lunes, 4 de noviembre de 2013

El bosque revisitado

Cada vez nuestros campos y enclaves naturales se encuentran más alejados de la acción y vigilancia del hombre. Esto alimenta de un modo u otro la erosión y desertización de nuestro medio, bien por oscuros intereses económicos o locales a pequeña escala, bien por su falta de atención de tratamiento ambiental por parte de la actividad humana que le era propia.  A pesar de ello, gran parte de la sociedad española se opone a que el campo o el bosque recupere su papel de agente económico activo, regulador de su medio, dentro de nuestra economía. Muchas voces consideran que será contrario a su lógica de conservación. Pero el campo no puede vivir ajeno al medio cultural y económico del hombre. E integrar las actividades comerciales responsables con el entorno dentro de estos parajes deviene en la necesidad de repoblarlos y revisitarlos. Sólo así se conoce la estrategia de volver a revivirlos y protegerlos, en continua interacción con la ecología humana y las actividades postmodernas del hombre.

Víctor G. Pulido para "LinealCero", en Monfragüe, a primeros de noviembre de 2013.








El Consejo de Ministros del Gobierno Español desea dar el empujón definitivo al espinoso tema de dotar a los Parques Nacionales de una ley que habilite a sus gestores y residentes ejercer actividades comerciales dentro de sus límites protegidos. Esta medida legislativa sin lugar a dudas les permitirá dinamizar éstas áreas rurales o espacios ambientales más allá de la simple actividad económica de su conservación y mantenimiento. Por supuesto que han existido voces discordantes, como en todo asunto que se precie y preocupe. Y algunas de ellas han procedido, como no podía ser de otro modo, de los grupos conservacionistas. Con salvedad de otras, la objeción recurrente para este tipo de casos se sincretiza en el temor nada desdeñable según el cual las políticas de conservación se quiebren al verse enfrentadas con las de explotación comercial.

En efecto, sabemos por la inercia de la Historia que los intereses económicos terminan generalmente por imponerse con el tiempo ante la lógica social de cualquier actividad humana. Sobre todo allí donde se percaten que se les confía un poco de legitimidad para articularlas. A esta constante universal cultural a buena ciencia esa misma Historia le puso por nombre “Comercio”. Ésta condensación histórica podría, no obstante, obligarnos a asumir un riesgo en el retroceso de los protocolos de conservación. Las plataformas ecologistas y conservacionistas consideran, no si razón, que la asunción de las nuevas capacitaciones comerciales de los Parques Nacionales invitan a una desvirtuación del sentido natural de su hábitat y concepto. Dicho de otro modo: la posibilidad de que el comercio dentro de los espacios naturales genere desecologías externas sobre éstos ámbitos protegidos.



Oferta de itinerario turístico por el interior del Parque de
 Monfragüe, con alojamiento y restauración incluida. 

Ahora bien, se podría describir perfecta y paralelamente otra realidad combatible con ésta descrita, y compatible con su mismo escenario. Aquella que sin apenas oposición nos asegura que desvinculados de toda acción del hombre, de tan desolados, los bosques y parajes naturales tienden a agonizar al revestirse de irrelevancia social y productiva para la ecología humana. En efecto, los parques nacionales y naturales de nuestro país a los que ahora se pretende dotar de réditos propios, territorios privilegiados no sólo por su singularidad y belleza sino por el mimo y vigilancia administrativa que reciben de nuestros fondos públicos y personal especializado, proyectan sobre la sociedad espejismos que difuminan la imagen real de otros muchos de nuestros entornos ancestrales. Sin contraste, atribuyen esta vinculada imagen de imperturbabilidad y armonía a la realidad de otros muchos espacios arbóreos y geológicos que, no siendo los más relevantes, no devienen por ello a ser menos sensibles en lo que a su protección y vigilancia ecosistémica y de cuidados ambientales se refiere. Sin embargo, esto no es así. La “Convención sobre Biodiversidad Biológica” advierte en este sentido que al menos un 4% de estos espacios no administrativamente sostenibles del territorio natural del planeta plantean un riesgo de exclusión ambiental. Y así se nos muestran con respecto a su propia condición ecosistémica incluso; es decir, se representan como su única referencia científica.



Hotel Resort en las inmediaciones del Parque 
Nacional de Monfragüe, en Extremadura.

Paradójicamente, ello deviene de la concreción de que en muchos de los territorios de nuestra geografía natural la especie más “amenazada” de entre todos esos entornos responda a la ausencia en engranaje trófico y en el cultural del hombre mismo, no de su misma presencia. La huida residencial del medio agreste y el cambio social de los modos y medios de vida que acompañan a la despoblación rural y silvestre vienen secuenciados en gran parte por la falta de subsistencia relacionada con el entorno de producción medioambiental que le serían propios. En algún sigiloso transcurso de nuestra reciente historia estos fenómenos migratorios fomentaron de modo imperceptible inframunicipalismos y deseconomías locales. Desecologías, al fin y al cabo. No es pues de extrañar que la respuesta sistémica a este desbarajuste se materialice en una “desordenación del  territorio” que afectan a su capacidad sincrética de autosostenimiento: biomasa excesiva y descontrol poblacional de las especies; contaminación forestal e intereses socioeconómicos contrapuestos a la conservación del medio; pérdida de capital social y antropológico; desequilibrio poblacional y, como consecuencia o en parte origen de todo ello, sostenimiento del empleo basado en programas de integración laboral forestal.



 Mapa de despoblación rural (inframunicipalismo).




Podría decirse que en las últimas décadas hemos construido socialmente la despoblación de nuestros propios entornos naturales y agrarios. Esto nos lleva a que la clave está en el hombre, en nosotros, en cómo nos hemos desligado del diálogo funcional con el medio. Es la cuestión sistémica de fondo, que siempre fue soslayada. Nuestras administraciones, que empiezan a considerar los factores sociales, reconocen sentirse indefensas. Asienten que sólo hay una vía de sostenimiento y protección social para nuestros montes y valles: reintegrar de nuevo al hombre en el agro. Pero es inviable diseñar esta iniciativa de recuperación territorial sobre los castigados pilares del sector público. La integración de actividades comerciales de signo lucrativo en nuestros enclaves naturales puede no ser plato de gusto. Pero quizás la economía privada sea la llave que fije una población y un dinamismo económico multiplicador. Negarle al campo lo que es propio del hombre, su concepto cultural de economía, es desgajarlo de la ecología humana. Recriminar al comercio que se sirva conscientemente de él, invariablemente también.



Característico alojamiento rural en Monfragüe.
Abajo, jornadas de llamamiento a la permanencia
en el hábitat rural de Campo Arañuelo.