las medidas que se han aplicado para luchar contra la economía negra y sumergida, que en el caso español sobrepasa ligeramente el 20% del PIB. La gran parte de las tiendas, incluso el grand retail, rechazan “uno o varios de los grandes” como medio de pago, pese a ser moneda de curso legal y disponer de dispositivos eléctrico de testación. Y es que no hay cajera que no tiemble al ver uno de ellos, sobre el que se formulan las más variopintas sospechas, algunas de ellas, lamentablemente, acertadas.



Muchos complejos hoteleros disponen bajo su  mostrador de un discreto
dispositivo de verificación de auntenticidad de valores circulantes.