lunes, 2 de junio de 2014

La Farra de los Solteros.


Los ritos de paso perviven a nuestro acelarado cambio social incluso donde ya han perdido toda su instrumentalidad social. Se transforman para adaptarse a los nuevos cambios culturales y adoptan un papel de manifestación pretendidamente lúdica.  De algún modo consciente o inconsciente esto se intuye en el mundo de los negocios  y el comercio: a sabiendas de nuestra necesidad de atender a nuestro impulso ritualista, nos ofrecen todo tipo de productos y servicios orientados a este mercado.

Víctor Gutiérrez para "LinealCero". En Madrid a día 1 de junio de 2014.

 





Hace un par de fines de semana me sentí obligado a asistir a un especial compromiso: la despedida de soltero de uno de mis mejores amigos. Ustedes me entenderán quizás si lo explico mejor de otro modo: tuve que enfrentarme a uno de esos rituales de transición que sincretizan el paso hacia la vida adulta en pareja de un hermano de asfalto, viajes y peleas. Un rito, en definitiva, que no te puedes perder como observador-participante sin al menos afligirte a ti mismo, amén de los antropólogos urbanos, un conflicto de identificación grupal con tu género. Si no vienes, es que nunca fuiste uno de los nuestros. Algo así.



"Cuenta Conmigo" refleja la importancia de la amistad como 
fundamento de los grupos sociales de afiliación coétanea.


Personalmente no hago mucho caso a la práctica sesgada y lúdica de este tipo de ritos de paso tal y como se insertan en nuestro contexto social. Carecen de su sentido primigenio y de su dimensión instrumental arquetípica: no tienen encaje, ni pies ni cabeza. Entiendo que algún momento hubo un cambio social, quizás uno ya de tantos, que se los llevó definitivamente por delante y ya no segmentan lo que por edad no nos corresponde de lo que realmente somos. Y mucho más si tenemos en cuenta que el último de estos cambios sociales, o puede que no el último, las sociedades informacionales y de consumo se encargaron de darle la vuelta a todo y ya no hay fronteras tangibles entre las distintas etapas vitales de cada persona.


No es necesario, por ejemplo, ser un adolescente para dedicarse de pleno a los videojuegos como tampoco es necesario ser adulto para que le permitan a un menor decidir como tal en casa. En las hogares de mis amigos y familiares los adultescentes nos peleamos con los críos por ver quién acapara la videoconsola hasta llegar la hora de mandarlos a la cama; y las opiniones de los pre-adolescentes se tornan frecuentemente en consideración incluso a la hora de adquirir un nuevo vehículo (y las empresas automovilísticas lo saben y se dirigen a ellos). Las estructuras familiares se están volviendo acéfalas y la toma de decisiones o comportamientos por edad se resienten: el mercado ha hecho que los mayores no sintamos más jóvenes, y que los más jóvenes abandonen la infancia antes.



Los pequeños se comportan como el canal de anclaje publicitario ideal asociado al producto vehículo.
Los fabricantes saben desde hace tiempo que son un soporte prescriptor asociado a su marca.








Ya nada es de paso o ninguna manifestación de nuestro comportamiento social o de mentalidad tiene edad concreta o fecha de caducidad dentro de lo que fue un orden prestablecido del ciclo social de la vida de lo funcional-pretérito. Lo liminar y lo propio o impropio de cada una de las edades se ha quebrado definitivamente como concepto social. Sus manifestaciones externas, también. En las calles, mujeres de mediana edad se atreven con “Desigual” sin tapujos, los jóvenes abuelos recuerdan la “mili” practicando paint-ball en instalaciones de las afueras y algunas cenas de matrimonios con hijos en edad avanzada acaban en “Kapital”. Y dado que estamos de acuerdo en que las sociedades postmodernas se han vuelto líquidas, las etapas de la vida acompasadamente han hecho lo propio con su impropio, y se han tornado líquidas igualmente. Por lo tanto, en sociedades pretendidamente líquidas, los ritos de transición, como residuos coleantes de nuestros usos e instrumentos de jerarquía o transición que marcaban las pautas de la vida en común o del rango de autoridad dentro de una comunidad o familia, se disuelven y desaparecen.


Sala "Kapital", ocio en el centro de Madrid.


O quizás no del todo. Mientras pueda evitarse, el rito pervivirá. Y es en ese justo momento de la trama cuando se interrumpe este relato y  aparece una imagen congelada  donde me pueden imaginar en mitad de la Plaza Mayor de Salamanca encaramado a la espalda de un novio de despedida que, disfrazado lastimosamente de arlequín, arrastra una bola de preso de una pierna y sostiene una cerveza caliente de otra mano … pero, ¿cómo ha podido sucederme a mí?, ¿cómo han logrado que aparezca en esta secuencia?. Genes y memes: puedes creer lo que quieras acerca de lo trasnochado de los ritos de paso, amigo, pero tu mente no puede luchar contra lo que eres: un ser ritualista nato.

