El pequeño y mediano comercio tradicional desfallece mientras en su ralentizada agonía responsabiliza al comercio electrónico y al grand retail de todos los males de los que adolece su cultura comercial y su estructura organizativa. En la era informacional, la lógica subyacente en el nuevo comercio de la nueva economía reza que es la tienda la que debe acercarse al cliente, no el cliente a la tienda. Las tiendas tradicionales gozan de mejor posicionamiento al respecto, pero les implica un cambio de paradigma que deben asumir conscientemente.
Víctor G. Pulido para "LineaCero". En Madrid, a miércoles día 18 de julio.
Víctor G. Pulido para "LineaCero". En Madrid, a miércoles día 18 de julio.
El debate sobre la
actual situación de comercio minorista en Extremadura ha adquirido, a raíz de
la agravación de la caída del consumo en nuestra región, un papel protagonista
tanto en el propio sector como en los medios de comunicación. También los
poderes públicos y la población son sensibles a esta preocupación como algo que
de algún modo, y declinado de la crisis económica, les es propio. Ello se refleja
en las conversaciones cotidianas que encuentran su hueco tanto en la acera como
el centro de la mesa. No es infrecuente que salte a colación que si tal tienda
ha cerrado o que si los comerciantes amagan con amotinarse frente a la
administración ante su complicada situación. Sin
duda, este eco social es consecuencia exitosa de una excelente campaña de
comunicación llevada a cabo por los tenderos a pesar de los pocos recursos de
los que disponen. Sin embargo esto debería servir más que para la reivindicación
gremial, para la autodiagnosis sectorial y la reflexión normativa. Es evidente
que no son buenos tiempos para la venta. Pero también lo es igualmente para el
consumidor que tanto el sector minorista como su regulación en nuestra región no
se han adaptado al acelerado cambio social de nuestra contemporaneidad. La
plena incorporación de la mujer al mercado laboral, el descenso de la
natalidad, la prolongación de la vida social más allá de la tarde, la
conversión del consumo en ocio, el crecimiento de la densidad urbana que
despolariza las compras y las incipientes modalidades de venta como la
practicada a través de la red o la televisión digital inciden en que nuestro
comercio tradicional no responda a las nuevas necesidades de consumos y estilo
de vida.
Esta decimonónica
concepción a la hora de desarrollar nuestro concepto local de venta, que no
deja der ser una barrera al consumo, se deja traslucir muy acentuadamente en
los horarios de atención al cliente en nuestra región. No son accesibles para
una sociedad intensiva en jornadas laborales quebradas, maratonianas o
sometidas a desplazamientos interurbanos. Este hecho objetivo explica que los
formatos comerciales flexibles que optaron por una estrategia de adecuación
vinculada a esta necesidad de la demanda, entre ellas las estaciones de
servicio, sean hoy los más controvertidos: tiendas de conveniencia, grandes
superficies y comercio electrónico acogen este amplio espectro de tiempo y
afluencia al que no accede el comerciante de siempre. Por lo tanto el principal
problema del pequeño y mediano comercio es persistir en su lucha contra la
libertad de horarios, en combatir con su misma solución irrevocable. Al igual
que la limpieza, la iluminación, la diversidad en el surtido, el diseño de los
productos, etc., el adecuado horario de apertura también representa una
poderosísima herramienta de venta. Lo que muchos consumidores alegan bajo el
manto de las encuestas no necesitar, la estadística mercadotécnica de ventas
les desmienten: a más horario, más servicio; y a más exposición comercial, más
afluencia, más ventas. Todo lo que no responda sumariamente a los números son
municiones para posiciones ideológicas que propician el agotamiento del
formato, el postergamiento de la tienda tradicional y el debilitamiento de su
invisible lazo simbiótico con la economía local que los sustenta en beneficio de las enseñas
flexibles.
Por otra parte, si
la objeción que se plantea del lado de los tenderos es que la extensión
horaria es incompatible con su deseo legítimo de disponer de su tiempo libre o
doméstico, habrá entonces que someter la misma jordana de apertura al
laboratorio de nuevas fórmulas o nichos de horarios, quizás más tardíos. Pero
lo que es incuestionable es que los actuales, más propios de comunidades
tradicionales regidas por el ciclo diurno, hoy no resultan ser todo lo
eficiente en la nueva era de la producción, en plena consolidación de una sociedad de la información donde existe espacio de ventas para todos. Una sociedad de la información donde a cada mes que
transcurre, el comercio electrónico gana adeptos en detrimento de la pérdida de
la riqueza y diversidad cultural de nuestro comercio de fachadas, cuyo
patrimonio no debe someterse al yugo del régimen consumado de las costumbres
ancestrales que se autoimpone.
La lógica
subyacente en el nuevo comercio de la nueva economía reza que es la tienda la
que debe acercarse al cliente, no el cliente a la tienda. Y derivado de este
nuevo paradigma, surge una nueva competencia. No debemos olvidar en este
sentido que, en la ardua lucha del pequeño y mediano comercio por la renta
disponible del consumidor, más allá de portales virtuales, de mercadillos de barriadas y mercaderes
asiáticos, su competencia no se fragua en el seno mismo de su sector, sino en
todas aquellas formas de ocio con las que comparte calles y paredes y a las que
debe añadir su segmento: lugares de copas, funciones de noche, veladas de
restaurantes, helados y caramelos. Toda modalidad de consumo que no sea la visita a la sala de
ventas de la tienda neutralizando la huida de facturación hacia otras
actividades de evasión es “carnaza para el enemigo”.
Queda pues patente
que las relaciones sociedad-comercio deben ser redefinidas como el propio orbe
lo está siendo en la vorágine de la revolución informacional, evitando con ello
que la tienda se arrope bajo el inmovilismo de sus formas arquetípicas pasadas.
Implica una rémora inconcebible para la actividad minorista que, en un mundo y
en una época en la cual todos los sectores e intituciones tienden a la libertad de sus
actividades y toma de decisiones, el comercio aún pretenda vivir sumido en sus
reminiscencias hanseáticas. De persistir en este empeño, nos avocamos al
declive del comercio de barrio históricamente contemplado.