Cada vez nuestros campos y enclaves naturales se
encuentran más alejados de la acción y vigilancia del hombre. Esto alimenta de
un modo u otro la erosión y desertización de nuestro medio, bien por oscuros
intereses económicos o locales a pequeña escala, bien por su falta de atención
de tratamiento ambiental por parte de la actividad humana que le era
propia. A pesar de ello, gran parte de
la sociedad española se opone a que el campo o el bosque recupere su papel de
agente económico activo, regulador de su medio, dentro de nuestra economía.
Muchas voces consideran que será contrario a su lógica de conservación. Pero el
campo no puede vivir ajeno al medio cultural y económico del hombre. E integrar
las actividades comerciales responsables con el entorno dentro de estos parajes
deviene en la necesidad de repoblarlos y revisitarlos. Sólo así se conoce la
estrategia de volver a revivirlos y protegerlos, en continua interacción con la
ecología humana y las actividades postmodernas del hombre.
Víctor G. Pulido para "LinealCero", en Monfragüe, a primeros de noviembre de 2013.
El
Consejo de Ministros del Gobierno Español desea dar el empujón definitivo al
espinoso tema de dotar a los Parques Nacionales de una ley que habilite a sus
gestores y residentes ejercer actividades comerciales dentro de sus límites
protegidos. Esta medida legislativa sin lugar a dudas les permitirá dinamizar
éstas áreas rurales o espacios ambientales más allá de la simple actividad
económica de su conservación y mantenimiento. Por supuesto que han existido
voces discordantes, como en todo asunto que se precie y preocupe. Y algunas de
ellas han procedido, como no podía ser de otro modo, de los grupos
conservacionistas. Con salvedad de otras, la objeción recurrente para este tipo
de casos se sincretiza en el temor nada desdeñable según el cual las políticas
de conservación se quiebren al verse enfrentadas con las de explotación
comercial.
En
efecto, sabemos por la inercia de la Historia que los intereses económicos
terminan generalmente por imponerse con el tiempo ante la lógica social de
cualquier actividad humana. Sobre todo allí donde se percaten que se les confía
un poco de legitimidad para articularlas. A esta constante universal cultural a
buena ciencia esa misma Historia le puso por nombre “Comercio”. Ésta
condensación histórica podría, no obstante, obligarnos a asumir un
riesgo en el retroceso de los protocolos de conservación. Las plataformas
ecologistas y conservacionistas consideran, no si razón, que la asunción de las
nuevas capacitaciones comerciales de los Parques Nacionales invitan a una
desvirtuación del sentido natural de su hábitat y concepto. Dicho de otro modo:
la posibilidad de que el comercio dentro de los espacios naturales genere
desecologías externas sobre éstos ámbitos protegidos.
Oferta de itinerario turístico por el interior del Parque de
Monfragüe, con alojamiento y restauración incluida.
Monfragüe, con alojamiento y restauración incluida.
Ahora
bien, se podría describir perfecta y paralelamente otra realidad combatible con
ésta descrita, y compatible con su mismo escenario. Aquella que sin apenas
oposición nos asegura que desvinculados de toda acción del hombre, de tan
desolados, los bosques y parajes naturales tienden a agonizar al revestirse de
irrelevancia social y productiva para la ecología humana. En efecto, los
parques nacionales y naturales de nuestro país a los que ahora se pretende
dotar de réditos propios, territorios
privilegiados no sólo por su singularidad y belleza sino por el mimo y
vigilancia administrativa que reciben de nuestros fondos públicos y personal
especializado, proyectan sobre la sociedad espejismos que difuminan la imagen
real de otros muchos de nuestros entornos ancestrales. Sin contraste, atribuyen
esta vinculada imagen de imperturbabilidad y armonía a la realidad de otros
muchos espacios arbóreos y geológicos que, no siendo los más relevantes, no
devienen por ello a ser menos sensibles en lo que a su protección y vigilancia
ecosistémica y de cuidados ambientales se refiere. Sin embargo, esto no es así.
La “Convención sobre Biodiversidad Biológica” advierte en este sentido
que al menos un 4% de estos espacios no administrativamente sostenibles del
territorio natural del planeta plantean un riesgo de exclusión ambiental. Y así
se nos muestran con respecto a su propia condición ecosistémica incluso; es
decir, se representan como su única referencia científica.
Hotel Resort en las inmediaciones del Parque
Nacional de Monfragüe, en Extremadura.
Paradójicamente,
ello deviene de la concreción de que en muchos de los territorios de nuestra
geografía natural la especie más “amenazada” de entre todos esos entornos
responda a la ausencia en engranaje
trófico y en el cultural del hombre mismo, no de su misma presencia. La huida
residencial del medio agreste y el cambio social de los modos y medios de vida
que acompañan a la despoblación rural y silvestre vienen secuenciados en gran
parte por la falta de subsistencia relacionada con el entorno de producción
medioambiental que le serían propios. En algún sigiloso transcurso de nuestra
reciente historia estos fenómenos migratorios fomentaron de modo imperceptible
inframunicipalismos y deseconomías locales. Desecologías, al fin y al cabo. No
es pues de extrañar que la respuesta sistémica a este desbarajuste se
materialice en una “desordenación del
territorio” que afectan a su capacidad sincrética de autosostenimiento:
biomasa excesiva y descontrol poblacional de las especies; contaminación
forestal e intereses socioeconómicos contrapuestos a la conservación del medio;
pérdida de capital social y antropológico; desequilibrio poblacional y, como
consecuencia o en parte origen de todo ello, sostenimiento del empleo basado en
programas de integración laboral forestal.
Podría
decirse que en las últimas décadas hemos construido socialmente la despoblación
de nuestros propios entornos naturales y agrarios. Esto nos lleva a que la
clave está en el hombre, en nosotros, en cómo nos hemos desligado del diálogo
funcional con el medio. Es la cuestión sistémica de fondo, que siempre fue
soslayada. Nuestras administraciones, que empiezan a considerar los factores
sociales, reconocen sentirse indefensas. Asienten que sólo hay una vía de
sostenimiento y protección social para nuestros montes y valles: reintegrar de
nuevo al hombre en el agro. Pero es inviable diseñar esta iniciativa de
recuperación territorial sobre los castigados pilares del sector público. La
integración de actividades comerciales de signo lucrativo en nuestros enclaves
naturales puede no ser plato de gusto. Pero quizás la economía privada sea la
llave que fije una población y un dinamismo económico multiplicador. Negarle al
campo lo que es propio del hombre, su concepto cultural de economía, es
desgajarlo de la ecología humana. Recriminar al comercio que se sirva
conscientemente de él, invariablemente también.
Característico alojamiento rural en Monfragüe.
Abajo, jornadas de llamamiento a la permanencia
en el hábitat rural de Campo Arañuelo.