Si algo despunta la moderna sociología del comercio sobre el comportamiento de consumo es que los hombres y mujeres no podemos separarnos tan fácilmente de nuestros ritos ancestrales, liminares, transversales o iniciáticos. Necesitamos transitarlos, consumirlos, no reprimirlos. Aunque tan sólo sea de un modo descaradamente bufo, miméticamente impostado, artificial, invisible o vacuo: es perentorio exorcizarlos de alguna manera virtual, darles rienda. La gente se casa por la iglesia, aunque no comparta su práctica. Los abonados a un club de futbol, no se consideran una tribu, aunque comparten un ritual de comunión. El baile de graduación es algo que ninguna chica, por poco ñoña que sea, desea perderse: princesa por una noche. El primer tatuaje  o piercing marca el destete social de nuestros padres: ya somos lo suficientemente adultos para decidir sobre nuestro aspecto físico. La autocarabana justo después de la jubilación nos marca el camino del viaje iniciático hacia una segunda juventud que promete aventuras. Y las despedidas de solteros, no es más que la última farra gamberra oficialmente autorizada para homenajear a un compañero de vida que de algún modo o en parte se pierde: la persona pasa de ser propiedad de su grupo coetáneo local, o formar parte de una nueva unidad familiar y política exógena. 



Todavía no lo sabes, pero el producto eres tú. 
El comercio 2.0. ha logrado que el cliente sea la 
propia materia prima del produco que consume.


De algún modo consciente o inconsciente esto se intuye en el mundo de los negocios y el comercio: los ritos de transición social forman parte de nuestra complexión memética y ancestral y nos urge el impulso de llevarlos a fin, de resolverlos. Nuestro producto, lo que te vendemos, eres tú. Pero no lo sabes todavía. Y en este punto emergen acompasadamente esas empresas de hostelería y hospedaje reconvertidas a “despedidas de solteros fin de semana todo incluido”, atacadas por la crisis de consumo, fibrilando descargas de existencia al rito. En otras ocasiones un ritual social tan sólo precisa de transformarse por sí mismo, trasmigrar si cabe a un producto comercial elaborado y así se renueva toda una tradición completa o se reconvierte un rito de paso de nuevo a la práctica social como sucedáneo. Y así consecuentemente, de este modo, una ciudad languideciente por la huida de estudiantes y turistas como Salamanca se revitaliza y se convierte de nuevo en la capital estatal de los saturnales de solteros y solteras de medio país. Su fuerte marca-ciudad potencia un producto de diversión monopolístico que ya tenía asociado a su propia sinergia productiva. Y por último también se da que los rituales poseen una gran capacidad asociativa, simbólica y simbiótica de comunicación entre ellos. Se da que un ritual fuerte acude a la pervivencia de otro más débil y juntos se auto-propulsan: el residuo que genera uno de ellos es el combustible del otro.



Despedidas de solteros o casados en Salamanca, 
una ciudad que ha sabido reconvertir sectorialmente su target de ocio.



Por un fin de semana muchos solteros, solteras y su séquito de acompañantes invertirán sus roles: autorizados por la permisividad de su entorno (familia, mujer, en algunos casos hijos...) pueden olvidarse de ser quienes son y lo que son por espacio de unas horas y comportarse desahogadamente, interpretando un papel que no es el suyo pero que de algún vestigio lo fue; se desentenderán de ser padres o jefes, solteros o ennoviados, hijos o trabajadores, dejar a un lado sus responsabilidades y preocupaciones sin ser recriminados social y familiarmente por su actitud y verse además rodeados durante unas largas horas de gente mayoritariamente desconocida y que demuestran el mismo comportamiento de inversión. Por último se da que el rito transformado, actualizado, se vale del cambio social y acude al collage, toma elementos de nuevas costumbres y le confiere una nueva vuelta de tuerca. Para el caso del divorcio nos trae las “despedidas de casados”, donde se celebra que la sociedad devuelve al mercado matrimonial a uno de los nuestros (o de los suyos) y da pié al subproducto comercial de un nuevo ritual de inversión. Grupos de unos y tumultos de otros, se cruzan por las calles céntricas de una ciudad que revitaliza... se disuelven, sí y se mezclan entre ellos en los hoteles y comedores compartidos, bares y discotecas, como perfectos extraños fundamentales de Coupland; y el cajón de la caja registradora se abre y se cierra incesante a lo ancho de un largo fin de semana. Es, en definitiva, de lo que se trata, de la Farra de los Solteros, una aproximación a nuestra etnología lúdica urbana, más que otra cosa. En todo caso, que me perdone Bourdieu: siempre tuve algo de insolente.


"Se acabó,
el sol nos dice que llegó el final,
por una noche se olvidó
que cada uno es cada cual".

("Fiesta", J.M. Serrat).